La unidad nacional que consiguieron los Reyes Católicos entre Aragón y Castilla fue una evolución natural de algo común que ya los unía desde antes de la invasión árabe: el sentimiento que yacía entre todos esos reinos independientes de que formaban parte de una entidad superior, lo que nunca había dejado de ser España.
La Hispania Romana, en la que también se fundieron las tribus visigodas, asumiendo su cultura, lengua y religión, se vio atomizada con la invasión árabe. Pero aun dividida, sus reinos siguieron conservando el espíritu de que formaban parte de esa única entidad. (Leer más...)
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Así encontramos escritos de Jaime I diciendo que colaboraba en la conquista de Valencia “en beneficio de España y darle una salida al mar”. Por tanto, aun siendo rey de Aragón, entendía que su reino formaba de España. Esa unión de los reinos con el matrimonio de Isabel y Fernando lo fue, en cuanto a derechos y obligaciones, solo de forma parcial. La desigualdad en la colaboración de los territorios a las necesidades de la Corona nunca se pudo homogeneizar. Bien es cierto que Castilla tuvo durante muchos años el privilegio de administrar el caudal de metales preciosos provenientes de ultramar. Pero por contra el gasto de la Corona en las guerras religiosas y dinásticas no conocía límites y también corrían casi íntegramente a su costa en dinero y hombres. Fueron varios los intentos de los distintos reyes para forzar esa colaboración solidaria con el consiguiente fracaso. Los reinos seguían manteniendo los privilegios de la nobleza que imponían sus fueros.
Antes de continuar vamos a aclarar qué era eso de los fueros. Aparte de algunas regulaciones en ámbito de la vida civil, los fueros eran básicamente privilegios que tenían la nobleza y clase comerciante para poder gravar las mercancías cuando entraban en el territorio sobre el que tenían derecho de vasallaje. En definitiva, los fueros así puestos en práctica pasaron a ser la imposición y consecuente recaudación de aranceles que gravaban el comercio de mercancías cuando debían cruzar alguna de las fronteras interiores que marcaban los territorios de los distintos señores. El beneficiario de esos fueros era, por tanto, la nobleza y la clase dominante que ostentaba el monopolio del comercio interno. Un productor de materias primas en cualquier señorío, si quería vender sus productos en otros, debía pagar el correspondiente portazgo antes de poder vender en las ciudades o pasar sus mercancías por las distintas fronteras internas. Esos fueros fueron anulados en 1714, no solo en Cataluña sino en toda España cuando el nuevo rey Borbón, Felipe V venció en la Guerra de Sucesión frente al otro aspirante de la casa de Austria, modernizando e impulsando así la economía.
Pero eso, la derrota de los Austrias en la Guerra de Sucesión, corresponde al siguiente episodio de las falacias de la historia catalana, que comenzó a reescribirse a conveniencia y gusto de los nacionalistas a finales del siglo XIX, y que continúa reinventándose hoy en día.
Vamos con el episodio de la Guerra dels Segadors o lo que después se llamó “Corpus de Sangre”. Primero un poco de historia.
Durante la guerra de los 30 años (que no fue una sola guerra sino muchas y con distintos tratados de paz) ente el Sacro Imperio y sus aliados contra los distintos territorios favorables a la Reforma que se le opusieron, uno de los escenarios fue Cataluña. Esta región española comenzó a ser hostigada por las tropas francesas a fin de hacerse con los territorios que antaño se conocieron como la Marca Hispánica en tiempos del Imperio Carolingio. Recalco lo de Marca Hispánica, o frontera española, territorios que posteriormente serían casi coincidentes con lo que pasó a ser Cataluña. Para poder defender esos territorios españoles contra los invasores franceses, el Conde Duque de Olivares habría de desplazar a Cataluña tropas castellanas y contar con la ayuda económica y de hombres del reino de Aragón y especialmente de la provincia de Cataluña (así la denominaba el Conde Duque de Olivares).
Castilla había quedado exhausta en hombres y dinero por las distintas guerras en que se vio inmersa la Corona de España y pedía la correspondiente compensación y colaboración del territorio hostigado para poder defender Cataluña. Su proyecto legislativo la “Unión de Armas” redactado por Olivares para su rey Felipe IV pretendía que todos los reinos colaboraran por igual para la defensa de España. Pero hubo oposición, especialmente por parte de Cataluña que era la más amenazada por el ejército francés Las necesidades no se vieron cubiertas por Cataluña y el Conde Duque decidió obtenerla por su cuenta. Así que mando a sus tropas con la orden de abastecerse de lo imprescindible, comida y alojamiento, en las propiedades catalanas.
Sin una pauta muy definida de cuál era el límite de ese autoabastecimiento, comenzaron los abusos por parte de algunos miembros de la tropa. Cundió el descontento entre los agricultores catalanes que ya estaban sufriendo otro abuso: el de la burguesía y clase dominante catalana que les imponía los aranceles abusivos para la comercialización de sus productos. Primero se produjo la rebelión de los campesinos de Gerona en mayo de 1640, que posteriormente se extendió a otras zonas del principado. Y el 7 de junio de 1640, aprovechando un desfile de las tropas reales durante el día del Corpus, un grupo de esos rebeldes llegados a Barcelona y mezclados con segadores que venían a la ciudad también para hacer constar su descontento, se produjo el ataque de todo ese conglomerado a los funcionarios y tropas reales.
El odio a las tropas reales motivó un alzamiento generalizado. Pero a continuación los ataques no se redujeron a los soldados y funcionarios de dependencia castellana, sino que se extendió a todos los nobles y miembros de las clases privilegiadas catalanas, a los que consideraban igual de culpables que las tropas del Conde Duque, de los males económicos que aquejaban al campesinado desde hacía tiempo por la imposición de sus fueros.
Es decir: la Guerra dels segadors no fue una lucha para lograr la independencia de Cataluña contra la tiranía de Castilla como se quiere hacer creer sino una revuelta del campesinado catalán contra quienes habían causado daño en sus menguados patrimonios. Cronológicamente habría que colocar primero la reacción contra los privilegios de la clase dominante catalana que los oprimía desde hacía décadas y segundo, los abusos de los tercios del Conde Duque. La suma de ambos factores hizo que se superara la masa crítica de una situación explosiva, y como consecuencia, la revuelta generalizada.
Ya nadie podía controlar la situación. La oligarquía se vio atrapada entre los intentos de las tropas reales por rendir a los insurrectos y por otro los campesinos que arremetían contra ellos por considerarlos tan culpables como los tercios del Conde Duque. La Diputación General (órgano de Gobierno en Cataluña) trató de apaciguar la revuelta poniendo a Cataluña bajo la protección y la soberanía de la corona francesa contra las tropas de Felipe IV. Se pretendía así culpar exclusivamente a las tropas reales del descontento catalán y con eso tranquilizar a los rebeldes, con la promesa de que, bajo el dominio francés, se solucionarían sus problemas.
No sirvió de mucho ese bálsamo y el conflicto se generalizó convirtiéndose en una verdadera guerra de unos hambrientos campesinos contra la clase dirigente y hacendados catalanes en toda la región. Esto ponía en evidencia que no todos los males que causaron la rebelión provenían de fuera de Cataluña. Los rebeldes identificaban también como sus enemigos a la oligarquía catalana. El salto cualitativo de la traición de Cataluña vino de la mano de sus órganos de gobierno y no de la de los autores de la revuelta: Pau Claris, que había impulsado la protección de Cataluña contra las tropas de Felipe IV, negoció con Francia los términos de dicha protección. Luis XIII, rey de Francia impuso sus condiciones para su intervención: debía ser reconocido por los catalanes como soberano. El Consell de Cent y demás órganos catalanes aceptaron la propuesta y Luis XIII pasó a convertirse en Conde de Barcelona con una Cataluña afecta a la corona francesa.
Y se produce la paradoja. Aquello que había provocado el malestar catalán contra el gobierno de Castilla se cumplió y aun amplió durante el período de su dependencia a la corona francesa: la contribución en hombres y dinero de los catalanes al ejército francés superaba lo que le pedía Felipe IV. El pacto con el rey francés (Pacto de Ceret) fue suscrito también por los rebeldes, lo que acabó con la revuelta. El ejército franco-catalán nacido de ese tratado, derrotó al castellano en Barcelona y el Conde Duque se retiró de Cataluña.
Los abusos hacia los trabajadores del campo catalán, con un ejército francés que se comportaba como una verdadera fuerza de ocupación, iban en aumento superando los del Conde Duque de Olivares. La corona francesa trufó los órganos de gobierno catalán de profranceses con lo que el comercio catalán, que con la corona de Castilla había mantenido el monopolio y autonomía totales, ahora veía como la competencia francesa dentro de Cataluña no solo disminuía sus beneficios, sino que incluso primaban los intereses de los franceses respecto a los catalanes.
Luis XIII aprovechó la situación de debilidad de la corona española atacando el territorio que tenía más a mano: el Rosellón, único territorio español transpirenaico, que logró conquistar fácilmente, junto con parte de la Cerdaña, Lérida y Monzón. La intervención castellana, que conoce del descontento catalán por la ocupación francesa, recupera Cataluña tras una larga campaña que termina en 1652 con la rendición del ejército franco catalán en Barcelona. Pero el Rosellón, al otro lado del Pirineo y por tanto con una línea de abastecimiento bastante complicada de mantener para la reconquista de un territorio tan extenso, continuó en manos de los franceses al igual que parte de la Cerdaña ocupada. Con ambos bandos ya conformes con lo obtenido, cesan en sus campañas. Unos (los españoles) por cansancio y falta de recursos. Y los otros (los franceses) que pierden interés por el resto de Cataluña una vez obtenido el botín del Rosellón y Cerdaña sin ningún esfuerzo al ofrecerse la misma Cataluña a ponerse a su servicio. Esto da lugar al Pacto de los Pirineos por el cual se pierden definitivamente esos territorios.
Resumiendo: el capricho de no querer ceder en sus privilegios, querer mantenerlos a toda costa incluso cuando se pide ayuda a las tropas de tu país para que te defienda de un agresor extranjero, da lugar a preferir al rey extranjero que te quiere atacar que al propio que te quiere defender. El karma actúa y como consecuencia de la traición, Cataluña y por tanto España pierden una parte importante de su territorio.
El himno “Els Segadors” fue adoptado como himno nacional de Cataluña con una nueva letra que suavizaba y modificaba la antigua. En esa primera versión, se hablaba de que la rebelión fue obra de un grupo de hombres que se hicieron pasar por segadores para matar al Virrey de Cataluña, jueces, diputados y un buen número de funcionarios. Justifica la letra aquellas matanzas por la actuación sacrílega de las tropas del rey, que según esa letra profanaron iglesias, símbolos e imágenes religiosas y atacaron a personas inocentes. Nunca se mencionan los muertos de comerciantes y nobles catalanes que nada tenían que ver con el ejército real.
Otra muestra de la paranoia catalana que desconoce su propia historia para adaptarla a sus conveniencias es que en el proyecto de su constitución recogida en las Bases de Manresa, (hablaremos de eso en otro capítulo) que siguen siendo el alma de lo que quieren sea el modelo de su constitución para el futuro, se reivindica la vuelta a los privilegios y fueros anteriores a 1714, fecha en que fueron abolidos. Es decir: reclama el retorno a una forma de economía medieval que favorecía al poderoso, lastraba el comercio y el estímulo a la producción y oprimía a la clase más desfavorecida. Pasa por alto que eso fue una de las causas de las revueltas anteriores contra la oligarquía. Pero es que, además, quienes hacen esa reinterpretación de la historia les cuentan a los catalanes que lo que se abolió en 1714 fueron unos privilegios de los que disfrutaba toda Cataluña cuando en realidad eran privilegios de solo unos pocos. Tampoco cuentan en esa historia el uso que hacían esos nobles y privilegiados de los grupos de malhechores y bandas organizadas de violentos para coaccionar a otros nobles o a quienes se les oponían en el pago del arancel, unas prácticas que hoy identificamos como mafiosas. Ahí surgió una especie de pistolerismo que después les fue difícil de controlar. Esos pistoleros (o trabucaires) pasaron, como suele ocurrir con las bandas mafiosas, a actuar por su cuenta como bandoleros, como el muy cantado y mitificado por el catalanismo, Joan Sala i Ferrer, alias Serrallonga.
El descontento catalán no terminó con el escarmiento de la ocupación francesa. Es un mal endémico que se repite, como veremos más adelante, con la periodicidad de un metrónomo.
Pepe Ordóñez