Fernando Álvarez Balbuena

Un ¿ejemplo? para el Mundo

Wenceslao López Martínez (PSOE), alcalde de Oviedo. (Foto: web del Ayto. de Oviedo)
Fernando Álvarez Balbuena | Martes 10 de mayo de 2016

Por fin el Ayuntamiento de Oviedo ha encontrado la fórmula para sacarnos de la precariedad laboral, del despoblamiento, de la recesión económica, de la pobreza y de todos los males que nos afligen. Y la ha encontrado de forma sencilla y sin hacer ninguna inversión, sin costes añadidos y sin subir los impuestos municipales...



Ni siquiera “los ricos”, enemigos tradicionales del progreso y del “progresismo”, van a ver disminuidas sus pingües rentas, porque no van por ahí los caminos de la prosperidad.

No habrá que hacer grandes esfuerzos, ni siquiera de imaginación. No habrá que contratar el asesoramiento de expertos en Ciencias Económicas, no habrá que molestarse en fomentar artes, industrias o iniciativas. Todo consiste en crear una oficina de vigilancia y de control para detectar cualquier símbolo religioso y retirarlo inmediatamente, salvo aquellos que pertenezcan a lugares de culto, como la Catedral o las Iglesias, pero ni un solo sitio más con Crucifijos o Vírgenes o Santos, porque, al parecer, estos iconos interrumpen el buen desenvolvimiento de una sociedad avanzada.

Yo, inocente de mí, hasta ahora había creído que los ayuntamientos deberían de crear oficinas municipales que se dedicaran a vigilar el mobiliario urbano, que detectaran el mal estado de las calles para que no hubiera baldosas sueltas, de forma los viandantes no se tropezaran y pudieran tener un accidente. Del mismo modo, deberían centrar su vigilancia en que no hubiera baches, en que los canalones no vertieran el agua sobre las cabezas de las gentes o que se vigilasen las cornisas que amenazan ruina y puedan caer sobre la cabeza de algún vecino. Pero no. Estas son antiguallas que maldita la falta que hacen, comparadas con la idea de hacer la felicidad de los ciudadanos mediante su descristianización, que eso sí que es urgente.

Así pues las fiestas tradicionales de Oviedo ya no serán de “San Mateo”, ni habrá “Semana Santa” ni calle alguna que ostente nombres de santos, como por ejemplo Santa Teresa Jornet, Calle Magdalena, Calle Sacramento, Calle San Antonio, Calle San Benito, por citar solo unas pocas.

¿Cómo no nos habíamos dado cuenta antes de lo nocivos que son para una sociedad política madura los símbolos religiosos?

Pero gracias a Dios (¡perdón!) los munícipes ovetenses han tomado buena nota de que la prosperidad y el laicismo van de la mano hacia el progreso, porque, al parecer, el progresismo consiste en atacar al cristianismo y a la Iglesia, culpables malditos de todo nuestro retraso histórico.

Pero una vez eliminada la religión de nuestra vida pública, e incluso privada si es posible, todo irá muchísimo mejor, ya que el mero hecho de que una autoridad política, sea ministro, diputado o concejal, al jurar su cargo sobre la Biblia y ante una imagen de Cristo, hace que se pervierta y esterilice toda su buena voluntad de conseguir el desarrollo industrial, el estado del bienestar y todo aquello que conlleva la felicidad del ciudadano votante.

Pongo un ejemplo para vergüenza del mundo:

¡Qué gran equivocación la costumbre que tienen los Estados Unidos de América al respetar todas las religiones!

Fíjense ustedes: allí el Presidente de la Nación, cuando jura su cargo cada cuatro años, ante la ciudadanía y frente al Capitolio, lo hace sobre una Biblia y después de asegurar que defenderá la independencia del país, la Constitución y los derechos de los ciudadanos, acaba con una frase consagrada por una tradición más que dos veces centenaria. Dice solemnemente: “Que Dios me ayude”

Pero ¿qué quieren ustedes? Un país así, donde las religiones (todas las religiones) campan por sus respetos, donde la bandera de la Nación está presente en todas la Iglesias, y no solo en los edificios públicos sino también en muchas casas particulares, y donde el liberalismo es el credo político de todos los ciudadanos, que pueden usar públicamente los símbolos religiosos que quieran y creer en lo que mejor les parezca, está destinado a ser una nación atrasada, a la cola del mundo y con el mayor índice de pobreza y exclusión social. Todo ello, dicho sea de paso, ayudado por unas universidades elitistas, donde también se respetan la bandera y los símbolos religiosos, y que expulsan de sus aulas a los alumnos con poco aprovechamiento. He aquí el ejemplo más completo de la injusticia, del menosprecio del talento y de las virtudes ciudadanas.

Pero nosotros no. Oviedo y con él España, afortunadamente, marcha por otro camino completamente opuesto. Por ello estamos llamados a ser el paradigma del desarrollo y de la prosperidad. Es decir: Un ejemplo para el mundo.

(Lo malo es que cinco millones de españoles, o quizá más, se lo creen y, consecuentemente, lo votan).