Aunque nuevo en el tiempo, el conocimiento de Óscar es antiguo en su forma, en su espacio, pues es un sabernos epistolar. Eso sí, por medios modernos. Tras coincidir opinando o “miercolear” ambos en el diario La Nueva Crónica, sembramos y va creciendo una relación epistolar, no postal, sino electrónica, en torno a la palabras, a la lectura, a la escritura y las bondades de ambas maneras de degustarlas; bien con el preciso enriquecimiento a través de las ajenas, bien con la mutua inclinación a expresarnos a su través. Así llegamos hasta aquí, así llegamos a este preguntar y a este responder.
¿Desde la distancia durante tus estancias en León, cómo percibes e interpretas la efervescencia literaria, poética, que actualmente se da en León?
Nunca veo León desde la distancia, aunque llevo fuera 25 años. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra… estaría bien que en León hubiera pan, más pan, pero al menos tenemos la palabra y la palabra en León no está encerrada, está viva, vive en la calle, en los bares, no tiene dueño, es libre. Creo que León debería aprovechar la palabra también para hacer pan. Nada espurio habría en ello y ese pan amasado con el verbo sería redentor.
¿Cuándo, cómo y por qué comenzaste a escribir?
Como aquella canción de Antonio Vega, “cogí el sendero sin saber que me alejaba para no volver”. Ya que estamos en el centenario de la muerte de Cervantes, te contaré mejor cómo comencé a escribir a máquina. Fue en la sacristía del colegio de las monjas de mi pueblo, con la madre Loreto, una mujer muy anciana y buena, copiando El Quijote.
¿Cuál ha sido tu última obra?
En realidad son dos, la última publicada, Berlín Vintage, una novela que me sigue dando satisfacciones por los correos que recibo de lectores que viajan felices con Aldous, su protagonista, por medio mundo. Y la que aún está por publicar, ya terminada –crucemos los dedos para que se decida pronto alguna editorial- que es un canto a la vida, porque nadie tiene asegurado cumplir un año más.
Miras el conjunto de tu obra y ¿qué sientes?
Siento que han pasado muchos años desde la primera vez y que, ya de no ser yo, que se beneficien mis herederos.
¿Tiene nombre el paraíso?, ¿y el infierno?
Parafraseando el Evangelio se podría decir que cada vez que dos amigos se reúnen, allí está el paraíso. Para mí el paraíso es Benavides, mi pueblo y allí, El Alpeh, mi refugio y mi puerta abierta, donde crecen los árboles, las gallinas ponen huevos, los amigos brindan y hacen fuego y las flores embellecen al mundo, además, también escribo. El infierno, no tiene ubicación, está donde te pille un imbécil, un ruin, un miserable.
¿La escritura, la literatura, son goce, dolor o resistencia?
Decía Ciorán que nadie sabe lo que es el miedo hasta que no ha sentido el vértigo de que se le caigan todas las palabras a mitad de una novela. Escribir lo que lleva es mucho trabajo, hay muchas horas de andamios detrás de cada libro, muchos ladrillos, mucho sudor. La palabra es un ladrillo, ya lo dijo el poeta, para romperle la frente a Dios y ver si allí está la luz o está la nada.
¿Una recomendación a los escritores noveles?
Consejos vendo y para mí no tengo. No soy yo nadie para recomendar, pero sí puedo compartir la recomendación de Juan Ramón: Ningún día sin romper un papel.
¿Leer, además de una habilidad cognitiva, puede ser un arte?
Leer es el gran don que tiene el ser humano. Yo creo que leer nos hace mejores personas, porque leyendo aprendemos a ponernos en la situación del otro, del personaje, de los demás, desarrolla nuestra empatía y debería desarrollar también nuestra compasión ante el dolor y el sufrimiento y la necesidad ajenos. Leer nos hace mejores ciudadanos. No es posible una democracia sana en una sociedad en la que no se lee. Leer viene a demostrar la verdad de las últimas teorías astrofísicas y cuánticas de que se puede vivir al mismo tiempo en mundos paralelos, en infinitos mundos. Ahora que está de moda hacer ejercicio físico y correr, y seguro que es saludable para el cuerpo, no abandonemos la salud de nuestro espíritu, hagamos ejercicio mental, leamos, si no lo hacemos nuestros cerebros se volverán fofos y pesados y aumentará el riesgo de quedarnos tontos.
Por último, ¿nos regalas un aforismo para mejor afrontar, vivir, presente y porvenir?
Os voy a regalar dos. El primero citado por Maquiavelo: Audentes fortuna iuvat. La fortuna favorece a los audaces. En la vida hay que tener suerte, pero la suerte se enamora de quien la pretende. El segundo era el lema que Caravaggio llevaba grabado en su espada y que yo he grabado en el banco en el que nos sentamos a cenar: Nec spe nec metu. Ni esperanza ni miedo. Hagamos lo que hagamos que no sea por los premios que nos prometan ni por los castigos con los que nos amenacen. Y uno más: Nescencia necat. La ignorancia mata.
Mantenemos esta conversación el día oficial del Libro. De ahí que aquí le dejemos, estimado lector, pues a nuestras cotidianas lecturas y/o escrituras nos vamos, que ambos somos, parece, de los de “nulla dies sine linea”, ningún día sin una línea, que dejó dicho el siempre joven Plinio el Viejo.
Juanmaría G. Campal