Los viajes de Ángel

La ruta hacia Chubut

En la Patagonia. Crónica de un viaje

13/11/2016

Domingo 20 de noviembre de 2016

Las esculturas toman sus raíces del suelo rocoso y resaltan sobre el fondo de las montañas nevadas. Por un momento pienso que están en el lugar adecuado, no en un museo ni una sala de exposiciones. Aquí, donde nace, vive y muere la madera es su lugar.



Después de un copioso desayuno abandonamos Bariloche y nos dirigimos hacia Esquel. La mañana está fría y amenaza con lluvia. Hacia el Sur las predicciones del tiempo son mejores.

Conducimos bordeando lagos de aguas oscuras encajonados entre montañas imponentes. Resulta muy difícil prestar atención a la conducción así que nos alternamos al volante para poder disfrutar de las vistas. En la ruta el número de ciclistas va en aumento. No es de extrañar que sea una ruta tan frecuentada: el firme de la carretera está en idóneas condiciones y las cuestas no son demasiado empinadas.

Esta ruta tiene el nombre de los siete lagos o Ruta 40. Más allá de los bosques de coníferas las nubes crean siluetas inquietantes. Es difícil definir con palabras la sensación de libertad que se siente en este lugar. Los hombres tendemos a magnificar las situaciones que nos abruman, aquellas que nos hacen sentir insignificantes. Quizá para el que vive en este lugar le sea pura rutina, cotidiano. Para un viajero es totalmente diferente, sorprendente. Así debe de ser, sorprendente.

Poco antes de las doce de la mañana llegamos a El Bolsón. Tomamos una pista de tierra y ascendimos por la ladera de una montaña en busca del Bosque Tallado. Unos años atrás un incendio devoro una parte de los arboles que se precipitan por la ladera de la montaña. Unos artistas tomaron la iniciativa de crear conciencia de ello y crearon este bosque mágico. Una ascensión de una hora te introduce de lleno en la magia de la escultura sobre madera. Sobre la base de los troncos de los árboles quemados lo artistas han creado un mundo de mitos y leyendas, de animales mitológicos y antiguos ancestros de esta tierra. El lugar es accesible pero no del todo por lo que se puede visitar y disfrutar en una extraña soledad. Las esculturas toman sus raíces del suelo rocoso y resaltan sobre el fondo de las montañas nevadas. Por un momento pienso que están en el lugar adecuado, no en un museo ni una sala de exposiciones. Aquí, donde nace, vive y muere la madera es su lugar.


Decidimos seguir nuestro camino hacia Epuyen. Esta pequeña población apenas era una calle de barro cuando Chatwin la visito 60 años atrás. De aquellas solo había gauchos a caballo que se emborrachaban en la única tienda que había en el lugar. El propietario era un tal Natiane. En el libro “En la Patagonia” Chatwin lo nombra como Naitane erróneamente, según me confirmo Héctor Barria, un hombre que encontré a la entrada de un mercado Mapuche. Lo que antaño era la tienda para todo: comprar, comer, dormir, beber, fornicar, … del señor Natiane hoy en día es una ferretería escondida detrás de un árbol llorón. Ha sido la primera vez que me he emocionado en este viaje, el primer contacto con la historia de este libro que lleva conmigo más de 20 años.

Lo mejor del día estaba por llegar. Cerca de Epuyen se encuentra la localidad de Cholila. Esto es puro aislamiento patagónico. Cholila fue el refugio de los pistoleros americanos Butch Cassidy y Sundance Kid. Ambos, junto con la compañera de este ultimo Etta Place –mujer de armas tomar- buscaron en la Patagonia el refugio adecuado después de sus andanzas en el loco oeste americano.

A la entrada de Cholila preguntamos a un joven si conocía el lugar donde los pistoleros construyeron sus cabañas. Ermes regentaba la verdulería “Olivia”. Amablemente nos indico el camino.

La estancia de Cassidy y Kid se encuentra situada al lado de un arroyo. Se conservan cuatro cabañas de las cuales, dos tienen aspecto de no haber sido restauradas desde su construcción. En su interior es difícil no sentir cierta simpatía por estos forajidos. La de leyendas que encierran estas paredes de troncos. El lugar está completamente desolado, un viejo árbol preside la parte exterior. En la parte superior una gran rama se retuerce formando un arco. José me comenta que más de un cuerpo pudo balancearse aquí en el pasado.

Abandonamos el lugar satisfechos de haber vivido un momento único en nuestras vidas. Cerca de la entrada un coche detuvo su marcha. Al volante un hombre entrado en años nos solicito atención con su mirada. Su nombre era José Said Daher, nieto de Simon Daher, de ascendencia Libanesa. Nos invito a conocer su casa, apenas a unos metros del lugar. El viejo caserón encerraba un pequeño museo familiar. Durante dos generaciones el lugar ejerció labores de parada de postas. Se vendía gasolina, alimentos, bebidas, incluso los primeros automóviles de la zona. Ahora estaba en alquiler pues la situación en Argentina no está para bromas y tampoco se ven muchos viajeros por estos lares.

Nos despedimos con un apretón de manos y partimos hacia Esquel.

Era de noche cuando llegamos a esta pequeña ciudad del Chubut. Aparcamos el vehículo al lado de un kiosco y preguntamos al dueño por un lugar para alojarnos. Nos recomendó unas cabañas anexas a su negocio. Las regentaba un Gales y su mujer. El precio era económico y las cabañas confortables. Decidimos quedarnos.

Esa noche cenamos en una Parrilla cercana. Pedí un poco de pescado para cenar harto ya de tanta carne. Tengo que reconocer que la carne Argentina es excelente y muy natural. No puedo decir lo mismo de la variedad de platos y del servicio en ciertos lugares. Este no era una excepción.