Íñigo Castellano

La gloria del deporte español y el honor de sus deportistas

Alfonso Segovia en un espectacular salto en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972.

LA ESPAÑA INCONTESTABLE

LA CRÍTICA, 19 JUNIO 2024

Íñigo Castellano Barón | Martes 18 de junio de 2024

Desde muchas décadas el deporte español viene portando la bandera roja y gualda por todos los escenarios deportivos del planeta cosechando victorias y haciendo consecuentemente que aquella ondee junto a su Himno Nacional para orgullo de todos los españoles. Podríamos repasar nombres victoriosos que han supuesto poner a nuestra patria entre las más destacadas naciones en distintos campos del deporte olímpico e internacional.


Muchas son las historias y anécdotas por las que nuestros deportistas olímpicos han vivido y podrían contar, seguro que daría lugar a una enciclopedia, pero en todas ellas la emoción que han sentido cuando les era entregado el trofeo de campeón, fruto de su esfuerzo, preparación y habilidad, no era menor que la sentida al subir al pódium y escuchar en posición de firmes los sonidos de su himno. (...)



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De igual forma hemos visto a veces a lo largo de la historia de las competiciones o de las olimpiadas, errores en la interpretación de los himnos que eran pronto subsanados por la interpretación correcta de la nación respectiva. El mundo del deporte es competitividad y dentro de este término en competiciones internacionales se encuentra el sentimiento de representación de la patria a la que se debe el equipo o el deportista. Se asume una gran responsabilidad que a veces puede llegar a sobrepasar el propio espíritu deportista de ganar la competición, por el de asumir el espíritu de pertenencia a la nación y la gloria deportiva de esta. En 1896 en Atenas (Grecia) tuvo lugar las primeras olimpiadas en conmemoración a las que en el mundo clásico se llevaron a cabo. Era el lado contrario a la guerra pues los competidores en aquellas se sometían a una normativa, ajenos por completo a los vaivenes constantes de los conflictos bélicos entre las naciones. Era el lado cultural y de cooperación entre países aún cuando fueran beligerantes en otros campos.


En cierta manera el deportista asume como suyo y en el plano que comentamos, la defensa de la patria dando todo lo que de sí mismo puede. Desde Jordi Llopart, primer español en conseguir la medalla de oro en una prueba de atletismo en los campeonatos de Europa y el primer medallista olímpico español en dicha prueba, hasta un larguísimo elenco de deportistas de élite que consiguieron que nuestra bandera ondee orgullosa en distintos continentes. Seis deportistas nacionales lograron proclamarse dos veces campeones olímpicos, mientras que son diecisiete los que ganaron al menos tres medallas olímpicas. Tres deportistas se encuentran en las dos listas: Saúl Craviotto (piragüismo), Gervasio Deferr (gimnasia) y Joan Llaneras (ciclismo). Así, recordemos a Theresa Zabell en vela, Rafael Nadal en tenis, Mireia Belmonte en natación, Pau Gasol en baloncesto, además de la larga lista de los equipos españoles de fútbol que han incendiado los estadios con el aplauso y admiración por las victorias consagradas como épicas, alzándose con medallas y copas que hoy forman parte de la legendaria historia deportiva de nuestro país. En el mundo hípico español igualmente existe otro gran elenco del que podemos enorgullecernos, abanderados de España en las pistas internacionales en muchas de sus modalidades tanto en doma clásica como en salto de obstáculos y otras.


En todo este panorama deportivo mencionado muy a grandes rasgos, y consciente de omisiones por la gran extensión de este escenario del deporte, sobresalen anécdotas que implican más allá de la preparación deportiva, el ánimo patriótico que anima y defiende el deportista. Por ello contaré una anécdota que refleja muy bien el amor a nuestra España de un verdadero jinete y caballero que mientras era homenajeado y aplaudido por la concurrencia, él se entretuvo en defender nuestros símbolos constitucionales que no habían sido debidamente reflejados.

Corría el año de 1972 y en la ciudad de Méjico concurría en una importante competición de salto de obstáculos, el jinete olímpico español Alfonso Segovia y Segovia, que durante años y junto a otros destacados jinetes españoles portaban el palmarés de nuestro equipo nacional hípico. Transcurría el tercer día de la competición y parecía ser el favorito nuestro jinete Segovia que imaginaba en los últimos saltos, como en los dos días anteriores en los que sonaron los himnos respectivos de las naciones de los campeones, poder dirigirse a recibir la copa sin desmontar de su caballo ante la Tribuna Presidencial y recibir la copa para España mientras el himno nacional entonaría en honor y gloria del jinete y de la nación a la que pertenece.


Lamentablemente, nada de ello sucedió, bueno la victoria de Segovia sí y fue proclamado campeón, sin embargo cuando erecto en su montura se aprestaba a recibir el trofeo, observó que no se entonaba el Himno Nacional. Los aplausos provenían de todas las gradas ante su magnífico recorrido pero no se escuchó nota alguna. En esta situación, con la gallardía de todo español, exigió a las autoridades que se entonara el Himno y que entretanto él no recibiría la copa. El espectáculo quedó paralizado hasta casi dos horas mientras que el Comité organizador, autoridades y demás gentes competentes en el asunto debatían el tema. Por aquella época Méjico no mantenía relaciones diplomáticas con España y sus autoridades no supieron distinguir el concepto deportivo del político. Segovia siguió en sus trece estando dispuesto a permanecer en su montura y a rechazar públicamente su merecida copa, ya que su más ansiado trofeo era poder escuchar en aquella ciudad hermana las notas gloriosas de la España que tanto ama. Finalmente y como en los dos días anteriores y ante la tajante y valiente postura de nuestro jinete, se procedió a entregar la copa mientras el Himno español comenzó a sonar. Fue como aquella estampa del Medievo en donde el caballero tomaba el pañuelo de su dama para defender sus colores frente a su contrincante.


Finalmente, Alfonso Segovia pudo alzar la copa sobre su montura mientras se mantenía firme sobre ella y quizás por la intensa emoción unas lágrimas pudieran deslizarse por sus mejillas.


A su regreso a España, supo la repercusión que su actitud había provocado no solo en los medios de prensa sino en las más altas Instituciones del Estado español. Pronto recibiría numerosas cartas de amigos y de autoridades españolas. Se le concedió la Encomienda con placa de Cisneros y las felicitaciones y agradecimientos de toda clase de gente, orgullosa de cómo aquel joven jinete español supo defender con firmeza lo que le era debido como al resto de participantes de aquellas jornadas hípicas.


Ha pasado más de medio siglo, y hoy día esa postura adquiere un gran valor en la medida que refleja no solo el espíritu deportivo sino también el alma hispana muy profunda en la gente de bien. Es bueno recordar a nuestros patriotas como ejemplo de lo que una nación necesita.


¡Gloria y Honor!


Iñigo Castellano y Barón

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