Manuel Pastor Martínez

Teoría y Crítica de la Partitocracia (2): Autocracia vs Democracia

El movimiento americano "Antifa". (Foto: https://cnnespanol.cnn.com/).

LA CRÍTICA, 13 JUNIO 2025

Manuel Pastor Martínez | Viernes 13 de junio de 2025

Alexander Pope sostenía que los partidos son locuras de muchos para beneficio de pocos. Thomas Mann describió la partitocracia como un “gato tuerto”, y Ortega como un caso de “hemiplejía política”. Unamuno, irónicamente, afirmaba que él se consideraba un hombre “entero”, por tanto no de partido.

Los recelos respecto al partidismo y su compatibilidad con la democracia son explícitos en el pensamiento político ilustrado escocés y americano (Hume, Smith; Washington, Hamilton, Madison…), y aunque se encontrarán mecanismos constitucionales para resolver el problema (por ejemplo, en los ensayos de The Federalist), siempre persistirán las dudas. De hecho casi todas las regresiones autocráticas –excepto las de carácter militar– en las democracias contemporáneas siempre tienen bases partidistas excluyentes, generalmente izquierdistas de diversos tipos (Jacobinismo, nacionalismos, socialismos y comunismos, Fascismo y Nacional-Socialismo, Falangismo, etc.). (...)



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Carl Schmitt en su obra Teoría del partisano (Berlin, 1963; Madrid, 1966) subrayó: “En la amplísima discusión sobre el llamado Estado total aún no se llegó a la consciencia general que hoy día, no el Estado como tal, sino el Partido revolucionario como tal es el que representa la verdadera y, en el fondo, la única organización totalitaria”. Siguiendo la lógica schmittiana, no existe propiamente y no debe hablarse de “Estado totalitario”, sino de “Estado autoritario”. Por tanto el Totalitarismo es un sistema en que el Partido somete y domina (y en cierto modo anula) al Estado.

Las autocracias, a lo largo de la historia, han adoptado generalmente la forma de regímenes autoritarios, estatistas, en el sentido de que los Estados han dominado a los partidos. Con el Totalitarismo, término inventado en 1918 por el periodista alemán Alfons Paquet –referido al Partido Comunista de Lenin, pero aplicable al Partido Nazi de Hitler– la relación se invierte: los partidos dominan al Estado (véanse mis ensayos: “El siglo del Totalitarismo” y “Autoritarismo y Totalitarismo”, ambos publicados en La Crítica, 2015 y 2017, respectivamente).

El Jacobinismo marcó el camino para la destrucción de la democracia que culminaría en el Terror: eliminación del pluralismo, unipartidismo, centralismo y anti-federalismo. Rechazo de la separación de poderes (renegando de Montesquieu en favor de Rousseau) y del Imperio de la Ley (en favor de la dictadura). El marxista ruso Julius Martov y los mencheviques descalificarán a Lenin llamándole “jacobino” y “déspota”, mientras Lenin les replicará llamándoles “girondinos” y “traidores”, condenados –como dirá Trotsky en 1917– al basurero de la Historia.

A partir del siglo XX el Leninismo (o Marxismo-Leninismo, continuado por el Stalinismo, el Maoísmo, etc.) profundizará en la primacía del Partido, confiriendo al cargo del Secretario General –desde el propio Lenin de facto y formalmente desde Stalin hasta Gorbachov– el liderazgo y poder absolutos en la organización y decisión políticas (lo que Trotsky había denunciado como “sustitucionismo” y treinta años más tarde, patéticamente, como “revolución traicionada”). Modelo que adoptarán no solo todos los partidos comunistas sino también los socialistas, populistas e izquierdistas de diversas denominaciones. Y como pensaba F. A. Hayek, contagiando asimismo a los socialistas de todos los partidos.

A lo largo de los siglos XX y XXI en las democracias liberales –salvo muy pocas excepciones– los partidos políticos se transforman en “partitocracias” que en gran medida se trasvisten –de nuevo, según Hayek– en células durmientes y potenciales del socialismo. Un socialismo o microsocialismo particular, partidista, contra los intereses generales de los electores y de la ciudadanía.

Las democracias liberales, incluso las más consolidadas, con muy pocas excepciones, tampoco se librarán de las tendencias autocráticas (véanse los casos recientes de la administración del Partido Demócrata con Joe Biden en la democracia consolidada de los Estados Unidos de América, o sin ir más lejos, el mandato del PSOE con Pedro Sánchez en la democracia no consolidada de España).

Las desviaciones autocráticas en las democracias frecuentemente van acompañadas con sospechas fundadas de delincuencia y corrupción: “Government Gangsters” tituló Kash Patel, actual director del FBI, una obra crítica del Deep State en la era Obama-Biden, y “Mafia o Democracia” fue el lema de una manifestación masiva reciente en Madrid contra el gobierno de Pedro Sánchez.

Estudios empíricos múltiples sobre la calidad democrática y el índice de libertades certifican que históricamente –incluso en épocas muy recientes– las autocracias han sido abrumadoramente predominantes respecto a las democracias, representando éstas un porcentaje en torno al 15-17 % (siendo muy generosos) de los sistemas políticos actuales.

Hemos contemplado en España desviaciones autocráticas en nuestra joven democracia, especialmente por parte de un partido con acreditada tradición sectaria, incluso golpista, e intentos continuados de tapar su corrupción: el PSOE, sucesivamente bajo los liderazgos de Felipe González, de José Luis Rodríguez Zapatero, y de Pedro Sánchez. No es extraño en una democracia no consolidada, quizás fallida, con una Constitución meramente nominal (no normativa, según K. Loewenstein), con una deficiente separación de poderes sin la debida independencia del poder judicial, y con una cultura política totalmente “partitocrática”.

Pero incluso en la democracia más veterana y consolidada del mundo, los Estados Unidos de América, pese a su evidente “excepcionalismo” se ha percibido también en años recientes una conducta desviada de uno de sus partidos históricos, el Partido Demócrata, bajo los liderazgos de Barack Obama, Hillary Clinton, Joe Biden y Kamala Harris, desviación certificada por analistas importantes (Harvey Mansfield, David Horowitz, Dinesh DeSouza, Mark Levin, Kash Patel, etc.).

Efectivamente, la “excepcionalidad” americana no ha impedido la evidente degeneración del Partido Demócrata en sus tentaciones tentaciones partitocráticas y socialistas, dejando de ser –según apuntó Harvey Mansfield hace años– un partido americano liberal pro-capitalista, convirtiéndose en un partido al estilo “europeo”, progresivamente socialista, anti-capitalista y partitocrático, sin democracia interna, por tanto también con rasgos de anti-americanismo y concomitante anti-semitismo/anti-sionismo.

Un Partido Demócrata con cultura política Woke, desde el gradual y moderado socialismo secreto de Barack Obama (o Liberal Fascism/fascismo progresista, según Jonah Goldberg), hasta el socialismo más explícito de Bernie Sanders y The Squad (Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, etc.), e incluso la obamita Kamala Harris, con los inevitables desvíos de radicalismos violentos, típicamente terroristas: Antifa, Black Lives Matter, Party for Socialism and Liberation, etc., según se han manifestado en las revueltas del “verano del amor”, tras la muerte accidental de George Floyd, iniciadas en Minneapolis (2020), y las anti-ICE contra las deportaciones de ilegales, iniciadas en Los Angeles (2025). En ambos casos con un claro sesgo anti-Trump y anti-MAGA, expresión política de lo que el presidente estadounidense viene llamando los “radical-left fascists” o “radical-left lunatics”.

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