Manuel Pastor Martínez

Pequeña historia del Proyecto Floridablanca (2012-2016)

FLORIDABLANCA, UN PROYECTO PARA LA REGENERACIÓN DEL CENTRO-DERECHA EN ESPAÑA

Manuel Pastor Martínez | Martes 12 de julio de 2016

En esta pequeña y corta historia cabe señalar dos fases: la académica-intelectual (2012-2014) y la intelectual-política (2014-2016).

El cerebro y animador del proyecto desde el principio fue el historiador y profesor (antes de la UNED y actualmente de la Universidad Francisco de Vitoria) Florentino Portero, que tuvo la gentileza de proponerme como presidente de la sociedad inicial, asumiendo él las posiciones de vicepresidente y de investigador principal.

Otros profesores universitarios que inicialmente integraron el Instituto de Investigación Conde de Floridablanca fueron Ana Guerrero, Lourdes López Nieto, Emilio Sáenz-Francés, Manuel Coma, etc., y asimismo un numeroso grupo de estudiantes graduados en Historia, Ciencia Política y Relaciones Internacionales.



En esta pequeña y corta historia cabe señalar dos fases: la académica-intelectual (2012-2014) y la intelectual-política (2014-2016). El cerebro y animador del proyecto desde el principio fue el historiador y profesor (antes de la UNED y actualmente de la Universidad Francisco de Vitoria) Florentino Portero, que tuvo la gentileza de proponerme como presidente de la sociedad inicial, asumiendo él las posiciones de vicepresidente y de investigador principal. Otros profesores universitarios que inicialmente integraron el Instituto de Investigación Conde de Floridablanca fueron Ana Guerrero, Lourdes López Nieto, Emilio Sáenz-Francés, Manuel Coma, etc., y asimismo un numeroso grupo de estudiantes graduados en Historia, Ciencia Política y Relaciones Internacionales.

Respecto a la primera fase, el resultado inmediato fue la organización de conferencias y coloquios, aparte del asesoramiento universitario –desde una perspectiva académica rigurosa y liberal-conservadora- a jóvenes doctorandos, entre los que conviene destacar a Pedro F. R. Josa y María Corrés Yllera, con sendas tesis doctorales sobre diferentes aspectos de la democracia en los Estados Unidos, y a Ana Capilla y Natalia Urigüen, asimismo con sendas tesis doctorales sobre diferentes expresiones de la democracia cristiana en Europa.

Respecto a la segunda fase, hay que destacar el papel arrollador y eficaz de liderazgo asumido por Isabel Benjumea y un grupo de amigos procedentes de las Nuevas Generaciones del PP y de FAES, entre los que hay que señalar a los editores de Floridablanca (www.redfloridablanca.es) Jorge Martín Frías y José Ruíz Vicioso. El profesor Portero y yo mismo pasamos a formar parte del Consejo Asesor, al que se incorporaron también el embajador Javier Rupérez, el escritor y profesor José María Marco, y posteriormente el alto funcionario y parlamentario de UCD/PP Eugenio Nasarre, y el periodista y escritor Tom Burns Marañón.

Aunque mi ámbito de actuación ya no está en la política de los partidos, apoyo incondicionalmente el ideal reformista de los jóvenes militantes del PP en asociaciones como Floridablanca y otros grupos convergentes de centro-derecha. Profesional y vocacionalmente sigo dedicado exclusivamente a la enseñanza universitaria, como catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional (ahora Ciencia Política y de la Administración), en la Universidad Complutense de Madrid.

Como estrategia ciudadana, en aras a la consolidación final de nuestra democracia liberal –ahora en una profunda crisis por los desafíos anti-sistema, unos separatistas y otros de corte totalitario- comparto la idea que, entre otros, mi colega Florentino Portero ha descrito como la “casa común del centro-derecha”, es decir, la gran coalición natural que debe construirse en torno a un PP renovado y depurado de la vieja cultura y de las trabas partitocráticas (sigo pensando que convendría re-pensar el modelo de partido-coalición que, adelantándose a su tiempo, significó la UCD antes de que fuera abandonada por algunos democristianos y los socialdemócratas, incluido Adolfo Suárez con CDS, una especie de experimento de lo que hoy es Ciudadanos). Asimismo pienso que otros deben hacer lo propio en el centro-izquierda.

El club Floridablanca, entre otras cosas, viene celebrando interesantes debates políticos (“Cafés Floridablanca”), como el último al que tuve la oportunidad de asistir en Madrid el pasado mes de Mayo, en la Taberna Los Gallos, sobre el problema “¿Hemos derrotado a ETA? La batalla política de la memoria, la dignidad y la justicia.” Coordinando el acto Isabel Benjumea, directora de Floridablanca, asistieron y participaron personalidades de la sociedad, la política y el periodismo, muy diversas dentro del espectro de centro-derecha, como María San Gil, presidenta de la Fundación Villacisneros, Ana Iríbar, presidenta de la Fundación Gregorio Ordóñez, Ana Velasco Vidal-Abarca, directora de comunicación de la Fundación Villacisneros, Santiago Abascal, presidente de Vox, Isabel San Sebastián, Carlos Cuesta, Hermann Tertsch, Tom Burns Marañón, otras personalidades y numeroso público.

Mientras escribía esto se ha celebrado otro importante debate en Madrid (el 11 de Julio en el café Kon-Tiki, al que no he podido asistir) sobre los resultados electorales del 26-J, en el que han participado, entre otros, Isabel Benjumea, José Ruiz Vicioso, Eugenio Nasarre, Florentino Portero, Javier Rupérez, José María Marco y Javier Elorriaga.

Desde una posición de total independencia respecto a los partidos, pero sin ocultar mi filosofía política liberal-conservadora, creo que siguen siendo pertinentes las ideas del pequeño “manifiesto” sobre el Proyecto Floridablanca que escribí en St. Cloud, Minnesota (USA) durante las Navidades de 2014.

Reproduzco a continuación el texto original, cuya extensión sería levemente reducida al publicarse en el primer número de la revista Floridablanca (, 21 de Enero de 2015):

El Proyecto Floridablanca.- James Madison, principal arquitecto de la Constitución de los Estados Unidos, sostenía que si los hombres fuéramos ángeles no serían necesarias ni la política ni las leyes. Pero no siendo el caso, él mismo, junto a Alexander Hamilton, John Adams, Thomas Jefferson y otras personalidades ilustres de su generación, inventaron el mejor sistema político-constitucional que ha conocido la humanidad: la democracia liberal. Pero es importante comprender que en tal sistema, lo sustantivo es la libertad y lo adjetivo es la democracia.

Si es moralmente cuestionable que el fin justifique los medios, mucho más lo será que los medios desplacen a los fines. La libertad es un fin, sin duda el más alto y noble de la política –por no decir de la existencia humana-, y la democracia solo es un medio. Es un axioma internacionalmente aceptado casi unánimamente por el pensamiento político-constitucional liberal y conservador desde el siglo XX, tras los precedentes de los Federalistas americanos, Alexis de Tocqueville, y Lord Acton : entre otros, A. L. Lowell (1889), F. W. Maitland (1911), L. von Wiese (1916), C. Schmitt (1923), F. Schnabel (1933), J. Schumpeter (1942), B. Croce (1945), G. Randbruch (1950), H. Kelsen (1955), F. A. Hayek (1960)… y entre nosotros, J. Ortega y Gasset en diferentes ensayos entre 1917 y 1930.

Basten tres citas: “Quienes toman la ruta de la democracia como camino a la libertad confunden los medios temporales con el fin último”(Maitland); “La democracia es un método político, es decir, un cierto tipo de acuerdo institucional para llegar a decisiones políticas -legislativas y administrativas- y por tanto incapaz de ser un fin en sí mismo” (Schumpeter); “Es importante tener en cuenta que lo principios de la democracia y del liberalismo no son idénticos, y que incluso existe un cierto antagonismo entre ellos” (Kelsen).

La “democracia morbosa” (Ortega) o el “democratismo dogmático” (Hayek) no deben y no pueden anular los principios de la libertad. Esta es la razón por la que el liberalismo conservador (no como ideología, sino como filosofía política y cultura conservadora de las libertades individuales) es más necesario hoy que nunca ante la expansión del Estado democrático, las tentaciones colectivistas o estatistas, la partitocracia con su concomitante corrupción, y las agresivas tendencias tecno-burocráticas de la globalización.

El linaje del liberalismo conservador es como un gran río de la historia con muchos afluentes. Se han destacado dos grandes tradiciones, la Anglicana y la Galicana (según la terminología de Francis Lieber en 1848). Personalmente me identifico más con la primera, y en particular con la corriente ilustrada escocesa de Adam Smith, David Hume, Adam Ferguson, etc., que se proyecta y prolonga en el Nuevo Mundo con la Independencia de los Estados Unidos, desde los Founding Fathers hasta Abraham Lincoln. Pero no deben olvidarse otros nombres: Locke, Burke, Montesquieu, Jovellanos, Humboldt, Constant, Tocqueville, Acton, Stuart Mill…

Algunos principios básicos del constitucionalismo liberal han sido expresados, paradójicamente, por pensadores aparentemente “reaccionarios” pero con profundas y valiosas intuiciones como, por ejemplo, la visión trágica de un futuro despotismo universal –lo que será más tarde el totalitarismo europeo- propiciado por el nihilismo, el ateísmo y la revolución socialista en sus múltiples formas (Juan Donoso Cortés), la idea de una mayoría concurrente versus la mayoría numérica en la democracia constitucional (John Calhoun), o la provisión de que ningún sistema constitucional debe legitimar y permitir las fuerzas políticas -ideologías y partidos anti-sistema- que buscan su destrucción (Carl Schmitt). La libertad de expresión es incuestionable y siempre la defenderemos, pero desde el momento en que las ideologías anti-sistema se activan y materializan social y políticamente –en partidos políticos o movimientos sociales que amenazan o practican la violencia para conseguir sus objetivos- no caben en el sistema constitucional que la mayoría del pueblo, en libertad, haya acordado y formalmente aprobado en el ejercicio de la soberanía nacional. El cambio y las reformas siempre son posibles en un proceso democrático que respete escrupulosamente el imperio de la ley. Porque no es posible la democracia sin el respeto a la ley: es la esencia del fair play y de las reglas del juego democrático.

El Proyecto Floridablanca (originalmente Instituto de Investigación Conde de Floridablanca), aparte de sus objetivos universitarios o estrictamente académicos, se propone la defensa y promoción de un genuino liberalismo conservador, impulsor también de las relaciones España-Estados Unidos, del conocimiento y estudio de la ejemplar constitución y democracia estadounidense. En cierto modo también éste es continuidad de otro proyecto que resultó materialmente fallido por las circunstancias de la crisis iniciada en 2008: la fundación de la Sociedad de Amistad Hispano-Norteamericana (SAHNA), que algunos universitarios planeamos con el apoyo del historiador e hispanista Stanley G. Payne, el embajador Javier Rupérez y otros intelectuales españoles y norteamericanos, con el objeto de impulsar los estudios americanistas en España y el mejor conocimiento de la cultura democrática liberal estadounidense. Compensando así el demasiado frecuente antiamericanismo de los intelectuales españoles y europeos, que intuía incluso Antonio Gramsci –los pensadores “progresistas” a veces también tienen intuiciones válidas- al escribir en la cárcel: “Los intelectuales europeos en general…se regocijan con la vieja Europa. El antiamericanismo es cómico, además de ser estúpido” (“Babbit”, Cuadernos, c. 1930).

Si para la democracia americana, en su ya lejano pasado, KKK simbolizó racismo, terrorismo y secesión, en la democracia española hoy CCC significa Crisis, Corrupción y Cataluña (la tormenta perfecta para 2015, según el analista de Libertad Digital Pablo Planas). Los Estados Unidos superaron trágicamente el trance, con enormes sacrificios, y la democracia quedó consolidada. En España, a mi juicio -como vengo sosteniendo hace tiempo casi en solitario- la transición política fue un éxito pero la consolidación democrática está pendiente. La constitución tiene que llegar a ser normativa, no meramente nominal (según la terminología y caracterización de Karl Loewenstein); la unidad nacional tiene que consolidarse definitivamente según la fórmula autonómica o federal más conveniente; la alternancia en el gobierno tiene que ser posible dentro de una estructura flexible, sin violentar los principios del sistema constitucional, excluyendo legalmente las fuerzas que buscan su destrucción; y finalmente, en España la cultura política partitocrática y estatista tiene que ser desplazada por una cultura política democrática y liberal (anticipada por Alexis de Tocqueville y definida con rigor empírico, entre otros, por Gabriel Almond y un buen número de politólogos contemporáneos).

Durante un largo siglo, 1848-1948, como ha descrito Friedrich A. Hayek, el socialismo en sus diversas variantes fue la ideología rival del liberalismo conservador y del capitalismo democrático. En 1936 Max Eastman ya anunció el fin de socialismo, con el inminente fracaso del experimento en Rusia, y hacia 1960 (en su libro clásico The Constitution of Liberty) el propio Hayek certificó su defunción definitiva internacional, especialmente en las democracias occidentales, siendo sustituido en el mejor de los casos por el Welfare State. Ello no ha impedido que, con la crisis económica y la corrupción partitocrática, se produzca el resurgimiento de nuevas formas de colectivismo estatista, bien con un estilo populista intelectualmente indigente (por ejemplo, Syriza en Grecia o Podemos en España), bien con propuestas teóricas aparentemente muy sofisticadas, pero delirantes en términos prácticos, políticos o fiscales (por ejemplo, la voluminosa obra El Capital en el Siglo XXI de Thomas Piketty –con serios errores estadísticos y conclusiones catastrofistas de escaso fundamento empírico, según han advertido reputados economistas como Thomas Sowell y Scott Winship- cuyo autor ha sido consejero de los muy poco aconsejables socialistas franceses). El liberalismo conservador tiene legitimad histórica y recursos intelectuales suficientes para enfrentarse a los retos de nuestro tiempo.

Don José Moñino y Redondo (1728-1808), primer Conde de Floridablanca, es el símbolo de la mejor aristocracia en una nación moderna y liberal: la del mérito individual, de la ilustración y la competencia en una sociedad abierta al progreso sin renunciar a los valores permanentes. Una aristocracia surgida del propio pueblo, sin privilegios feudales. No deja de ser emblemático que nuestro personaje, en el último año de su vida, fuera elegido Presidente de la Junta Central Suprema (1808), es decir, Jefe del Estado de facto y de iure, como destacaría el gran Jovellanos en su Memoria en Defensa de la Junta Central (1811), ya que ésta era “la depositaria de la soberanía nacional”, por ausencia del Rey durante la Guerra de Independencia. (PS.- Por cierto, su sucesor en tan importante y patriótico cargo en 1808-1809 sería Don Vicente-Joaquín Osorio de Moscoso y Guzmán, XVI Marqués de Astorga).