Un ejemplo de andar por casa: en mi urbanización (un suponer), los vecinos de al lado llegaron a la conclusión de que la zona del jardín comunitario en la que se suelen sentar a tomar el sol la preferían con hierba artificial en lugar de la natural, que gasta mucha agua y hay que andar cuidando siempre, y ellos decidieron (democráticamente: ha votado toda la familia incluyendo la empleada de hogar) que iban a quitar el césped en ese rincón y poner la especie de alfombra verde que ya han comprado en el hipermercado.
Como los demás vecinos protestamos, han ampliado sus exigencias y no sólo van a poner una alambrada a ‘su’ zona del parquecito (se quejaban de que los perros pasan por allí, y no les gustan los perros) sino que van a dejar de pagar la comunidad de vecinos, porque, según ellos, ‘no tienen por qué pagar el mantenimiento del césped de los demás’, entre gritos en la junta de que tienen derecho a decidir lo que hacen con su dinero y con su trozo de jardín.
¿Esperpéntico? En mi opinión sólo un poco.
Sólo un poco porque esos supuestos vecinos no son sino un ejemplo de andar por casa de tanto político de corto alcance que cree que volar es lo que hacen las gallinas y que los que opinan diferente a ellos no sólo no tienen razón, sino que además opinan así por el gusto de perjudicarle a él (o ella, o ello) personal y aviesamente.
Por dejarnos de ejemplos y circunloquios, los catalanes son el 15’9% de la población española (datos del 31 de diciembre de 2014). Son por lo tanto ‘dueños’ del 15’9% de España o, en otras palabras, son ‘propietarios’ del 15’9% de Madrid, el 15’9% de Extremadura, de Canarias, de Baleares… y de Cataluña.
Por lo tanto, si hay que tomar decisiones sobre el 100% de Cataluña, tendrían que votar sus ‘dueños’, que no son sólo ellos, sino el conjunto de los españoles. Utilizando un ‘palabro’ leguleyo, España es, en ese aspecto, un ‘proindiviso’, igual que las zonas comunes de un edificio. O el piso que heredan varios hermanos y no significa eso que la cocina sea del mayor, el baño de la pequeña, etc.
Los catalanes por sí solos tienen derecho a decidir muchas cosas, pero ni siquiera en su casa pueden decidir el 100% de lo que hacen, porque tienen (como los demás, por supuesto) que cumplir la legislación y, por ejemplo, no pueden en su domicilio desarrollar armas nucleares, tener 101 perros (ni siquiera dálmatas), cometer antropofagia o pegar a los niños; aunque sí pueden practicar sexo oral (consentido), rezar a cualquier dios o consumir drogas. Es así de curioso.
A nivel municipal hay otra serie de limitaciones y, si un ayuntamiento toma por su cuenta (democráticamente, por supuesto) la decisión de apedrear a todos los inmigrantes, descubrirían que su derecho a decidir tiene limitaciones también a ese nivel. Por cierto, algo así o peor ya sucedió en Europa en alguna ocasión, y no hace tanto.
Y a nivel Comunitario sucede otro tanto, sólo que a algunos les pilla lejos y no lo enfocan bien. Por ejemplo ninguna comunidad autónoma puede aprobar leyes esclavistas, ni tener ejército, ni poner fronteras, ni muchas otras cosas, algunas de ellas un tanto sutiles como lo de no apedrear tampoco a los turistas.
Pero todas esas ‘limitaciones’ no dejan de ser un cuerpo legal completo que, como nos obliga a todos por igual, lo hemos aprobado entre todos, incluyendo los catalanes que aprobaron la Constitución hace ya un tiempo. Sí: hace muchos años, pero no se aprobó para un tiempo limitado y el modo de cambiarla está previsto pero, ¡ay!, para eso tenemos que ponernos de acuerdo, no podemos cambiarla cada cual a nuestra conveniencia, porque entonces los castellano-leoneses plantearíamos un referéndum para decidir si nos anexionamos Cantabria o Asturias (o Braganza, Vila Real y Oporto, ya que nos ponemos) para tener una salida al mar que podríamos decidir que es uno de nuestros derechos naturales.
¿Una tontería? Sí, y de las gordas, pero una tontería así, bien planteada, puede dar para mucho y, con tiempo, unos discursos floridos y un buen lavado de cerebro puede dar hasta para alguna que otra guerra. Así andan chilenos, bolivianos y peruanos a la greña desde hace tiempo dándole vueltas a algo muy parecido.
Volvamos a la sensatez: los catalanes, como 15’9% de la población, tienen una gran influencia en las decisiones de España, pero sólo el 15’9% de influencia y, pretender más, es algo que, siendo amables, sólo se puede calificar de infantil.
A cambio, son los ‘dueños’ del 15’9% de Madrid, por si les parece interesante. Aunque eso es a cambio de que los madrileños son los ‘dueños’ del 13’73% de Cataluña y, por lo tanto, también tienen algo que decir al respecto.
Y, para no dejar de lado otro importante foco de argumentaciones carentes de toda lógica, hablemos de dinero; algo que también en Cataluña tiene importancia.
Sí: los catalanes aportan a España algo más del 15’9% del presupuesto estatal, y los andaluces, que son el 18’9% de la población aportan algo menos de ese 18’9% a los gastos estatales. Sí, ¿algún problema con ello?
Y en Europa los catalanes serían sólo el 1’45% de los europeos, y tendrían que aportar aún más de sus impuestos para ayudar a griegos, portugueses, lituanos, letones, etc. ¡y españoles!
Y en el mundo serían el 0’10% de la población, y tendrían que aflojar el bolsillo para ayudar a… casi todos.
Pretender que los que más tienen no aporten más que los que menos tienen es… infantil de nuevo, como muy poco.
Pero eso no es un robo, ni una imposición, ni algo a lo que haya que encontrar explicaciones alambicadas por parte de un ministro con cara de empollón arrinconado en el patio del recreo. Es, simplemente, Justicia. De lo contrario habría que deducir que Barcelona le roba a Lérida, que el barrio de Pedralbes le roba a Poble Sec o que, desde luego, el sueldo de los funcionarios de a pie es algo robado a los contribuyentes. Terminaríamos quejándonos de que el taxista roba a su cliente en vez de cobrarle.
Los experimentos libertarios y comunistas (y lo dice alguien que tuvo carné del PCE) dieron un resultado muy limitado en su momento; y acabaron fatal. Desde entonces estamos intentando afinar un sistema lo más justo posible pero, cuanto más justo es, más tienen que pagar los que más tienen. Hay que asumirlo y, no hacerlo, es cualquier cosa menos respetable.