La Crítica, 27 Noviembre 2016
El mes de noviembre sigue fiel a su cita anual y se lleva cada día gentes de todo pelaje y, entre ellos, figuras de relumbrón que hacen temblar esa red global en que se ha convertido nuestro mundo. Fidel Castro que, si bien llevaba una década fuera de servicio como adalid revolucionario del siglo XX -que ya es decir-, seguía siendo en su retiro hospitalario el "amado líder" para millones de cubanos y para un número indeterminado de comunistas recalcitrantes del resto del mundo, ha dejado de existir físicamente, con lo que eso conlleva de simbolismo.
En España, la pulcritud de las instituciones democráticas ante esta muerte podría interpretarse como un pasar de puntillas para no perjudicar el futuro de unas relaciones con Cuba que, como casi todo en nuestra moderna sociedad global, han de ser de marcado signo económico y no de proximidades ideológicas o de restituciones onerosas de pasadas ofensas.
En cuanto a los ciudadanos españoles de a pie más mayores, es dudoso que la desaparición de Fidel Castro suponga un acercamiento de posiciones, tan enfrentadas como irreconciliables, de los que han hecho durante décadas del finado héroe o villano de un mundo que, a pesar de parecer próximo, es tan lejano ya como el propio sueño revolucionario.