Ybelice Briceño Linares es doctora en sociología. Fue cofundadora de la Televisora Juvenil Popular de Caracas “Ávila TV” y de la Universidad Bolivariana de Venezuela, así como del colectivo de solidaridad con la revolución bolivariana en Barcelona “Cayapa”. Actualmente es docente e investigadora de la Universidad de la Artes (Ecuador), y activista del movimiento feminista de Guayaquil.
Me dirijo a esa izquierda latinoamericana y mundial que prefiere posicionarse del lado del terror por el simple temor a perder su utopía, una izquierda que no logra salir del burdo chantaje: si no estás con Maduro estás con la CIA.
Los y las venezolanas de la izquierda crítica y honesta hace tiempo que nos cansamos de ese chantaje. No respaldamos al sector radical de la oposición liderado por María Corina Machado, porque no comulgamos con sus ideales ni con sus prácticas, generalmente poco democráticas y de derecha. Rechazamos enfáticamente el bloqueo de Estados Unidos, así como cualquier clase de injerencia en nuestro país. Sin embargo, eso no nos impide ver que la revolución bolivariana (a la cual respaldamos durante sus primeros años) hace muchísimo tiempo torció su rumbo. (...)
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Desde hace años sabemos que, a pesar de su retórica de izquierda y de su discurso antimperialista, el gobierno de Maduro y los militares que lo sostienen es un gobierno absolutamente impopular, generador de desigualdades sociales y cada vez más autoritario, como lo han demostrado la persecución a la protesta popular de los últimos días (pero que se inició hace años) y sus prácticas que rayan en el autoritarismo más cruento.
No apostamos al triunfo de una oposición cuyo proyecto no compartimos, pero consideramos vital reconocer la voluntad popular expresada en unas elecciones que, a pesar del ventajismo del gobierno y todas sus estrategias de intimidación, a todas luces ganó su candidato. Y este triunfo, más que la apuesta a un proyecto de derecha, expresa el hartazgo absoluto de un pueblo que no soporta más la situación la miseria, la precariedad y la desigualdad profunda a la que ha sido sometido.
A este hartazgo se ha sumado la indignación por el fraude, que se sospechaba pero que ha sido más descarado de lo que cualquiera pudo imaginar. Han sido muy evidentes las estrategias ramplonas y las excusas insólitas del Consejo Nacional Electoral –cuyos miembros son conocidos oficialistas–, que a una semana de las elecciones no ha mostrado aún las actas que respaldan el supuesto triunfo Maduro. A esto se suma la ausencia de cifras detalladas por estados, parroquias y centros de votación –como se ha hecho siempre–. Todo ello en el marco de la proclamación precipitada de Maduro como presidente –antes de haber difundido el segundo boletín con los resultados finales–.
Estas, entre otras muchas irregularidades, han suscitado una rabia profunda que se ha expresado en la calle en todos los barrios y pueblos del país. La gente que ha salido a manifestar no es solo la población de clase media de las grandes ciudades, sino, sobre todo, aquella que habita en los barrios populares y en los pueblos más pobres del interior que viven en la situación de mayor precariedad, sin luz, sin agua, sin gas y con sueldos miserables, es decir, la misma que salió el 13 de abril del 2002 a defender a Chávez del Golpe de Estado de la oposición.
El Gobierno ha reaccionado a estas protestas mayoritariamente pacíficas con un discurso y una práctica de intimidación, persecución y secuestro, calificando a todo el que se manifiesta como “terrorista”, capturando no solo a quienes están en las protestas sino incluso a quienes muestran su malestar por redes y hasta simples testigos de mesa del proceso electoral. Esta política ha ido acompañada por el despliegue de cuerpos parapoliciales afectos al gobierno (denominados “colectivos”), ciudadanos armados y motorizados que están circulando en los barrios, intimidando a sus pobladores e incluso disparando contra ellos. El saldo actual de esta estrategia de terror, que el gobierno con el mayor cinismo ha denominado Operación Tun Tun –onomatopeya de llamar a la puerta de casa–, ronda las mil personas detenidas –sin respeto del debido proceso–, pero el mismo Maduro ha prometido encarcelar a 1.200 personas más y adaptar dos nuevas cárceles para ellas.
A estas alturas, hace falta mucha ingenuidad o mucho cinismo para seguir diciendo que el gobierno de Maduro –y sus militares– es un gobierno revolucionario. Por eso me pregunto cuándo la izquierda internacional verá la clase de régimen que está defendiendo. Cuándo se dará cuenta de en qué lado de la historia se están posicionando. Cuándo saldrá del chantaje. Cuando llegará a la conclusión de que es obsceno que el temor a perder una utopía valga más que el sufrimiento, el hambre, la persecución de miles de venezolanos y venezolanas.
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Fuente: Publicado el 6 de agosto por el portal web Zona de Estrategia: https://zonaestrategia.net/izquierda-y-chantaje-la-imposible-defensa-del-gobierno-de-maduro/