Juan Manuel Martínez Valdueza

Hernán Cortés, el primer "activista climático": el delirio de la culpa geológica

(Ilustración: La Crítica / IA).

LA CRÍTICA, 28 DICIEMBRE 2025

Juan M. Martínez Valdueza | Domingo 28 de diciembre de 2025
Parece que a la Leyenda Negra se le han acabado los adjetivos en el diccionario de la ética y ha decidido saltar al de la geología. Ya no basta con acusar a la España del siglo XVI de crueldad, oscurantismo o codicia; ahora, la última moda académica —esa que se viste de ciencia para hacer política— nos propone una tesis tan fascinante como ridícula: la llegada de los españoles a América fue el detonante del cambio climático global. (...)

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Efectivamente, según un estudio del University College London (UCL) que ha hecho las delicias de la prensa biempensante, Hernán Cortés y sus huestes no solo conquistaron imperios, sino que, de paso, enfriaron el planeta hasta provocar la "Pequeña Edad de Hielo". La lógica es de una sencillez que asusta: la muerte de la población indígena por las enfermedades europeas provocó el abandono de los campos de cultivo, la selva recuperó su espacio, y esa explosión de clorofila absorbió tanto CO2 que el termostato de la Tierra se desplomó.

Es el "Pico Orbis" de 1610. Una suerte de pecado original español registrado en los hielos de la Antártida. Sin embargo, cuando uno rasca un poco en la superficie de esta "ciencia de moda", lo que asoma no es rigor, sino un adanismo irredento y un deseo de colonización ideológica que prefiere ignorar la realidad biológica y económica de la América hispana.

La Revolución de la Pezuña: las vacas no leen Nature

El primer error de bulto de la tesis climática es considerar que, tras la caída demográfica, América se convirtió en un desierto humano donde el bosque creció sin oposición. Es una visión que ignora lo que los historiadores serios llaman la “Revolución de la Pezuña”.

España no dejó un vacío en América; llevó un ecosistema nuevo. Antes de 1492, en el Nuevo Mundo no había vacas, ni ovejas, ni caballos, ni cerdos. En apenas unas décadas, millones de cabezas de ganado europeo se extendieron por las pampas, los valles de México y las llanuras del Orinoco.

Cualquier campesino sabe lo que los científicos de despacho parecen olvidar: el ganado es el enemigo natural del bosque. Las vacas y las ovejas no solo se comen los brotes tiernos impidiendo que la selva se cierre, sino que los pastores españoles trasladaron a América la milenaria cultura de la Mesta. Se siguió usando el fuego para regenerar pastos, simplemente cambió el tipo de animal que pastaba y la lengua del que encendía la hoguera. ¿Dónde está esa reforestación masiva si el continente se llenó de rumiantes que mantenían el paisaje abierto?

Potosí no funcionaba con placas solares

Otro pilar que tambalea la tesis del enfriamiento español es la industria minera. España transformó América en el motor económico del mundo, y ese motor era voraz. Las minas de Potosí, Zacatecas o Guanajuato no eran simples agujeros en la tierra; eran complejos industriales que requerían una logística colosal.

Para fundir la plata y el oro, y para calentar a las poblaciones que vivían a 4.000 metros de altura, se necesitaban cantidades astronómicas de carbón vegetal. Los bosques circundantes a los centros mineros fueron diezmados para alimentar los hornos de fundición. Si a esto sumamos la madera necesaria para la construcción de la Flota de Indias —la mayor empresa naval de su tiempo— y la erección de cientos de ciudades de planta nueva, el balance de carbono no sale.

España no fue a América a plantar árboles y sentarse a verlos crecer; fue a construir una civilización urbana y minera que, por definición, es deforestadora. Atribuir un secuestro masivo de carbono a una sociedad que estaba fundiendo metales a escala global es, cuanto menos, un chiste de mal gusto.

El Sol y los volcanes: los olvidados de la fiesta

Pero claro, culpar a Cortés es mucho más mediático que culpar al Sol. La ciencia climática más rigurosa señala que la Pequeña Edad de Hielo fue un fenómeno multivariante. Coincidió sospechosamente con el Mínimo de Maunder, un periodo de bajísima actividad solar donde las manchas en nuestra estrella desaparecieron, reduciendo la radiación que recibía la Tierra.

A esto se sumó una actividad volcánica frenética en el siglo XVI. Las cenizas volcánicas en la estratosfera reflejan la luz solar y enfrían el planeta de forma inmediata. Pero, por supuesto, un volcán no tiene una identidad nacional a la que pedir cuentas, ni una historia que revisar, ni una estatua que derribar. Es mucho más útil para la agenda política actual vincular el clima con la "maldad" intrínseca de la expansión europea.

El Adanismo como herramienta de control

Lo que subyace bajo estas teorías no es otra cosa que un adanismo ideológico. Ese deseo de ciertos sectores de la política y la academia de resetear la historia y presentar cualquier intervención española como una anomalía catastrófica. Se intenta despojar a los pueblos hispanoamericanos de su propia génesis, presentándolos como víctimas de un proceso que incluso alteró las leyes de la naturaleza.

Es una forma de colonización ideológica que utiliza la ecología como caballo de Troya. Al decir que los españoles "arruinaron el clima", están intentando invalidar la inmensa simbiosis cultural que hoy define a Hispanoamérica. Esconden que la intervención española fue el origen de una idiosincrasia propia donde lo ancestral se fundió con lo occidental para crear algo nuevo y vibrante.

Conclusión: más allá de la "Verde Leyenda Negra"

Es hora de que España recupere su relato en América sin complejos. No para esconder las sombras, que las hubo como en todo proceso humano, sino para reivindicar una obra civilizatoria que construyó universidades, hospitales y ciudades donde otros solo dejaron puestos comerciales o reservas.

La evolución de las sociedades americanas hoy no se explica por "vueltas a la ultraderecha" ni por supuestos desastres climáticos coloniales. Se explica por un deseo de orden, de seguridad y de respeto a una identidad que es, por derecho propio, hispana.

Atribuir el frío del siglo XVII a las espadas de los conquistadores es el último refugio de quienes no pueden soportar que, de aquel encuentro, naciera una familia de naciones que hoy se niega a ser tutelada por los paradigmas de moda. La historia de España y América es mucho más que un registro en un núcleo de hielo; es una conversación viva que no necesita que ningún laboratorio de Londres le venga a explicar su propio pasado.

Juan Manuel Martínez Valdueza

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