Francisco Ansón Oliart

Signo de los tiempos: el Cambio Climático (I)

El Papa Francisco y una imagen de contaminación. Fotos: Daniel Ibáñez / ACI Prensa - Pixabay dominio Público.

LA CRÍTICA, 15 MAYO 2021

Francisco Ansón Oliart | Sábado 15 de mayo de 2021
El Papa Francisco acaba de publicar un libro titulado Soñemos juntos y Bill Gates, otro titulado, Cómo evitar un desastre climático, que presentan sorprendentes coincidencias. Los dos han llegado al convencimiento de la importancia decisiva que el cambio climático tiene para el inmediato futuro de la humanidad, no a través de lecturas o estudios, sino de su experiencia, de los hechos que han vivido. (...)

... Así, a modo de muestra, el Papa Francisco escribe: “Fui viendo noticias: por ejemplo, el gobierno de una isla conocida del Pacífico compró tierras en Samoa para trasladar ahí a toda su población porque en 20 años la isla estará debajo del mar. En otro momento un misionero del Pacífico me comentó que iba en un barco y vio un árbol en el mar, entonces le pregunta al conductor: “¿Ese árbol ha sido plantado en el mar?”. El conductor le responde: “No, ahí había una isla que ya no está más”. Y así, con tantos encuentros, diálogos y anécdotas, se me fueron abriendo los ojos;… Ese fue mi proceso, muy sereno, muy tranquilo, con datos que iba conociendo, hasta que llegué a la convicción de que la cosa era seria…”

Por su parte, Bill Gates, tras afirmar que su experiencia profesional gira en torno al software y no a la climatología, con motivo de los viajes a África que hicieron su mujer, Melinda, y él para atender a los fines de su Fundación: “Cuando volaba a ciudades importantes, miraba por la ventanilla y me preguntaba: “¿Por qué está tan oscuro ahí fuera? ¿Dónde están todas las luces que vería si sobrevolara Nueva York, París o Pekín?”. En Lagos, Nigeria, recorrí calles sin alumbrado donde la gente se acurrucaba alrededor de hogueras que habían encendido en viejos bidones metálicos (más aún, como Melinda y él conocieron a un alumno muy inteligente y estudioso, Ovulube Chinachi, en Lagos, le hicieron una fotografía -que incorpora a su libro- en que el niño está estudiando a la luz de una vela)… Lo difícil que resulta cuidar la salud cuando el ambulatorio local no mantiene las vacunas refrigeradas porque a menudo las neveras no funcionan… Cuesta ser productivo cuando uno no dispone de la luz suficiente para leer. Y es imposible desarrollar una economía que brinde oportunidades laborales a todos sin grandes cantidades de energía eléctrica fiable y asequible para oficinas, fábricas y servicios de atención telefónica… Descubrí que cerca de mil millones de personas carecían de un suministro eléctrico fiable y que la mitad de ellas vivían en el África subsahariana, (pero, dado que, por ejemplo, la quema de carbón para la generación industrial de calor y electricidad, produce también gases de invernadero)… Mi mentalidad cambió a finales de 2006, cuando me reuní con dos antiguos colegas de Microsoft que querían fundar organizaciones sin ánimo de lucro centradas en la energía y el clima. Los acompañaban dos climatólogos muy versados en estos temas y los cuatro me mostraron los datos que relacionaban las emisiones de gases de efecto invernadero con el cambio climático…”. (Dado que estos dos libros, publicados este mismo año, los he leído en Kindle, Amazon, citaré únicamente el nombre de los autores).

Otra coincidencia se refiere a la Cumbre de París. Escribe Bill Gates: “…A finales de 2015 surge una ocasión propicia para exponer argumentos en favor de la innovación y las nuevas inversiones: entre noviembre y diciembre, la ONU celebraría en París la Cumbre 21, una gran cumbre sobre el cambio climático… Unos meses antes, me reuní con François Hollande. El por aquél entonces presidente de Francia estaba interesado en convencer a inversores privados de que participaran en la conferencia y yo estaba interesado en incluir la innovación en el orden del día.… En septiembre, dos meses antes del inicio de la conferencia de París, escribí por correo electrónico a más de una veintena de multimillonarios a los que conocía; mi esperanza era convencerlos de que se comprometieran a complementar con capital riesgo la nueva financiación de la investigación por parte de los gobiernos.… Las reacciones me llenaron de alegría. El primer inversor contestó que sí en menos de cuatro horas. Cuando, dos meses después, se inauguró la cumbre de París, se habían sumado 26 más…”

Y por su parte, el Papa Francisco, vive una experiencia parecida con relación a esta misma Cumbre: “… Mientras se trabajaba en esto, viajé a Estrasburgo, Francia, en 2014, a dar una conferencia en el Consejo de Europa. El presidente Hollande mandó a su ministra de Ambiente, que en ese momento era Ségolène Royal, a recibirme. Mientras charlábamos en el aeropuerto me dijo que se había enterado de que yo estaba escribiendo una carta encíclica sobre el cuidado del medio ambiente. Le expliqué un poco como era la cosa y me dijo que por favor la publicara antes de la reunión de los jefes de Estado que debía tener lugar en París en diciembre de 2015. Quería que esa reunión saliera bien. Y salió bien, aunque después algunos se asustaron y se replegaron. Me alegré de que Laudato Si’ haya jugado un papel para el resultado de esa reunión: el compromiso vital de reducir el calentamiento global.”

La gravedad del cambio climático, debido a los miles de millones de toneladas que arrojamos cada año a la atmósfera y que se ha convertido ya en el principal problema que tiene la humanidad, se expone, con brillantez y contundencia en diversos párrafos de los libros citados, pero como aparece, en parte, sintetizada en otro libro, cuyos autores –sobre todo ella– se encuentran entre las personas más autorizadas para hablar de ese peligro: “Estamos al tanto de la posible existencia del cambio climático al menos desde la década de 1930, y tenemos la certeza desde 1960, cuando el geoquímico Charles Keelink midió el CO2 de la atmósfera terrestre y detectó un aumento anual. Desde entonces hemos hecho poco para contrarrestar el cambio climático, y el resultado ha sido el incremento de las emisiones de los gases de efecto invernadero que lo provocan. Continuamos persiguiendo el crecimiento económico mediante la desenfrenada extracción y quema de combustibles fósiles, que tiene un impacto fatal sobre nuestros bosques, océanos y ríos, suelo y aire… A lo largo de los últimos 50 años hemos socavado gravemente la integridad medioambiental de nuestra Canica Azul y hemos amenazado la continuidad de nuestra vida en ella. Nuestros estilos de vida posteriores a la Revolución industrial han causado daños enormes a todos los sistemas naturales. Debido principalmente al uso desenfrenado de los combustibles fósiles y a la vasta deforestación, la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera excede en la actualidad a cualquier cota alcanzada desde mucho antes de la última era glacial,…”. (Christiana Figueres y Tom Rivett-Carnac, EL FUTURO POR DECIDIR: COMO SOBREVIVIR A LA CRISIS CLIMÁTICA, Amazon, Kindle, 2021, p.9). En efecto, desde hace sólo cincuenta años, el aumento de los gases de efecto invernadero, provocado, sobre todo, por el hombre, ha sido tan exponencial, que si no se frena –y conseguir frenarlo es difícil pero posible–, parece inevitable provocar una catástrofe de dimensiones desconocidas.

Por su parte, los dos autores que se están analizando, coinciden en dar una importancia decisiva al cambio climático en el inmediato futuro de la Humanidad. El Papa Francisco, escribe: “Allí señalé que hace falta una conversión ecológica, no sólo para evitar que la humanidad destruya a la naturaleza, sino para evitar que se destruya a sí misma… Empecé a ver la unidad entre en la ecología y lo humano, y cómo el destino de la humanidad está unido inseparablemente al destino de nuestra casa común. Es una conciencia, no una ideología. Hay movimientos verdes que transforman la vivencia ecológica en ideología, pero la conciencia ecológica es conciencia, no es ideología. Es una conciencia en la que se juega el destino de la humanidad”.

Con un matiz diferente (pero que también lo expresa en otros párrafos el Papa Francisco), dictamina Bill Gates: “El mundo jamás ha acometido una tarea tan colosal. Todos los países tendrán que modificar su manera de hacer las cosas. Prácticamente la totalidad de las actividades de la existencia contemporánea conllevan la liberación de gases de efecto invernadero y, a medida que pase el tiempo, más personas accederán a este estilo de vida.

Esto es positivo, pues significa que las condiciones en que vive la gente van mejorando. Sin embargo, si no modificamos otros factores, el mundo seguirá produciendo gases de efecto invernadero, el cambio climático continuará empeorando y su impacto sobre la humanidad será con toda seguridad catastrófico”.

Pero donde resulta mayor la coincidencia, es en la defensa que ambos hacen de los pobres. El papa Francisco desde el amor. Bill Gates, desde la justicia: con datos incontestables demuestra la injusticia que supone hacer pagar más a los pobres, a los menos culpables de producir gases de efecto invernadero, dado que si se prescinde de los combustibles fósiles, todo va a encarecerse, desde la comida o la luz, hasta el desarrollo económico de los países pobres o emergentes.

Hay que tener en cuenta, que el descenso de 6 u 8 grados, supone una glaciación en una gran extensión de nuestro planeta y que un ascenso de esos mismos grados en la temperatura global supone, entre otros muchos perjuicios, la desertificación de muchos kilómetros, sobre todo, de las tierras secas, donde viven los más pobres, con la migración de cientos de miles de personas que ello supone (también de animales, de insectos, de mosquitos, garrapatas, etcétera), así como, una subida del nivel del mar que afectará en torno a un tercio de la población mundial, que vive en lugares o ciudades al lado del mar e incluso algo más adentro y que deberán emigrar, por cuanto sus acuíferos, con el ascenso del mar pasarán de agua dulce, de agua potable a agua salobre no apta ni para el consumo ni para el riego de huertas o plantaciones.

Los datos que aporta Bill Gates son los siguientes: de los cincuenta y un mil millones de toneladas de dióxido de carbono que se vierten cada año a la atmósfera, el 27 % se deben a la creación de energía eléctrica a través de empresas que usan carbón u otros combustibles fósiles; el 31% a cómo fabricamos el cemento, el vidrio, los plásticos, etcétera (por ejemplo, China, en los primeros 16 años de este siglo ha fabricado más cemento que Estados Unidos, a lo largo de todo el siglo XX); el 19% a cómo cultivamos y comemos (conviene tener en cuenta que aunque los datos se faciliten en dióxido de carbono, por ejemplo, las heces de los cerdos -que, afortunadamente, abundan tanto en España-, producen óxido nitroso y cada molécula de este gas equivale a 268 moléculas de dióxido de carbono); el 16% a nuestros desplazamientos en coche autobús, camión, avión,…; y el 7% a la manera cómo nos calentamos o enfriamos, ahora que la calefacción, los frigoríficos, los aparatos de aire acondicionados, etcétera, se están difundiendo. (Expreso mi reconocimiento y gratitud al Papa Francisco y a Bill Gates por los tres párrafos que he reproducido, así como a Christiana Figueres y Tom Rivett-Carnac, por el que he reproducido).

Hasta aquí, la situación actual, pero si el lector sigue interesado, en un próximo artículo, expondré, de la mano de éstos y otros autores, las medidas que ya en la actualidad se pueden habilitar –y así se está empezando a hacer– para reducir drásticamente la emisión de gases de invernadero, así como las que habría que “inventar”, para conseguir unas emisiones cero.

Francisco Ansón