Fernando Álvarez Balbuena

LOS NUEVOS DERECHOS HUMANOS

Sábado, 17 Septiembre 2016

Fernando Álvarez Balbuena | Sábado 17 de septiembre de 2016
El filósofo y ensayista vienés George Steiner ha dicho:“El recién nacido es ya lo suficientemente viejo como para poder morir”. La frase es, no solamente profunda, sino terrible...

El filósofo y ensayista vienés George Steiner ha dicho:“El recién nacido es ya lo suficientemente viejo como para poder morir”. La frase es, no solamente profunda, sino terrible y además crudamente realista y definitoria de la precariedad de la vida humana. Está, cómo no, claramente influenciada por el pensamiento de Heidegger y de la angustia vital del existencialismo que era moda absoluta en el París en que Steiner hizo sus principales estudios.

Pero la frase se ha quedado pequeña y ha sido superada por el nuevo concepto de lo que son hoy los “derechos humanos”. En virtud de las nuevas leyes protectoras de los derechos de la mujer, ya no es necesario nacer para morir; puede morirse ya mucho antes, dentro del claustro materno, sin que la sociedad se descomponga por ello porque la protección del indefenso ha cedido el paso al hedonismo y a la irresponsabilidad y, en su virtud, el nasciturus no es sujeto de derechos, estos son solamente detentados por quienes, a su criterio, decidan sobre si el feto debe de alcanzar el estado de infante o si debe de ser destripado y echado a la basura.

Y esto es así porque quienes tienen la facultad y el deber de legislar, han confundido lamentablemente el derecho natural con el derecho positivo. Ya no hay más ley que la decidida en los parlamentos (o en oscuros conciliábulos) mediante la sacralización del equívoco concepto de mayoría. Hoy las mayorías, en un falso sentido de lo que es en realidad la democracia, lo son todo políticamente, aunque sus decisiones lesionen frontalmente lo que desde la más remota antigüedad se consideraba moral, respetable y por encima de cualquier ley que los hombres pudieran decidir.

Roma, nuestra madre, tenía un derecho modélico que nos transmitió y cuyas fuentes eran el ius, fas y boni mores, es decir: la justicia, la religión y las buenas costumbres Pero es claro que los hombres de hoy, sobre todo los que gobiernan, son mucho más sabios que los grandes jurisconsultos romanos y será bueno que a estas antiguallas las desterremos de nuestro orden social y que nos olvidemos de las enseñanzas de los sabios antiguos porque la modernidad no puede aceptar ninguno de los principios que informaron el derecho romano y que, curiosamente, eran tomados de la observancia estricta de las propias leyes de la naturaleza.

La distinción científica entre derecho natural y derecho positivo, deja poco margen a especulaciones teóricas que, muchas veces, vulneran el más elemental sentido común. Es, sin embargo, muy justo reconocer que, algunas veces, el derecho positivo, haciendo precisamente un uso ponderado del sentido común, ha venido a desterrar prácticas y malos usos que eran contra natura y practicados precisamente porque el mismo derecho positivo los autorizaba o no reparaba en ellos. Así las penas aflictivas de torturas y azotes, la propia pena de muerte, u otras que aún perviven en países con cuya civilización pretende España aliarse, tales como la pena de cortar la mano al ladrón, la lapidación de la adúltera, los inhumanos castigos carcelarios etc. etc. fueron barbaridades positivas que el propio derecho corrigió, retornando a los principios del derecho natural.

Pero la naturaleza, que es maestra de la vida, como los ecologistas pregonan a voz en grito, no produce abortos voluntarios y, por mucho que nos empeñemos en decir que una cosa es un crimen y otra un pecado, hay pecados que nada tienen que ver con la religión ni con las hoy denostadas censuras de los obispos, sino que son pecado contra la propia naturaleza sin necesidad de una ley que los sancione.

Que yo sepa, Hipócrates, padre de la medicina griega, no era ningún obispo, y en su juramento profesional establecía cuatro principios sagrados que todo médico debía observar poniendo a los dioses por testigos. Estos eran:

Respetaré por encima de todo a los maestros que me han ensañado este arte.

Guardará el secreto de cuanto me confíen mis pacientes.

No daré una droga mortal a ningún hombre, aunque me lo pidiera.

No daré pesarios ni abortivos a ninguna mujer.

Bien, esto era puro y simple derecho natural y las leyes griegas, como luego las romanas y las de todos los pueblos civilizados, las respetaron y las plasmaron en su legislación, apelando a principios tan racionales como la conciencia, la moral y la justicia. Hoy, lamentablemente han pasado de moda. Son retrógradas y oscurantistas. El progreso y su hijo (espurio) el progresismo, las han desterrado de nuestras vidas, solamente las defienden los obispos, contra los que, dicho sea de paso, se ha desatado la mayor campaña de desprestigio y de descalificación que se recuerda en los últimos treinta años.

Es curioso que se ponga el grito en el cielo desde instancias jurídico-penales contra la barbaridad norteamericana, cuya Constitución autoriza a cualquier ciudadano a portar armas o por tener vigente la pena de muerte en su legislación y no se clame aquí contra las mal llamadas eutanasia e interrupción voluntaria del embarazo, porque estos son aquí y ahora los nuevos derechos humanos.

Fernando Álvarez Balbuena

Dr. en CC. Políticas y Sociología