La Orden del Carmen no tiene ni fundador ni fundadora. Surgió de manera espontánea por parte de algunos de los cruzados y peregrinos, que decidieron llevar vida de anacoretas en las cuevas y celdillas del Monte Carmelo y de ahí que les llamaran carmelitas. De esta manera tan sencilla y espiritual apareció la advocación de Nuestra Señora del Monte Carmelo, en la última década del siglo Xll, y que las y los carmelitas, tomaran como modelo al profeta Elías, que tantos años vivió en ese Monte.
Lo que sigue a continuación parece novelesco.
Un inglés, un tal Simón, el futuro san Simón Stock, que llevaba vida eremítica y cuya celda era el hueco de un tronco de árbol (de ahí su nombre: stock que significa tronco), estaba inspirado por una profecía que le anunció que de muy lejanas tierras vendrían anacoretas de los que debía hacerse cargo.
En efecto, poco después de 1230, al comprender los carmelitas que iban a morir a manos de los musulmanes, emigraron y Simón se unió a ellos, modificando su espiritualidad y convirtiéndolos en una orden mendicante.
Los problemas de Simón, que ya era el Prior General de la Orden, eran angustiosos, debido, entre otras cosas, a la crisis que supuso este cambio tan profundo de espiritualidad, hasta que, según el Catálogo de los Santos de la Orden, conforme a una redacción del siglo XlV, el 16 de Julio de 1251 se le apareció la Virgen, rodeada de ángeles, le mostró el escapulario, un trocito de tela del hábito carmelitano, y le dijo: “ Este es el privilegio para ti y los carmelitas ; el que muera con este hábito (el escapulario) no padecerá el fuego eterno, se salvará”. Con ello, quedó consagrado el carisma y la nueva espiritualidad de la Orden carmelitana (este privilegio lo extendió la Iglesia a todos los fieles que lleven el escapulario, debidamente impuesto, y que puede sustituirse por una medalla). Lo cierto es, que el escapulario del Carmen es, quizá, la devoción particular más extendida entre los católicos y desde luego, más recomendada también por la Iglesia.
En este sentido, no puedo resistirme a contar un hecho que me narró, con todo detalle, un leonés, nacido en la ciudad de León, capitán de caballería, al que conocí en Madrid. Un tío suyo, el único hermano de su padre, era sargento durante nuestra guerra y creo recordar que poco antes de la batalla del Ebro, dada la posición en que se encontraban corrían verdadero peligro de morir. Con motivo de un permiso, uno de los soldados volvió feliz y cantando; había ido a un burdel y como estaba en pecado mortal no podía morir porque llevaba el escapulario del Carmen.
Ciertamente es difícil encontrar una fe más desorientada, al punto de incurrir casi en la superstición, pero también cabe suponer que la Virgen comprendió la infinita confianza que en ella tenía aquel soldado.