La crisis del PSOE es una simple anécdota más. La verdadera categoría es el fin del socialismo en el mundo...
El anuncio el pasado 1 de Diciembre por el presidente francés Francoise Hollande renunciando a presentarse a la reelección en 2017, en el momento más bajo de popularidad en los sondeos, suena...
La crisis del PSOE es una simple anécdota más. La verdadera categoría es el fin del socialismo en el mundo.
En realidad el fin del socialismo no es una tesis nueva. Hace ya casi ochenta años que el pensador y escritor norteamericano, hoy prácticamente olvidado, Max Eastman lo anticipó en una obra titulada The End of Socialism in Russia (Little, Brown & Co., Boston, 1937), y en su secuela Reflections on the Failure of Socialism (Devin Adair Co., New York, 1955).
1937 fue un año que tuvo a Eastman muy ocupado, ya que también publicó su brillante traducción inglesa de la obra de Leon Trotsky, The Revolution Betrayed (Doubleday, Doran & Co., New York, 1937), puso su voz como narrador a la película documental sobre la Revolución en Rusia, Tsar to Lenin (producida por Herman Axelbank), y tuvo una famosa y reportada pelea a puñetazos con Ernest Hemingway (por un artículo de Eastman sobre los toros en España) en las oficinas de la editorial Scribner´s Sons en Manhattan, según The New York Times, August 14, 1937.
En tal año de 1937 Eastman había evolucionado desde el comunismo hacia lo que él llamaba “liberalismo científico”. En 1955, cuando publica la secuela, aparece como asesor y colaborador de National Review, la emblemática revista del conservadurismo norteamericano recién fundada, y entonces prefería describir su posición política “libertarismo conservador”.
Cronológicamente Max Eastman fue el primer comunista (en 1917) y el primer ex comunista/anti-comunista (en 1937) de América. Su anti-comunismo, sofisticado e intelectual, le llevó a impugnar al socialismo en general, con la ayuda de los análisis económicos de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. Éste nos recordará que la era del socialismo se prolongó durante aproximadamente un siglo, desde 1848 hasta 1948. Lo que hemos tenido después es el Welfare State, el Estado Social y el denominado consenso socialdemócrata (The Constitution of Liberty, Chicago, 1960, chap. 17 : “The Decline of Socialism and the Rise of the Welfare State”).
Marx y Engels habían postulado el fin gradual de las superestructuras ideológicas. Trotsky criticó el “sustitucionismo” de Lenin, y más tarde la degeneración burocrática y el “bonapartismo” de Stalin. Eastman en su cientificismo (que comparto con importantes matices) fue más radical al denunciar la “dictadura del secretariado” y el “totalitarismo” (y finalmente el “trotskismo”, el “marxismo” y el propio “socialismo”).
Muchas de estas cuestiones fueron recogidas en la summa sociológica de Daniel Bell, The End of Ideology (The Free Press, New York, 1960) -cuyo título fue inspirado en la expresión “fin de las ideologías”, empleada por Albert Camus en 1946- y ampliamente debatidas por los intelectuales liberales, conservadores y neoconservadores durante la Guerra Fría (James Burnham, Friedrich Hayek, Raymond Aron, Edward Shils, Irving Kristol, Seymour M. Lipset, Dennis H. Wrong, Chaim I. Waxman, etc., sin olvidar al español Gonzalo Fernández de la Mora).
Tras la caída del Muro de Berlín James Buchanan publicó el artículo “Socialism Is Dead. Leviathan Lives” (The Wall Street Journal, July 18, 1990). Sobre el tema yo mismo di una conferencia en 1991 en la sede melillense de la UNED que titulé “Finalismo comunista y Fin el comunismo”, publicada con muchas notas y bibliografía en la revista Aldaba, nº 20, Melilla, 1992.
El fin del socialismo tradicional se ha producido ya en Estados Unidos, en Rusia, en casi todo el Este de Europa, y en Italia… Está en crisis o estado terminal en Austria, Gran Bretaña, Alemania, Francia, España… Sobrevive en formas “comunistas” en Corea del Norte, China, Cuba, Vietnam… y en formas “populistas” en Grecia, Italia, Portugal, en nuestro propio país con el fenómeno transitorio de Podemos, en Iberoamérica y en casi todo el Tercer Mundo. Pero en todos los casos con un marcado carácter de marginalidad respecto al proceso histórico mundial hacia la libertad y la democracia.
En la madrugada del 7 de Noviembre de 1917, en las primeras horas de la Revolución bolchevique, Leon Trotsky, líder del golpe de Estado, condenó al basurero de la Historia a todos los partidos socialistas (excepto los bolcheviques): mencheviques, social-revolucionarios, trudoviques y otros partidos menores. Irónicamente en la Rusia de hoy, tras el colapso de la Unión Soviética, prácticamente han desaparecido los restos de bolchevismo (los comunistas son una especie de zombis) y sus sucesores, con Vladimir Putin a la cabeza, ni mencionan la palabra “socialismo”.
El anuncio el pasado 1 de Diciembre por el presidente francés Francoise Hollande renunciando a presentarse a la reelección en 2017, en el momento más bajo de popularidad en los sondeos, suena un poco a la retirada histórica del socialismo galicano de la escena pública.
Estados Unidos: del Workingmen´s Party a Bernie Sanders
Curiosamente Estados Unidos fue el primer país – como destacaría el mismísimo Marx- donde, después de diversos experimentos utópicos fracasados, apareció un partido socialista, el Workingmen´s Party en una fecha tan temprana como 1829 (los partidos socialistas europeos solo empiezan a formarse después de las revoluciones de 1848), pero su marginalidad va a ser una característica del “excepcionalismo americano”, tal como Tocqueville describiría la cultura política del liberalismo como tradición única en aquél país. En la misma percepción, el sociólogo alemán Werner Sombart publicará un librito con el significativo título ¿Por qué no hay Socialismo en los Estados Unidos? (1905), y años más tarde Sinclair Lewis la novela-distopía It Can´t Happen Here (1934), que aunque fue juzgada como un manifiesto anti-fascista, el propio autor reconocería que, sutilmente, era una crítica a todas las formas de colectivismo y estatismo autoritarios.
El sociólogo y politólogo Seymour M. Lipset titularía precisamente American Exceptionalism (1996) y, con Gary Marks, It Didn´t Happen Here (2000), los estudios empíricos más exhaustivos y definitivos sobre el fracaso del socialismo en los Estados Unidos.
Tras el precedente del WP, liderado por Robert dale Owen, surgieron otros, como el marxista Socialist Labor Party, liderado por Daniel De Leon en los años 1870s, y el gran sindicato reformista American Federation of Labor, liderado por Samuel Gompers en los años 1880s. Hacia 1900 se constituye el American Socialist Party, vinculado a la Segunda Internacional, siguiendo el modelo ideológico del SPD alemán y todos los europeos: PSOE español, PSI italiano, SFIO francés, los escandinavos, el ruso, etc. Su líder y candidato presidencial Eugene Debs obtuvo solo el 3 % de los votos en 1904 y el 2,8 % en 1908. En 1912 consiguió el récord, que nunca más igualará un candidato socialista, de un 6 % (aproximadamente poco más de 900.600 votos), y volvió a descender al 3,2 % en 1916 y 3,4 % en 1920.
Un autor izquierdista, James Weinstein, titulará su obra The Decline of Socialism in America, 1912-1925 (Monthly Review, New York, 1967). En plena Gran Depresión, el histórico líder del ASP Norman Thomas solo pudo obtener como candidato presidencial el 2,2 % de los votos en las elecciones de 1932.
Un volumen similar obtendrán en momentos posteriores otras alternativas socialdemócratas más modernas: Henry Wallace y el Progresive Party en las elecciones presidenciales de 1948 (2,4 %); Ralph Nader y el Green Party en las de 2000 (2,7 %). En este último caso, con casi 3 millones de votos Nader impidió –específicamente en la batalla de Florida- el triunfo del Partido Demócrata y su candidato Al Gore.
Desde los años 1960s el ASP bajo el liderazgo de Michael Harrington se había integrado en el ala izquierda del Partido Demócrata –los dos grandes partidos americanos en realidad son amplias coaliciones de diversas corrientes y pequeños partidos- una fórmula que posteriormente adoptarán otras personalidades socialistas con aspiraciones presidenciales, como Barack Obama y Bernie Sanders.
Obama procedía del New Party, grupo socialista independiente de Chicago, y tras adoptar la “marca” del Partido Demócrata, ganó la elección de senador del Estado de Illinois en 1996, plataforma que le catapultaría al Senado del Congreso federal por Illinois, y finalmente la Presidencia en 2008. El ranking en 2007de National Journal, basado en el “rating” de su voto en el Senado, certificó que Obama era el senador más “liberal” (léase el más progresista o “socialdemócrata”), que ganaría la Casa Blanca con el 52,9 % en la elección de 2008, y con el 51,1 % en la reelección de 2012.
En la campaña presidencial de 2016 otro socialista independiente, Bernie Sanders, senador del Congreso federal por Vermont, intentó la misma estrategia, pero no tuvo éxito en las primarias del Partido Demócrata (pese a obtener más de 13 millones de votos y ganar en 21 Estados) frente a su rival Hillary Clinton (que obtuvo casi 17 millones de votos y ganó en 27 Estados). Parece que los votantes demócratas durante las primarias y el electorado en general ya han tenido suficiente “socialismo”con lo ocho años de Obama.
España: de Pablo Iglesias (I) a Pablo Iglesias (II)
Como de costumbre, y a pesar de la globalización, en términos de cultura política en España vamos atrasados varias décadas respecto a la evolución de los países avanzados en Europa, y algunas más respecto a la de los Estados Unidos.
La compleja historia del PSOE ha sido objeto de múltiples análisis, mayoritariamente hagiográficos, con las raras excepciones de estudios históricos generales de autores como Stanley G. Payne, Ricardo de la Cierva, Pío Moa, o periodísticos de José García Abad, y en especial las obras recientes de Juan Carlos Girauta (La verdadera historia del PSOE: de Pablo Iglesias a Zapatero, Buenas Letras, Madrid, 2010) y de Enrique D. Martínez-Campos. Particularmente esta última, de la que ya han aparecido 3 volúmenes por la Editorial CSED de Astorga: El PSOE de problema a pesadilla, 1870-1936 (2013), El PSOE ¿un problema para España?, 1936-1939 (2013), y El PSOE, cuarenta años de vacaciones. Primera parte, 1939-1958 (2016). Imprescindible trabajo de investigación escrito en un lenguaje claro y preciso, como destaca el escritor y editor Juan Manuel Martínez Valdueza en el prólogo al primer volumen, “con una prosa libre de oropeles y de una naturalidad asombrosa”. Asimismo, nos advierte el prologuista, se trata de una obra cuya lectura nos produce “un toque de tristeza” por una historia que “no deja de ser sorprendente e inquietante”, en la que “prevalecen, para desgracia de los españoles, su desprecio por “los otros”, su desprecio a la historia común y, fundamentalmente, su concepción internacionalista cada vez más alejada de la idea de España como realidad histórica y con entidad propia”. Una historia de sectarismo político jalonada de intentos de golpes de Estado (1917, 1930, 1934) y mentiras. A los que podrían añadirse –pienso yo– los “agujeros negros” del 23-F (1981) y del 11-M (2004).
La historia del socialismo español y sus ramificaciones izquierdistas se inicia con Pablo Iglesias (I) y concluye con Pablo Iglesias (II), dos típicos representantes de una intelectualidad “lumpen”, proclives al sectarismo y a la amenaza violenta. Como diría irónicamente Marx la historia siempre se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como comedia. La pobreza histórica del movimiento socialista español en capacidad intelectual, estratégica y de liderazgo ha llegado a su punto límite y crítico tras la prolongada época del Felipismo (1982-1996), beneficiaria de las grandes expectativas de la sociedad española y del consenso de la Transición, aparte de los apoyos exteriores de la Internacional Socialista de Willy Brandt y del propio Departamento de Estado norteamericano.
Momento crucial y de inflexión será el Bad Godesberg español, el Congreso extraordinario (1979) y la renuncia al marxismo como ideología única (en 1976 un novato Felipe González todavía defendía, en una reunión de líderes socialistas en Dinamarca, ¡la “dictadura del proletariado”!), así como la posterior incorporación de España a la OTAN, tras iniciales titubeos acompañados de confusas y demagógicas decisiones.
La degeneración del PSOE se intensificó durante los liderazgos de Zapatero y de Sánchez. El partido fue perdiendo sus señas de identidad socialdemócrata (un personaje pintoresco como Balbás debería presumir menos de socialdemócrata y admitir su responsabilidad en tal deriva y en la auto-destrucción del partido). El PSOE volvía a radicalizarse en temas ideológicos como el aborto, un retórico anti-capitalismo, el anti-americanismo, el multiculturalismo y un anacrónico anti-franquismo (Ley de Memoria Histórica, Alianza de Civilizaciones, etc.). Era inevitable que la deriva final fuera hacia la “podemización” y un entendimiento con Pablo Iglesias (II), exhibiendo un talante apaciguador con los independentistas periféricos.
El denominado consenso socialdemócrata, así, lo ha monopolizado cómodamente el centro-derecha con el PP, partido más fiable para las clases medias e incluso las trabajadoras tradicionales. La alternativa más moderna de centro-izquierda la representa mejor el nuevo partido Ciudadanos, que si fuera capaz de madurar políticamente y consolidarse (como un partido liberal progresista al estilo del Demócrata estadounidense u otros europeos) podría a corto o medio plazo desplazar definitivamente a un PSOE anclado en un estilo viejo “socialista”, “obrerista”, y sin una clara idea de la Nación española, de su Estado y de su Constitución.
En tal caso, por única vez citaría al indigente intelectual Pedro Sánchez para aplicar sus palabras, no a la comisión gestora sino a todo el PSOE: “Vuestro tiempo se ha acabado”.