Según la nueva doctrina igualitaria “No existen las razas humanas. Las variantes genéticas son tan despreciables que se puede decir que somos una única raza: la humana. Y en todo caso hay variantes o grupos étnicos que están más separados por sus diferencias culturales y económicas que genéticas”.
Sin embargo, a los que nos gusta el deporte y lo hemos practicado, asistimos sorprendidos cómo esa supuesta igualdad queda hecha trizas cuando lo analizamos y lo sometemos a la cruel criba de la estadística. Las supuestas diferencias sólo de carácter económico, medioambiental o cultural que teóricamente deberían favorecer a los atletas de países privilegiados, se estrella contra la realidad cuando vemos a atletas de países sin acceso a instalaciones deportivas o en situación económica precaria, auparse, no solo a los primeros puestos de los rankings mundiales, sino coparlos casi por completo dejando los lugares residuales a los supuestamente favorecidos.
Tenemos a campeones mundiales y olímpicos en Jamaica, Saint Kitty-Nevis, Granada, Trinidad-Tobago, Nigeria, Namibia, Madagascar, Etiopía, Kenia, Marruecos, Túnez, Argelia, Camerún, etc., etc. (...)
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Otro ejemplo: entre los 500 mejores velocistas de todos los tiempos, solo 8 son blancos. Y qué decir de la NBA, donde los baloncestistas blancos han pasado a ser minoritarios. A ver si va a ser entonces que sí existen diferencias y que no son tan despreciables dado el clamor de la estadística. Según esas estadísticas al alcance de cualquiera que los quiera consultar, no parece que sea cierto eso de que sólo se diferencian en el color de piel. Entonces esas diferencias genéticas ¿son más acusadas de lo que nos quieren hacer creer? ¿son tan poco comunes que hacen que unos “grupos étnicos” (en adelante razas o blancos y negros) tengan mejores performances según la etnia a la que pertenezcan?
Académicamente está muy mal visto estudiar las diferencias de todo tipo que pueda haber entre sexos o de unos grupos respecto a otros con distinto color de piel. Hay que hacerlo con muchísimo tacto para no herir sensibilidades. Ni siquiera la supuesta libertad de cátedra (esa libertad reconocida por la Constitución pero aún sin regular, merecería un capítulo aparte) podría proteger estudios que analicen esas diferencias de forma abierta y sin tacto. No obstante, las revistas especializadas han publicado trabajos para saber si hay algo más que el color de piel para explicar qué hay debajo como para que se den esas diferencias tan abrumadoras. Se ha permitido penetrar un poco más allá, hasta el tejido muscular, para encontrar una explicación: las fibras musculares tipo I o rojas, de contracción lenta y con gran concentración vascular que permite acumular más oxígeno para un esfuerzo prolongado, y la fibra tipo II o blanca, capaces de contracciones rápidas que facilitan realizar un trabajo explosivo, de mucha fuerza pero de corta duración. Si tienen la curiosidad de documentarse sobre estos tipos de fibras básicas y su influencia en el deporte, son muchos los artículos publicados en internet o revistas especializadas.
Entre los atletas africanos y de color en general, vemos dos genotipos: los del africano occidental o sus descendientes, con una gran concentración de fibra blanca, la de contracción rápida y explosiva, que los hacen notablemente más musculados y por tanto mejor diseñados para la velocidad. Esa concentración de fibra blanca, de contracción rápida, explica cómo un atleta como Usain Bolt con una estatura de 1,92 puede tener una frecuencia de zancada similar a un velocista más bajo pero de mayor amplitud, lo que resulta en el velocista ideal. Un atleta blanco de semejante estatura y con mayor cantidad de fibra roja que un negro, no sería capaz de moverse con esa frecuencia tan alta.
Por otro lado, los africanos o sus descendientes de la parte oriental tienen una gran cantidad de fibra roja, la de contracción lenta y de forma alargada, sin apenas grasa lo que los hace más livianos y. por tanto, capaces de las mejores marcas en grandes distancias por su mayor acumulación de oxígeno en sus músculos y poco peso.
El fisiólogo sueco Bengt Saltin, verdadero referente en la investigación de todo lo que respecta al rendimiento deportivo, tiene publicados estudios muy pormenorizados de la fisiología del atleta africano. Con ellos ha refutado los estereotipos simplistas de que estos atletas tienen tan buen rendimiento porque “van corriendo al colegio y además lo hacen en los altiplanos africanos”. Dio detalles muy precisos de las diferencias musculares entre los atletas negros y blancos, no solo en su diseño sino en los procesos bioquímicos que se producen en su interior que explican perfectamente las razones científicas del porqué del dominio de una etnia sobre otra.
También hay que decir que la densidad ósea es superior en los negros que en los blancos y que la grasa se acumula más entre la musculatura de los blancos que en los negros, circunstancias ambas que les otorgan mayor flotabilidad y pudieran ser el motivo del mayor rendimiento en natación de los blancos.
Dentro del atletismo y sus muchas disciplinas, no todo es dominio de los negros: los blancos dominan los lanzamientos y salto con pértiga, y los magrebíes compiten en igualdad en el medio fondo y fondo. Las excepciones de los noruegos Jacob Ingebritsen en medio fondo o Karsten Warlhom en 400 vallas no dejan de ser una excepción dado el gran número de atletas de color que ocupan el ranking mundial en sus pruebas.
Pues hasta los músculos y el hueso hemos llegado. ¿Se acaban aquí las diferencias? ¿Qué pasa con el sentido del ritmo de unos y otros? Vemos que muchas tribus africanas necesitan de una canción rítmica para coordinar con una precisión increíble sus trabajos en grupo. Esto no es muscular. Hay algo en su sistema nervioso incluso en su cerebro que parece distinto. Pero aquí entramos en terreno total y absolutamente vedado. En 1998 el profesor de psicología evolutiva y de la educación, Guillermo Quintana Fernández fue sancionado por el rector de la Universidad Complutense de Madrid por “mantener estereotipos sociales, étnicos, sexistas e ideológicos”. Su trabajo fue censurado y el libro que lo recogía fue retirado de las librerías por lo que no se sabe mucho de su contenido, aunque sí se sabe que trataba sobre esas sutiles diferencias entre razas y sexos. La sanción fue anulada por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, lo que confirma que no traspasó los límites del Código Penal, única línea roja de la libertad de cátedra. Así que, ante la imposición ideológica de la nueva Inquisición sólo podemos imitar a Galileo: acatar, pero mantener nuestra convicción interior.
LA MUJER EN PELIGRO
Antes de desarrollar este punto, quisiera hacer mención al problema en que se encuentra la investigación científica en general. Como es sabido, la dotación estatal para la investigación es muy reducida y siempre debe ser acorde a la ideología imperante y la verdad única. Contradecirla sería ser tachado de negacionista y apartado de la subvención administrativa. Así que hay que acudir a la esponsorización. El espónsor no quiere riesgos dada la volatilidad de los mercados y ha de estar “en la onda”. El investigador lo sabe y ha de camuflar sus trabajos con el disfraz progresista. Así se investiga sobre la agricultura, pero con la coletilla “con el cambio climático”. O la ganadería “ante el calentamiento global”. O las estrafalarias matemáticas “con igualdad de género” que nos quiere vender el Ministerio de Cultura.
Y dentro de esa supuesta igualdad de género en todo y para todo, incluso en lo que perjudique a la mujer llegamos al colmo de la estupidez. Se nombra a ignorantes supinos en las altas jerarquías del deporte que toman decisiones que pueden causar un daño irreparable al deporte y a la mujer si no se le quita la pistola a esta especie de primates con poder.
Según estos espontáneos, un hombre que se siente mujer puede competir contra las mujeres. Se basan en la nueva doctrina de que el sexo no lo determina la biología sino la percepción que tiene el individuo de sí mismo. Por tanto, si un hombre se siente mujer, es mujer a todos los efectos con todos los derechos inherentes a su sexo. Y uno de esos derechos es el de practicar deporte y competir con sus “nuevos congéneres”
Es evidente para todos, salvo para estos advenedizos, que el sexo de nacimiento concede a un ser humano unas características físicas que no desaparecen cuando, en el caso del hombre, decide que se siente mujer. La testosterona otorga al varón de nacimiento un potencial de fuerza y musculatura fuera del alcance de la que nace mujer. El criterio de las distintas federaciones deportivas ha sido hasta ahora descalificar a mujeres con parámetros de testosterona por encima de un determinado nivel. Pues bien, esos criterios de los responsables deportivos empiezan a tambalearse, no sé si por ingenuidad, desconocimiento o lo que es lo más probable, para cumplir con las políticas que les imponen aquellos que los han nombrado y a los que deben el cargo. El caso es que se ha dejado competir a hombres en natación o boxeo con victorias a todas luces ilegítimas y ventajistas. En Estados Unidos ya tienen claro que han de prohibir que compitan a los nacidos hombres contra las mujeres, pero en otros países con políticos en el cargo con más cerrazón, aún están intentando hacer que triunfen sus desatinadas posturas políticas.
¿Pero qué pasaría si triunfan las tesis de estos involucionistas? Vamos a coger las atletas más destacadas de la historia. Es más: vamos a tomar 3 que han contado con la ventaja tramposa del dopaje y cuyos récords no se batirán ni de broma: Florence Griffith en 100 metros con 10:49; Marita Koch en 400 con 47:60 y Jazmila Kratochvilova con 800 con 1:53,28. Cualquier atleta que hoy en día se acercara a las marcas estratosféricas de estas tramposas contarían con jugosos ingresos de espónsores además de otros extras por triunfos, títulos olímpicos etc., además de la fama y gloria que corresponde a estrellas como la holandesa Femke Bol. Esta poderosa atleta ni siquiera se aproxima a la marca de Marita Koch y sin embargo es millonaria en ingresos por su extraordinario dominio en 400 lisos. Lo mismo ocurre con Shelly-Ann Frasser en velocidad femenina o Keelly Hodgkynson en 800. Ninguna alcanza las marcas de los récords del mundo que datan de los sospechosos años 80, donde las atletas del Este competían en igualdad de títulos con los EEUU a base de un dopaje masivo organizado y amparado por sus gobiernos respectivos.
Pues bien: pongamos esas marcas en la comparativa con el ranking masculino actual. ¿Y qué vemos? Pues que nuestros fenómenos femeninos desaparecen por completo y no se encuentran siquiera entre los 1000 primeros. Ahora imaginaos un atleta mindundi masculino situado fuera del ranking mundial, sin oficio ni beneficio y que no recibe ni una triste beca de su país salvo la dieta de competir, con suerte, en algún evento nacional para actuar de comparsa en un mitin de renombre. De pronto se le enciende una bombilla y piensa en la gran oportunidad que tendría si se declara mujer. Así que cualquier atleta, con una marca de 10:40 en 100 o 47:5 en 400 o 1:52 en 800, que como mucho le serviría para pasar a una final de un campeonato de España sin posibilidad de medalla, de pronto se convierte en superestrella del atletismo femenino desplazando por completo a las figuras del momento. Ahora pongámonos en el supuesto más que probable si eso se permite, de que esa idea se extiende vista su rentabilidad y se apuntan al carro unos cuantos desheredados de la gloria. Con solamente ese porcentaje que se desprecia a efectos estadísticas del 3 % de los 1000 del ranking, estamos hablando de 30 atletas mujeres nacidos hombres que habrán exterminado por completo la especie “mujer-mujer” no solo del atletismo sino de cualquier especialidad deportiva femenina.
Y lo mismo en las oposiciones, como ocurre con el ejército, Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, bomberos y otros, donde la puntuación en las pruebas físicas influye de manera decisiva para obtener una plaza. Ya está ocurriendo que muchas de esas plazas son arrebatadas de forma legal pero ilegítima, por un intrusismo que, en nombre de un falso feminismo, está consiguiendo precisamente lo contrario: la marginación de la mujer. Lo que hasta ahora había sido su mayor éxito, el acceso a profesiones que eran casi exclusivamente masculinas, ahora, en un retroceso incomprensible, ese triunfo puede verse convertido en su mayor fracaso.
Pepe Ordóñez