La buena noticia de la ruptura del bloqueo norteamericano a Cuba, y el posible restablecimiento de unas relaciones diplomáticas normales entre los dos países, ha sido recibida con agrado y esperanza, tanto por la comunidad internacional, como por la propia España, cuya afinidad con todas las naciones americanas, y muy especialmente con la Gran Antilla es, más que una cuestión histórica, una verdadera seña de identidad, pues aquella fue la última nación que formó parte de España hasta hace solamente ciento diez y seis años, durante los cuales fueron muchos miles de españoles los que emigraron, vivieron, trabajaron y engrandecieron aquel país.
La mediación de insignes personajes y muy especialmente la del Papa Francisco, ha sido decisiva para éste primer paso de reconciliación y de buena vecindad entre dos naciones, Estados Unidos y Cuba, que a su vez, tanta relación comercial y política tuvieron desde la guerra del 98, en la que Cuba, con la eficaz ayuda norteamericana, se independizó de España, episodio dolorosísimo para nosotros pero que pronto supimos olvidar y perdonar, manteniendo hasta el día de hoy relaciones con ambos países, a pesar de cuantas diferencias ideológicas nos separaron de uno y otro durante diversos periodos del siglo XX.
Pero, dicho esto, y sin menoscabo de que la normalización política y diplomática y el entierro simbólico del “hacha de guerra”, supongan un avance en el camino de la paz universal, hemos de decir con todo rigor que no basta con el perdón y el olvido, ni tan siquiera con la evanescente esperanza de que Cuba inicie una problemática transición hacia la democracia. No, no basta con esto pues ante todo y sobre todo, hay que restituir porque la restitución es el pago condigno del expolio.
Millones de cubanos tuvieron literalmente que huir de su patria ante el atropello castrista de sus libertades y de sus propiedades. Se fueron a los Estados Unidos y allí, en el Estado de La Florida y más concretamente en Miami, dando un valiente ejemplo de lo que es la laboriosidad, la fuerza de voluntad y el tesón, crearon una verdadera sociedad hispánica cubana, como en otro tiempo hicimos los españoles en América y de este modo contribuyeron a la prosperidad del país que les acogió.
Ahora, si es verdad que se acaba la tensión entre Cuba y Norteamérica, es llegado el tiempo de restituir a aquellos desplazados de su patria, sus bienes y sus derechos, antes de cualquiera otra consideración política, porque las declaraciones de buenas intenciones, acompañadas de los consabidos abrazos, las fotografías y las bellas palabras, aunque sean pronunciadas por las personas de mayor buena fe del mundo, están vacías de contenido si no se acompañan de lo que los cristianos llamamos “satisfacción de obra”, es decir devolver lo que se le quitó al expoliado y además solicitarle el perdón.
Y bastante poco es hacer esto, aunque sea de plena justicia, porque los sufrimientos, las penalidades y los rigores que los cubanos hubieron de sufrir al huir de su patria, no se pueden pagar con nada.
Y aunque abundamos en que la normalización de relaciones es una buena noticia, vale la pena recordar las palabras de F. Dostoiewsky cuando se refería a los oprimidos por la tiranía zarista. Por ello mientras los cubanos del exilio no recuperen lo suyo, seguirán “humillados y ofendidos”.