Es bastante generalizada entre las personas la atracción de las fronteras. En mi caso, confieso que hace tiempo vengo percibiendo la atracción de los límites y los espacios de borde entre países, pero también otro tipo de fronteras en espacios de contacto (interfaces tierra-mar, campo-ciudad, montaña-meseta, páramo-ribera...) o en espacios funcionales y espacios de vida (centros y periferias urbanas, divisiones administrativas infraestatales...), en especial cuando se perciben en ellos diferencias espaciales y de modos de vida. De manera que cuando se concentra, en ciertos puntos fronterizos, el fenómeno dual “ciudad y frontera”, se produce un mayor interés lo que anima a visitar estas localidades y realizar itinerarios transfronterizos, tanto por afición viajera como, es mi caso, por valorar ambos fenómenos como objetivo y líneas de investigación.
En un mundo tan fragmentado, las fronteras internacionales son hechos centrales en las disputas corrientes relativas a la seguridad, migración, comercio y recursos naturales. Son también un factor esencial en los debates sobre los usos del suelo y los derechos de propiedad, de ahí que hubiera surgido con anterioridad a los Estados modernos, la necesidad de trazar límites e hitos, siempre “artificiales”, de cara a disponer en cada lado de garantías jurídicas, como también de lugares y puentes de paso para solventar las necesidades cotidianas u ocasionales de comunicación e interrelación económica y social. Todo ello se entiende mejor si se añade que “la frontera es un espacio de delimitación que no cierra. Es un espacio de comunicación que permite el paso y que no estigmatiza necesariamente al foráneo” (Daniel Innenarity, El País Semanal, 27 septiembre 2015, p. 34).
Precisamente, las fronteras europeas, particularmente, las denominadas en la jerga comunitaria “fronteras interiores”, han sido en las últimas décadas un laboratorio excelente para la observación de nuevas formas fronterizas, “porque las fronteras son verdaderas placas sensibles reveladoras de las transformaciones sociales y de sus relaciones con el espacio…, las unas cualificadas de fronteras-nudos urbanos y metropolitanos… las otras, bajo forma de barreras sociales y territorios marginales” (Christiane Arbaret-Schulz en B. Reitel, et al., Villes et frontières, París, Anthropos, 2002, p. 213). En este sentido, en la frontera hispano-portuguesa (Raya/Raia ibérica) coexisten ambas formas fronterizas. En unos casos, en pasos al pie de corredores transfronterizos, donde se densifican los flujos de bienes y de personas de tipo transnacional y transregional, desarrollándose como resultado, a un lado y otro de la Raya, pares de ciudades y/o localidades de diferente tamaño (singularmente el complejo microurbano del Baixo Miño; Chaves-Verín; Vilar Formoso-Fuentes de Oñoro; Elvas y Campomaior-Badajoz; y el complejo de Vila Real de Santo António y Castro Marim-Ayamonte e Isla Cristina). En otros casos, se advierte la presencia de un número mayor de pasos fronterizos situados en áreas rurales y marginales, caracterizadas por un tráfico translocal, que se remite a complementar la actividad de las poblaciones vecinas, salvo un caso atípico en el modelo dominante de frontera periférica, Miranda do Douro, una apuesta exitosa de los propios mirandeses como plaza comercial especializada en el turismo fronterizo de compras.
En los últimos años, se puede observar en los espacios de la Raya ibérica la modificación de la lógica espacial establecida hasta ahora y cambios en las potencialidades de desarrollo ligadas al efecto frontera, como consecuencia de los ajustes producidos en la integración europea en fechas de 1986 (integración de España y Portugal), 1995 (apertura de fronteras del espacio Schengen) y 2002 (moneda euro), que produce una “desaparición” de la frontera-borde y una “aparición” de la frontera-cooperación. Con ello se anula el diferencial establecido hasta entonces en la oferta y en los precios de los productos ofrecidos a la venta a uno y otro lado, si bien permanecen diferencias en el coste de vida y de salarios de la mano de obra, así como se aprecia el incremento de la movilidad residencial y laboral, particularmente en las áreas de mayor densidad urbana. A esta nueva lógica espacial se han sumado las crisis económicas paralelas en ambos Estados, que ha afectado particularmente al flujo fronterizo de compras, pues se observa entre los agentes comerciales que hemos encuestado recientemente en algunos de los lugares fronterizos que, en relación ante el flujo menor en los últimos años de procedencia española, “la crisis de ventas de comercio se aguanta mejor con el reciente incremento del turismo gastronómico y de naturaleza” (caso de Miranda do Douro).
Como resultado, están cambiando los hábitos de los consumidores españoles y portugueses en sus viajes a lugares y espacios de la Raya. Del lado español, desde las provincias vecinas, se sigue yendo a la Raya de Portugal como destino de un turismo comercial popular, aunque menos que en los años 80 y 90, para compra en tiendas (Valença, Chaves, Miranda, Elvas, Vila Real de Santo António) y mercadillos mensuales (Vilar Formoso, Portalegre), sobre todo en fines de semana y días vacacionales, un comportamiento que se acompaña a menudo con visita a restaurantes y hostelería. En paralelo, se está produciendo cada vez más un flujo de turismo ecológico y patrimonial en los parques y reservas naturales de la Raya y baluartes y villas históricas, mientras que ha declinado el destino clásico español en centros de salud termal (Gerês, Chaves, Monfortinho o Castelo de Vide). Mientras que, del lado portugués, el turismo comercial en España está más bien dirigido a los supermercados de lugares fronterizos y en especial a los nuevos centros comerciales instalados en Tui, Vigo y Badajoz, “sin estar interesados para nada en los mercadillos”. Asimismo, se mantiene el número de visitantes urbanos portugueses interesados en un turismo patrimonial y de naturaleza en los espacios “extremos” de la Raya y si traspasan la frontera es para hacer a menudo campismo (caso del lago de Sanabria).
La atracción de la frontera se plasma ahora en todo tipo de cruce de destinos de españoles y portugueses que, como resultado de la reciente patrimonialización de la frontera, además de viajar a la Raya comercial, complementan nuevos destinos e itinerarios en la Raya patrimonial (natural e histórica), donde, por ejemplo, se presentan recursos turísticos tan interesantes como los parques naturales, los baluartes y ciudadelas, las aldeas y villas históricas o las rutas de los contrabandistas y la vía romana de Braga a Astorga.