Los viajes de Ángel

La Plata. Principio y fin del viaje

La Patagonia. Crónica de un viaje

23/11/2016

Sábado 26 de noviembre de 2016

Entramos en la Plata como quien ha sido capaz de realizar un gran reto. La Plata fue el primer lugar que visitó Bruce Chatwin antes de adentrase en su aventura patagónica. Aquí se encuentra el mejor Museo de Historia Natural de América del Sur.

Aquí está todo el viaje



Esta noche hemos dormido en Azul, una pequeña ciudad en la ruta hacia La Plata. La cena en Los Vasquitos, decente y a buen precio.

A primera hora de la mañana partimos al último destino de este viaje. En Flores, ciudad intermedia en la Ruta 3, descubrimos un cementerio muy interesante. Caminamos unos metros entre panteones y tumbas. El cementerio tenía el aspecto de una pequeña ciudad con sus calles perfectamente definidas. El aspecto de algunos panteones era desolador. Muchos ataúdes sobresalían de los nichos mostrando parte de los esqueletos. Supuse que todos los descendientes habían desaparecido y que ese era el motivo de tal abandono. Siempre me han gustado los cementerios pero la visita al de Flores ha resultado un poco tenebrosa.


Entramos en la Plata como quien ha sido capaz de realizar un gran reto. La Plata fue el primer lugar que visitó Bruce Chatwin antes de adentrase en su aventura patagónica. Aquí se encuentra el mejor Museo de Historia Natural de América del Sur.

La Plata ha sido y es desde siempre un referente en la vida universitaria de Argentina. Cuando Chatwin visito el museo las proclamas al Che Guevara envolvían prácticamente todos los muros exteriores del edificio. Para llegar al museo hay que recorrer una alameda repleta de gingkos cuyos troncos se aferran a la tierra como patas de dinosaurio.

Ya en el museo vagamos por salas llenas de reproducciones de animales prehistóricos. Aquí lo humano tiene poco protagonismo. En una sala se reproducían los esqueletos de los mayores cetáceos marinos. En otra, las vitrinas estaban pobladas con aves disecadas de plumajes inimaginables. Las grandes serpientes llenaban la sala más bella del museo. Los gigantescos dinosaurios eran los principales actores en toda esta película.

Intenté encontrar al dinosaurio descubierto por Casimir Slapelic (el anciano piloto de Sarmiento al que hice referencia en una crónica anterior) que Chatwin nombra en su libro. Pregunté a un guía. Desconocía si se encontraba en el museo, el viaje de Chatwin se sitúa sesenta años atrás, en ese tiempo muchas cosas habían cambiado. De lo que si sabía y me mostró orgulloso era del Milodonte o Mylodon Listai, una especie de perezoso terrestre hallado en la “Cueva del Seno” en Última Esperanza, cerca de Puerto Consuelo (Chile).

Me guió hasta la sala donde se encontraba. Ahora lo tenía delante de mí tal como lo describió Chatwin: garras, excrementos, huesos con los tendones adheridos y un trozo de piel con pelos rojizos, de aspecto similar al pequeño trozo que tenían sus abuelos colgado sobre una pared en la lejana Gran Bretaña.

Como dije en un capitulo anterior, este libro “En la Patagonia” lleva conmigo más de veinte años. Si para Bruce Chatwin el motivo de su viaje fue un trozo de piel con pelos rojizos para mí lo ha sido siempre su relato. Han sido cerca de 8.000 kilómetros por carreteras y pistas de ripio por las diversas regiones de la Patagonia (Rio Negro, Chubut, Santa Cruz).

Hay muchos lugares que no hemos podido visitar como Rio Gallegos, Tierra de Fuego, el propio Buenos Aires y muchas de las estancias que él si visitó. He llegado a la conclusión de que aquí, en esta tierra del fin del mundo todo cambia lentamente, que vestigios de hace 50 o 60 años todavía permanecen. Quizá Internet y la facilidad del turismo de aventura de hoy lo han cambiado en parte, pero está claro que los gauchos van a seguir montados sobre la grupa de sus caballos, los hombres de las haciendas seguirán cuidando el ganado combatiendo al puma y las llanuras infinitas seguirán siendo eso: infinitas.

El viaje ha llegado a su fin. La experiencia ha sido dura y enriquecedora. Mi agradecimiento a José, compañero de fatigas, sin su ayuda esta crónica no hubiera sido posible. Mil gracias a esos hombres y mujeres que habitan la Patagonia, tierra de sueños y pasiones humanas irrepetibles.

AGAEL.