Desde las épocas más remotas el ser humano se ha visto fascinado por los fenómenos meteorológicos.
El afán por conocer el tiempo venidero nos obliga a aguantar 35 minutos de anuncios en una cadena conocida y después de la “entradilla” otros cinco minutos más. Civilizaciones antiguas tanto egipcias como babilónicas observaban el tiempo atribuyendo los cambios a efectos astronómicos o divinos.
El primer tratado sobre los fenómenos atmosféricos se atribuye a Aristóteles sobre el 340 a.C. Desde entonces hasta ahora el hombre ha pretendido entender y pronosticar el tiempo bien fuera con observaciones y oráculos o, incluso, cambiarlo con sacrificios, oraciones, toque de campanas, bombas granífugas y más recientemente con aviones para “sembrar” nubes o potentes radiaciones de onda corta al espacio superior.
No fue hasta el S XVII con la invención de los primeros aparatos de medida (termómetro y barómetro) cuando se pudieron tomar los primeros registros. Sin embargo fue necesario esperar hasta el S XVIII para tener las primeras ideas sobre la circulación general de la atmósfera y al XIX para entender plenamente la dinámica de fluidos y las leyes físicas que rigen el tiempo.
Desde entonces los progresos en predicción han sido constantes con tres hitos que marcaron un antes y un después en la predicción:
1.- Mediados del S XIX con la invención del telégrafo que permitió trasmitir información de una manera rápida desde las estaciones de medición a los centros de predicción.
2.-Los años 50 con los primeros experimentos de cálculo numérico con computadoras aunque su capacidad de cálculo era ridícula comparada con los más modestos ordenadores de hoy día.
3.- Los años 60 con el lanzamiento de los primeros satélites de información meteorológica.
Entre tanto todo un cúmulo de conocimientos fueron mejorados (descubrimiento de los procesos de formación de los frentes, ciclogénesis, Corriente del Chorro, formación de depresiones en altura o gotas frías, etc.
Las predicciones tradicionales en el ámbito rural siempre tuvieron algo de mágico y misterioso en especial cuando se trataba de hacerlas a largo plazo. Entre estas una de las más comunes en distintas culturas es la de las Cabañuelas. Aunque hay diferencias en fechas y forma de elaborarlas según países, consiste en pronosticar el tiempo en los meses siguientes del año según haya sido éste en los primeros días de un mes que se toma como referencia. Ni que decir tiene que esto no tiene el más mínimo fundamento ni rigor de ningún tipo, entre otras cosas porque a la atmósfera se la “repampinfla” el calendario que hemos aceptado y no vale la pena extenderse sobre ello. Del mismo rigor carecen tradiciones populares de otras zonas como “el día de la marmota”.
Entre los agricultores y ganaderos españoles gozaba de mucha popularidad “El Calendario Zaragozano”, especie de almanaque que no faltaba en las casas de los pueblos y que además de calendario recordaba los refranes relativos a la siembra o cosecha, el santoral, efemérides, ferias y otras curiosidades y se atrevía a pronosticar el tiempo en cada uno de los meses del año fragmentado en semanas según las fases lunares. Por lo visto esta coincidencia con las fases de la luna –muy tenidas en cuenta siempre por agricultores para la siembra y recolección– le otorgaba un cierto carácter científico (no en vano rezaba en su portada que había sido fundado en 1840 por el eminente astrónomo D. Mariano Castillo Ocsiero). Ni que decir tiene que sus predicciones no tenían base alguna más que el sentido común pues siempre eran generalistas y llenas de lugares comunes, motivo por el que nunca fallaban del todo. Recuerdo una para el mes de marzo de hace muchos años que rezaba más o menos así: “Durante los primeros días, frío intenso especialmente de madrugada en las noches despejadas, lloverá intensamente en algunas regiones siendo las lluvias más débiles en el Sur y el Levante. Vientos fuertes especialmente al mediodía que serán fríos cuando vengan del Norte. En la segunda quincena, a medida que crecen los días, el frio disminuirá aunque se seguirán produciendo heladas en zonas elevadas (…)” Sorprendentemente se sigue editando y es comprado por gente mayor que ya no cultiva, pues los agricultores de hoy lo han sustituido por el BOE, más rentable y adecuado para elegir el tipo y fecha de siembra.
Si las predicciones populares a largo plazo eran imprecisas y sin la más mínima base no pasaba lo mismo con las que se hacían por los buenos observadores para uno o dos días pues, aunque seguramente carecían de rigor científico, se basaban en la estadística y las experiencias acumuladas durante años. Eran de lo más variado (observación de insectos, pájaros y otros animales; observación de temperaturas o determinado tipo de nubes en zonas concretas del horizonte; dolores de articulaciones o viejas cicatrices, etc.). Estos adivinos del tiempo solo tenían poderes en el pueblo o zona que les vio nacer. Recuerdo el caso de un pastor que cuando barruntaba lluvia ya podías coger el chubasquero porque no fallaba, que se fue a vivir a tan solo 40 km de distancia y no daba una a derechas.
Vaya por delante mi admiración por los meteorólogos en sus distintas categorías o cuerpos: los Observadores, Diplomados y en especial el Cuerpo Superior de Meteorólogos del Estado compuesto en su mayoría por Licenciados o Doctores en Física que tras pasar una durísima oposición continúan su formación durante mucho tiempo en España y el extranjero dedicando su vida en cuerpo y alma a la ciencia meteorológica. Sin olvidar a los demás debemos recordar a tres de ellos en representación de todos, no por haber contribuido a lo que la ciencia del tiempo representa hoy día –que también– sino por ser los más famosos en la presentación de la información a través de la televisión en años pasados. Ellos fueron cada uno en su momento “el hombre del tiempo”.
Mariano Medina: fue el primer meteorólogo en aparecer por televisión cuando solo había una cadena en blanco y negro y los mapas sinópticos y significativos eran de papel dibujados por él mismo tras horas y horas de trabajo. Murió en 1994.
Eugenio Martín Rubio: el del bigote. Merece mención especial pues su muerte se ha producido hoy 21 de febrero en que escribo esto. Empezó supliendo a Mariano ocasionalmente hasta terminar por sustituirlo cuando este se jubiló. Es famosa su apuesta en directo –en una época en que las predicciones no tenían la fiabilidad de hoy día– en la que aseguraba que al día siguiente llovería en Madrid y si no se cortaba el bigote. Como no hubo lluvia apareció en el siguiente programa sin su característico mostacho, anécdota graciosa que le dio a él y al Instituto de Meteorología gran popularidad internacional.
José Antonio Maldonado: el último hombre del tiempo que era, además de presentador, Meteorólogo del Estado. Su minuciosa manera de dar el tiempo desesperaba a unos y encantaba a los que les gustaban los detalles. Ya jubilado, participa en foros internacionales y despeja amablemente dudas en varios blogs además de dirigir la página de meteorología www.eltiempo.es, a la que ha conseguido trasmitir su minuciosidad y sencillez haciendo de ella tal vez la que presente la información de una manera más amigable y clara.
Antes de la llegada de las grandes computadoras los pronósticos meteorológicos eran elaborados a mano por los predictores y sus colaboradores en sus centros de trabajo. En esencia consistía en recopilar los datos de presión, temperatura, nubosidad, humedad y velocidad del viento que llegaban por teletipo de las estaciones y observatorios de tierra y reflejarlos en el mapa. Averiguar de ello la posición de los frentes. En base a la tendencia y datos de las horas anteriores determinar la dirección y velocidad de avance de esas masas de aire aplicando y desarrollando complejas fórmulas matemáticas que rigen la atmosfera. Hacían lo mismo con los escasos datos que les llegaban de los radiosondeos y aviones para hacerse una idea del estado de la atmósfera en las capas altas dibujando mapas de altura a distintos niveles. Por último cruzaban los dedos y hacían el pronóstico que tenía un alto grado de incertidumbre pues los datos de los observatorios no eran siempre correctos ni las masas de aire se comportaban ni avanzaban con la velocidad esperada.
Hoy día las cosas han cambiado. Las observaciones son mucho más precisas, el número de observatorios se ha multiplicado exponencialmente, los satélites artificiales pueden aportar datos precisos de humedad y temperatura de las masas de aire a distintos niveles, se puede con esos satélites ver casi en tiempo real la posición exacta de las nubes y los frentes y con los radares dónde se están produciendo precipitaciones. Por último, grandes ordenadores con potencia de cálculo de hasta varios cientos de miles de millones de operaciones por segundo desarrollan complejas ecuaciones con cientos de variables durante horas para dar salida a sus modelos.
No son ni más ni menos que la distinta forma que tienen los centros de predicción de desarrollar las complejas ecuaciones que rigen el tiempo. Cada país occidental ha tenido o tiene el suyo propio aunque lo más común es que varios países se unan para explotar un modelo común o que un modelo se alimente en parte con los datos que salen de otros modelos. Así, en España, la AEMET (Agencia Española de Meteorología, antes llamada Instituto Nacional de Meteorología) usa principalmente, junto con otros países europeos, los modelos HIRLAM (Modelo Regional de Alta Resolución –de 0,05º y 0,16º–) y CEPPM (Centro Europeo de Precisión a Plazo Medio) con intervalos de predicción de 6 horas o 24 según los casos. Para el HIRLAM 0,05º que cubre cuadriculas más pequeñas y a más corto plazo con previsiones regionales, están disponibles previsiones cada 3 horas. El post-proceso es aún más complejo pues la predicción final es matizada por otros modelos que pueden no coincidir con el propio y luego corregida por valores estadísticos y análogos sinópticos (es decir, matizar el resultado final en base a que siempre que se produjo tal situación atmosférica el tiempo evolucionó de tal o cual manera).
El producto final es muy pulido y abarca, dando probabilidades, las temperaturas, vientos, precipitación, cotas de nieve, incendios forestales, oleaje, etc.
La forma de presentación es muy variada, desde texto escrito para poder ser difundido por radio, mapas, tablas o animaciones según el sector a que vaya dirigido. Una de las formas más amigable de verlo es en el ordenador donde se puede elegir entre distintas formas. AEMET tiene disponibles estos datos para quien los quiera, siempre que digan la procedencia, incluso para empresas privadas que luego los redifunden. Para gustos están los colores, una de las páginas web más completas es www.eltiempo.es, especialmente en la parte de mapas animados.
OTROS MODELOS
Además de los modelos de AEMET se pueden consultar otros de renombre entre los que destacan el americano GFS de la NOAA, que es gratuíto con cobertura mundial y abarca hasta 16 días, el UKMO inglés, el GME alemán, el GEM canadiense, etc., teniendo en cuenta que ninguno es mejor que otro; alguno es mejor que los demás en la predicción de determinado fenómeno y al revés (recuérdese la “cantada” del modelo americano en la evolución de los huracanes Joaquín y Sandy que los situaba muy lejos de donde pasaron cuando el modelo Europeo CEPPM predijo con exactitud sus trayectorias).
Una cosa es clara, la fiabilidad actual de cualquier modelo es asombrosa en predicciones a corto (hasta 2 días), muy buena a medio plazo (de 2 a 5 días) y aceptable de 5 a 10 días. Obviamente las predicciones a muy corto plazo suelen ser coincidentes en todos los modelos.
Este grado de precisión hubiera sido impensable tan solo un par de décadas atrás.
Las predicciones a más de 10 días no son contempladas de momento en algunos modelos pues su grado de incertidumbre es muy elevado. Téngase en cuenta que los errores acumulados en las simulaciones en un sistema tan caótico como la atmosfera se multiplican progresivamente cada vez que se hace una simulación posterior.
En cuanto a las simulaciones estacionales –en fase experimental– sí, esas que nos dicen cómo va ser la primavera o el verano siguiente, hasta ahora han fallado estrepitosamente. Son otros los criterios usados para su predicción –temperatura del océano (fenómeno del Niño), radiación solar, acumulación de nieve en las grandes reservas, etc.
Pensaba rematar este artículo criticando algo que solo ocurre en “Taifasistán”. ¿Se imaginan ustedes que Baviera en Alemania o cualquier cantón suizo tuviera –con dinero público– su propio servicio meteorológico? Para ello busqué y no encontré información sobre servicios meteorológicos regionales en Europa. Aquí sí. Me acordé de que en España, a la sombra del entonces INM, y chupando de su trabajo, surgieron con el desarrollo de las autonomías algunos como el Servicio Meteorológico de Cataluña y el gallego. Recuerdo allá por el 2001 una entrevista con una meteoróloga en un centro meteorológico de la Barceloneta. Yo creía que era un GPV dependiente del Instituto Nacional de Meteorología pues pensaba que los servicios meteorológicos debían ser algo suprarregional gestionado por El Estado, pero ella dinamitó mi incredulidad: “No, no –me aclaró– además de las del Instituto nosotros hacemos nuestras propias predicciones, el tiempo en Cataluña es muy especial, aquí tenemos, por ejemplo, el Pirineo y de eso ellos saben poco“ ¿?
Pues en esos pensamientos estaba cuando se me ocurre hurgar en internet por si la Junta hubiese cometido el mismo error que los catalanes y ¡voilá!, me encuentro con que, además de la delegación de AEMET, dependiendo de la Agencia de Protección Civil, la Junta de Castilla y León tiene su propio departamento de meteorología que publica sus pronósticos. Ahí es nada. No basta con que AEMET dé información gratuita y puntual de avisos y predicciones sobre la más pequeña localidad de Castilla y León que sea menester. No basta con que la tele largue información regional minuciosa y detallada. No basta con los diarios regionales o la abundante información en internet o en el “esmarfon”. Resulta que es necesario un organismo propio que replique los mismos datos –téngase en cuenta que las estaciones de medición son en la práctica redundantes–; eso sí con errores añadidos por intentar descubrir la pólvora. A modo de ejemplo: se me ocurre, recién caída la noche del despejado día de hoy 21 de febrero, ver qué información daban de las distintas estaciones de la red, y en todas aparecía “cubierto” cuando la luna y las estrellas brillaban en toda la península. Alguien debería decirle al cretino del sistema que la ausencia de Sol no significa que haya nubes, o al menos alguien debería programar el heliógrafo para que no envíe información por la noche.
Esto de crear, para orgullo propio o pagar favores, organismos inútiles que no aportan nada nuevo es un insulto al ciudadano. No se trata de un despilfarro de los escasos dineros comunitarios, no. Directamente es un robo. Con los miles o millones de euros (ya veremos, pues es un capítulo que La Crítica de León investigará a fondo destapando cantidades y nombres) tirados a la basura se podrían solucionar muchas cosas. Créanme, cualquiera que tenga una pequeña idea de meteorología se dará cuenta de que esto es un sinsentido. Ya AEMET proporciona toda la información necesaria sobre el tiempo a corto y medio plazo, avisos de peligros (tal vez en exceso, pues escarmentados por su lentitud de antaño ahora alarman innecesariamente a la población con situaciones que bien se podían considerar normales) nieve, incendios, contaminación, calidad del aire, radiación y todo lo demás. A partir de ahí juzguen ustedes. Y alguien pensando en suprimir las diputaciones… A ver si la Ley –con tres años en trámite– del Servicio Meteorológico del Estado pone coto a esto porque para pronósticos fiables tenemos a AEMET y para lo demás ya tenemos el Calendario Zaragozano.