Íñigo Castellano Barón

De aquellos bulos, estos lodos

(Foto: https://www.flickr.com/photos/47389344@N06/10941088896/)

LA CRÍTICA, 6 JULIO 2025

Íñigo Castellano Barón | Domingo 06 de julio de 2025

Crónica de un lodazal progresista

«El fango lo crean ustedes. Nosotros gobernamos».— Ministra portavoz del Gobierno, 2023—. «Todo era mentira. Pero ya da igual». —Ciudadano cualquiera, 2025—.

Antes de entrar en el meollo del artículo quiero dar una sugerencia de exigencia humanitaria: la habilitación en el Congreso de los Diputados, de un centro de quemados para tantas señorías de la izquierda, inmoladas como Juana de Arco, en defensa de los bulos socialistas; y junto a este centro, otro de asistencia psicológica para ayuda a los brotes psicóticos y ensueños virtuales de esas mismas señorías abrumadas por el peso de sus irresponsabilidades. (...)



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En los invernaderos del sanchismo se cultiva una planta singular: el bulus manipulatorius, una variedad silvestre del populismo ibérico. No requiere mucha agua, pero si mucho micrófono. Crece con facilidad en rueda de prensa, se mezcla con subvenciones y se esparce extraordinariamente por los platós de televisión de editorial amiga. Y de tanto regar el campo político con medias verdades, con eufemismos viscosos que compactan el lodazal acompañados de una retórica de reality. El ruedo patrio ha acabado como un lodazal moral, jurídico e institucional. Sí, señoras ministras y ministros, esto es el lodo. Y no lo ha traído la derecha, ni los jueces, ni la prensa hostil, ni la oposición supuestamente «ultra». Este barro tiene sello. Tiene firma y rúbrica. Tiene ADN gubernamental. Este barro es suyo, y nos salpica a todos. Muchos son los balidos de la ganadería (audios de Koldo) que escupen continuamente el mantra de los bulos y de los fangos, es como una berrea que proclaman su celo por el poder a costa de lo que sea.

Pero todo tiene su génesis, recordemos: «El comité de expertos» en la pandemia sirvió de test para poder asumir la mentira como método. Los fangos no surgen de un día para otro. Hay que mezclarlos con agua, tierra y suciedad para llegar a un buen relato que ni el propio Joseph Goebbels hubiera conseguido convencer. «Hemos vencido al virus», proclamó Pedro Sánchez en julio de 2020. Aplausos. Reales decretos. Nueva normalidad. Lo único que no apareció fue el célebre “comité de expertos” porque nunca existió. Fue un espejismo. Pero daba igual: la consigna ya había calado, y con ella, el primer fango. Desde entonces, la política informativa del Gobierno ha funcionado como un embudo invertido: todo lo que no se ajusta al relato oficial es ruido, fake news o directamente «ultraderecha».

Cuando los jueces empezaron a revisar a la baja cientos de condenas por agresiones sexuales tras la aprobación de la Ley del «solo sí es sí», no se revisó la ley. Se insultó a los jueces. «Machistas con toga», llegó a insinuar la entonces ministra Irene Montero, sin una sombra de autocrítica. Hasta que la cifra de agresores beneficiados superó el millar, y la evidencia fue demasiado densa para no convertirse en barro. Y para hacer barro se requiere igualmente una cierta habilidad. Y así en el lodazal comenzaron a emerger ministros, portavoces y otras criaturas del pantano. El barro tiene portavoces. Y en eso, el Gobierno ha desplegado una cantera formidable.

Ahí está Patxi López, portavoz parlamentario, capaz de gritar «¡Ya está bien!» ante cualquier pregunta incómoda. O Isabel Rodríguez, que con sonrisa institucional afirmaba en 2023: «No hay mayor transparencia que la que ejerce este Gobierno.» Esto lo decía justo antes de negarse a publicar el informe jurídico de la amnistía. Transparencia opaca. Un nuevo género. En el capítulo de humor involuntario, no podemos olvidar a Pilar Alegría, ministra de Educación y portavoz ocasional, que llegó a decir que la ley de amnistía era «una herramienta de reconciliación histórica». ¿Reconciliación? ¿Con quienes organizaron un golpe y se jactan de repetirlo? En efecto, reconciliación con trampa: tú pides perdón, y yo te doy el BOE.

Pero el mayor barro discursivo vino de Óscar Puente. Ascendido a ministro por sus méritos en el barro dialéctico, ha logrado convertir la descalificación personal en estilo institucional. Insulta con chulería, ridiculiza con retintín, y si se le recrimina, te recuerda que él también fue víctima del PP. Si Aznar respiraba, era franquista. Si Feijóo habla, es filofascista. Y si el PSOE miente, es por el bien común y VOX no debiera existir para no herir la sensibilidad del espectador. En este festín de lobos y ovejas balando, aparece Koldo y el barro viscoso de las mordidas. La detención de Koldo García —asesor inseparable de Ábalos y criatura simbólica del sanchismo más granuja— ha sido uno de los lodazales más profundos. Comisiones, mordidas, intermediarios opacos, bolsos con dinero en garajes, y un sinfín de prácticas propias del narco rreformismo institucional. ¿Qué hizo el Gobierno? Se defendió a codazos: «no era del Gobierno, era del entorno». «Es un caso aislado», «era una anécdota». «No afecta al núcleo». Y sobre todo, “nosotros somos los primeros interesados en que se aclare”. Eso sí, sin comisiones de investigación serias y con todas las alertas del Tribunal de Cuentas encajonadas. Si Koldo era «el portero» de un sistema, ¿quién era el dueño del estadio? Nadie quiso responder.

El barro se instala como doctrina: la amnistía, la gran obra moldeada en forma y manera, como no podía ser de otra manera, a medida de su autor. Al principio fue un límite innegociable. Pedro Sánchez, en junio de 2021: «Ni amnistía ni referéndum. Nunca.» Bolaños, ese notario del oportunismo: «La amnistía no cabe en la Constitución». Patxi López, en vena patriótica: «Lo que se pide desde Cataluña no cabe en ningún sistema democrático». Y de pronto… cabía. No solo cabía, sino que era una expresión suprema del humanismo federal. La mayor operación de maquillaje jurídico desde que Alfonso Guerra «cepilló» el Estatut. Los mismos que veían «golpistas» en 2017 vieron en 2024 «socios de país». Las togas se cambiaron por abrazos. Y si algún juez protestaba, se le acusaba de lawfare.

Como podía ser previsible, el barro se expande día a día más allá de nuestras fronteras. Es la lava de un volcán que se traga a todo lo que encuentra a su paso. Se trasluce en la total dejación de funciones, en un parlamento solo dedicado a incriminarse mutuamente. El Gobierno olvida que es Gobierno y se convierte en cotilla de cualquier soportal, en el chisme callejero, en la noticia rota, sin hilvanar, por eso, Gibraltar se negocia sin contrapartida, ajeno a la soberanía soberanía, pero vendida con verdadero entusiasmo como la «prosperidad compartida» que nadie comparte más allá de los titulares. Se pacta con Londres a espaldas del Parlamento español, y se renuncia de facto a aguas territoriales, competencias aduaneras y presencia institucional. En Marruecos, se entrega el Sáhara a cambio de silencio migratorio. La «nueva relación estratégica» consiste en mirar hacia otro lado mientras Rabat presiona Ceuta y Melilla. Y en Bruselas, los eurodiputados socialistas votan en contra de que se investigue la ley de amnistía. No por convicción, sino por orden de arriba. La voz de España ya no es la de un país digno, sino la de un gestor que pide que no se le llame al móvil en horario electoral.

Cada vez que un caso de corrupción asoma, el Gobierno recuerda que tiene «el código ético más exigente de Europa». No explica por qué sigue en el Consejo de Ministros alguien imputado, o por qué desaparecen expedientes enteros del Ministerio de Igualdad. Pero insiste: el código es inflexible. Lo que ocurre es que se guarda en un cajón sin abrir, como los discursos de coherencia de la hemeroteca.

¿Y qué decir del caso Tito Berni? Diputados socialistas en francachelas con prostitutas, marisco y comisiones. ¿Qué se hizo? Nada. ¿Qué se dijo? «Ya no está en el grupo parlamentario”. Eso sí, los jueces que instruyen el caso siguen siendo vigilados con lupa por el aparato mediático gubernamental.

A pesar del blindaje mediático, el barro traspasa fronteras. El Parlamento Europeo ha advertido sobre la «politización de la Justicia» en España y a las horas de este artículo las advertencias hacia el sanchismo están siendo más severas que nunca antes. Varios grupos han mostrado su preocupación por el ataque sistemático al Poder Judicial, la creación de comisiones de investigación ideologizadas y los pactos con partidos contrarios a los valores de la UE. Pero aquí, los portavoces del barro lo niegan. «Bruselas no entiende el contexto español», afirman. Traducido: no entienden que aquí se hace política con la nariz tapada.

El barro, a diferencia del polvo, no se va con viento. Hay que limpiarlo. Y para eso hace falta voluntad, memoria y dignidad. Pero si algo ha traído este Gobierno, es la conversión de la mentira en costumbre. Donde antes había principios, hoy hay pactos. Donde había instituciones, hoy hay personalismos. Y donde había Estado, hoy hay relato.

Decían que vendrían tiempos mejores. Y sí, lo hicieron... pero solo para ellos. Para el resto, barro. Lodazal. Hartazgo. Y una pregunta recurrente: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Fácil: con aquellos fangos que berrearon desde los atriles de la Moncloa, las tribunas parlamentarias y las terminales mediáticas afines. Y ahora, cuando el barro ya no se puede ocultar, nos dicen que el problema es que no sabemos mirar el futuro. Pero resulta que lo estamos pisando. Está bajo nuestros pies. Y huele. «Los bulos son de la derecha». «El relato es progresista». «La verdad es nuestra». Eso decían. Pero la verdad, cuando se hunde en el lodo, acaba saliendo a flote con más fuerza.

Y en esta ciénaga política en que se ha convertido España, no necesitamos más excusas ni más portavoces del barro. Necesitamos aire limpio. Y botas. Botas altas. Porque el lodazal es ya demasiado espeso para seguir creyendo que solo es una mera «percepción».

Iñigo Castellano y Barón

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