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La llamada República del Rif fue un Estado independiente de corta duración, proclamado en el norte de Marruecos entre 1921 y 1926 bajo el liderazgo de Abd el-Krim el Jatabi, tras la derrota española en Annual y la retirada de las tropas hacia la llamada «línea Estella», establecida por el
Se trataba de una región montañosa, dura y orgullosa, situada en el Rif frente al Mediterráneo. Su territorio abarcó principalmente la zona del protectorado español, incluyendo la cabilia rifeña en torno a Alhucemas y Axdir, que se convirtió en capital del nuevo Estado. También se extendía por el interior de Melilla y hasta las proximidades de Tetuán, aunque nunca controló plenamente la franja costera occidental. En su momento de máximo apogeo llegó a dominar unos 40.000 km², desde las inmediaciones de Melilla al este hasta los límites con el protectorado francés al oeste, y hacia el sur hasta las estribaciones del Atlas Medio.
Su capital, Axdir, estaba situada en la bahía de Alhucemas. Allí Abd el-Krim instaló un gobierno confederal inspirado en tradiciones tribales, pero con innovaciones modernas: un ejército regular, un sistema de impuestos, administración de justicia y órganos de gobierno que buscaban dar legitimidad a su Estado. La república fue reconocida de facto por algunas potencias, pero nunca obtuvo reconocimiento diplomático formal.
La autoridad del Reino de España sobre el Rif no nació de una conquista total ni de un dominio soberano absoluto, sino de acuerdos internacionales a comienzos del siglo XX. Tras la Conferencia de Algeciras (1906) y la crisis de Agadir (1911), se firmó el Tratado hispano-francés de 1912: Francia ocuparía la mayor parte de Marruecos como protectorado, y España tendría bajo su control dos zonas: la norte (Rif y Yebala) y la sur (Ifni, con estatuto propio).
España no era soberana en el Rif. El sultán seguía siendo, al menos formalmente, la autoridad legítima, aunque despojado de poder real. En la práctica, la administración y el control militar recaían en España, que gobernaba mediante altos comisarios en Tetuán, apoyándose en caídes y jefes tribales locales. El sistema se sostenía con guarniciones militares, impuestos y tribunales, y siempre resultó frágil, porque carecía de raíces profundas en una población muy reacia a aceptar imposiciones externas.
El Rif es un territorio montañoso, pobre y orgulloso, habituado a la autonomía tribal y a la resistencia frente a cualquier autoridad. La ocupación española se basaba en una red de puestos avanzados mal abastecidos, unidos por caminos inseguros, y en pactos locales que se incumplían con frecuencia. La imposición de impuestos y requisas, sumada a las interferencias en la justicia tribal, alimentó el resentimiento.
Abd el-Krim (Mohammed ben Abd el-Krim el Jatabi) había sido inicialmente colaborador de las autoridades españolas: periodista, traductor, incluso juez al servicio de la administración. Sin embargo, en 1915 fue arrestado acusado de simpatizar con Alemania durante la Primera Guerra Mundial. Tras un tiempo en prisión quedó marcado por la desconfianza y el resentimiento. Desde entonces, pasó de aliado a opositor. Su visión trascendía lo local: quería fundar un Estado rifeño independiente y moderno, que sirviera de ejemplo a los pueblos árabes e islámicos contra el colonialismo. En su ideario se mezclaban el islam reformista, el nacionalismo y un fuerte antiimperialismo.
El detonante fue el avance español de 1921. Bajo el mando del general Manuel Fernández Silvestre, las tropas españolas penetraron rápidamente en el Rif central, hacia Annual y las montañas interiores. El movimiento fue percibido por las cabilas como una amenaza existencial. La respuesta fue fulminante: la gran derrota de Annual en julio de 1921, donde perecieron más de 10.000 soldados españoles, dejó a España humillada y al borde de la retirada total.
Tras Annual, Abd el-Krim controló casi todo el territorio del protectorado español, salvo Ceuta, Melilla, Tetuán y algunas plazas de soberanía. Nació así la República del Rif. Entre 1921 y 1925, España intentó contener la situación con columnas de castigo, posiciones fortificadas y campañas parciales, pero sufrió enormes dificultades: altísimas bajas, problemas de abastecimiento y una moral quebrada.
La crisis fue tan profunda que Primo de Rivera llegó a plantearse abandonar Marruecos. Sin embargo, la muerte de su hermano Fernando en Annual y la presión de la opinión pública le llevaron a cambiar de postura. El golpe definitivo llegó cuando Abd el-Krim, envalentonado, atacó también posiciones francesas. Francia, que hasta entonces observaba con cierta distancia, se vio obligada a intervenir. El peligro común propició la formación de un eje hispano-francés con el apoyo formal del sultán de Marruecos para acabar con la república rebelde.
España y Francia decidieron asestar un golpe mortal en el corazón del Rif. La estrategia era clara: desembarcar en la bahía de Alhucemas, donde estaba la capital rebelde Axdir, y destruir el centro neurálgico de Abd el-Krim. La operación fue confiada al general José Sanjurjo, apoyado en el mar por el almirante Mateo García de los Reyes y en el aire por Alfredo Kindelán.
La magnitud del dispositivo fue inédita en la historia española. La flota reunía más de cien barcos: los acorazados Alfonso XIII y Jaime I, los cruceros Méndez Núñez y Blas de Lezo, varios destructores y transportes, además de unidades francesas. La fuerza de desembarco española alcanzaba los 13.000 hombres —la Legión, Regulares, brigadas de cazadores y unidades peninsulares—, reforzada por 7.000 soldados franceses que presionarían desde el interior.
La aviación desplegaba cerca de 130 aparatos: bombarderos Breguet XIX, cazas Nieuport y De Havilland, así como hidroaviones para apoyo naval. Era la primera vez que España empleaba la aviación de manera sistemática en un desembarco. Para transportar tropas y artillería pesada a la costa se utilizaron barcazas K-boats cedidas por la Royal Navy británica, un material anfibio hasta entonces experimental.
El 8 de septiembre de 1925 comenzó la operación. Tras un intenso bombardeo naval y aéreo sobre las posiciones rifeñas, las barcazas avanzaron hacia la playa de Ixdain. En ellas viajaban legionarios y regulares con el fusil preparado. El mar se levantaba en columnas de agua bajo el fuego enemigo. Muchos hombres cayeron antes de alcanzar la arena. Los que lograron desembarcar se lanzaron contra las trincheras rifeñas a golpe de bayoneta. La resistencia fue dura, pero la potencia combinada de la artillería naval y el apoyo aéreo permitió consolidar la cabeza de playa.
Durante horas, los rifeños intentaron romper la línea con furiosos contraataques desde las colinas. Bajaban gritando, con fusiles y cañones ocultos entre la maleza, pero fueron rechazados una y otra vez por el fuego de ametralladoras Hotchkiss, la artillería de los acorazados y los bombardeos desde el aire. La playa se convirtió en un infierno de humo, metralla y sangre. Allí se forjó la leyenda de compañías enteras de la Legión y de los Regulares que resistieron y avanzaron metro a metro.
En los días siguientes se desembarcaron artillería, carros ligeros, mulas y suministros. Se construyeron fortificaciones improvisadas y la bahía quedó asegurada. A continuación, Sanjurjo ordenó tomar las colinas que dominaban Alhucemas. El 22 de septiembre, una ofensiva coordinada permitió a las columnas españolas ocupar los montes cercanos y despejar los accesos a la capital rifeña. Cada altura conquistada era fortificada de inmediato, cada valle abierto quedaba protegido por baterías. Simultáneamente, los franceses avanzaban desde el sur bajo el mando del mariscal Pétain.
La República del Rif quedaba estrangulada. Sus comunicaciones estaban cortadas, sus recursos agotados. Los refuerzos internacionales prometidos nunca llegaron.
A comienzos de 1926, la situación de Abd el-Krim era insostenible. El doble frente español y francés lo ahogaba. Comprendiendo que la derrota era inevitable, se entregó finalmente a las tropas francesas en mayo. Con su rendición desapareció la República del Rif, y el territorio volvió a dividirse entre los protectorados español y francés.
El desembarco de Alhucemas costó a España unas 800 bajas entre muertos y heridos. Se estima que los rifeños perdieron varios miles de combatientes. Sin embargo, lo esencial fue el impacto estratégico: en pocas semanas España pasó de estar a la defensiva a encabezar una victoria decisiva.
Los Estados Mayores de Europa estudiaron la operación como modelo. Décadas más tarde, Alhucemas sería reconocido como antecedente directo de Normandía y Sicilia: la primera gran operación anfibia moderna, con coordinación efectiva de infantería, marina y aviación. Para España, Alhucemas fue mucho más que una victoria militar. Supuso la redención tras Annual, la recuperación del prestigio de su ejército, la consolidación de la Legión y los Regulares como fuerzas de élite, y la demostración de que podía protagonizar operaciones complejas al nivel de cualquier potencia.
El eco de la victoria resonó en toda Europa. España, tantas veces criticada por su inestabilidad política, había demostrado que era capaz de una operación militar moderna y exitosa. Sin embargo, con el paso del tiempo, la memoria de Alhucemas quedó relegada en el imaginario colectivo. Hoy, un siglo después, su importancia es capital: fue la acción que puso fin a la República del Rif, devolvió a España el control de su protectorado y anticipó las tácticas de la guerra moderna.
En las playas de Ixdain, entre el estruendo de cañones y el valor de miles de soldados, España demostró que aún podía escribir gestas a la altura de su historia. Fue allí, en septiembre de 1925, donde el honor perdido en Annual encontró su redención para gloria de España y admiración de Europa.
Iñigo Castellano y Barón
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