Hugo Vázquez

Las reliquias de Cristo en España

El sagrado Mantel de la Última Cena (catedral de Coria). (Foto: https://coria.hoy.es/).

LA ESPAÑA INCONTESTABLE

LA CRÍTICA, 31 MARZO 2024

Hugo Vázquez Bravo | Domingo 31 de marzo de 2024

Aprovechando que estamos en plena Semana Santa, unas fechas en que por toda la geografía española se celebra y conmemora la pasión, muerte y resurrección de Cristo, y con ello la redención de nuestro pecado original, hemos estimado oportuno contribuir con este relato. Se puede haber recibido el don de la fe o no, pero incluso para los que no procesan el cristianismo es innegable, que Jesús de Nazaret es una de las personas más relevantes e influyentes que jamás ha existido. Baste recordar que ni tan siquiera a Tiberio, emperador de Roma coetáneo, se le dedicaron tantos libros en su propio tiempo como a él. A pesar de la lejanía de España con el ámbito en que aquél divulgó sus enseñanzas, justo en el otro extremo del Mare Nostrum, con el paso de los siglos los católicos españoles con sus reyes a la cabeza, convirtieron a nuestro Estado en la principal y mayor caja de resonancia de la religión que él fundó, siendo los principales responsables de su expansión por todo el orbe. Jesús nunca pisó esta tierra y, sin embargo, aquí llegaron y se conservan algunas de las reliquias relacionadas con su persona y pasión más significativas. A ellas le vamos a dedicar este escrito. (...)



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Pocas reliquias de la cristiandad han despertado tanto la imaginación de escritores y guionistas de cine como el Santo Grial, la copa que Cristo utilizó en la última cena y de la que se sirvió para darnos a conocer cómo se habría de desarrollar en adelante la eucaristía o, lo que es lo mismo, las fórmulas y acciones que habrían de emplear los sacerdotes en público para el culto a Dios, simbolizando justamente el sacrifico que en pocas horas él haría por toda la humanidad. Nadie puede aseverar con certeza que la copa que se conserva en su templo se corresponde con aquel cáliz y, no obstante, dos de los principales candidatos se hayan justamente en España.


El primero de ellos el conocido como cáliz de doña Urraca, custodiado en el museo de la colegiata de San Isidoro de León. Éste está compuesto por dos cuencos de ónice del siglo I, que fueron engarzados en una pieza de orfebrería para la que se utilizaron, según dicta la leyenda, las propias joyas de la infanta hija de Fernando I de León. Los autores que defienden esta teoría sitúan el origen de esta pieza en un regalo que vino de Egipto para el sultán de Denia en 1055, como señal de agradecimiento por los alimentos enviados por éste con motivo de una seria hambruna. A su vez, el sultán se lo entregó al monarca leonés como vínculo de amistad, siendo muy probablemente enviado a través del obispo de León, que había venido en el mismo barco de su peregrinación a Tierra Santa. Se dice que a uno de aquellos dos cuencos se le extrajo una esquirla que fue entregada al mismísimo Saladino para la curación de una de sus hijas. Otros autores han refutado esta teoría en base a la poca credibilidad de las fuentes que la sustentan.


El segundo es el llamado Santo Cáliz de la catedral de Valencia. La parte más antigua de esta pieza es una copa de calcedonia que no sólo ha sido datada igualmente en el siglo primero, sino que concuerda con una variedad de piedra propia de la zona. Por su peculiar tallado, ha sido también catalogada como un Kos Kidush (copa de bendición hebrea), a su vez contemporánea a la época de Herodes del Grande. Según la tradición de este objeto, la copa viajó de Tierra Santa a Roma en tiempos de San Pedro, que siguió sirviéndose de ella tras la última cena para emular, como he dicho, la liturgia aprendida. El Papa Sixto II, durante la terrible persecución a los cristianos del siglo III, le encargó la protección del cáliz al santo español San Lorenzo, natural de Huesca, que la envió a Hispania justo antes de su propio martirio, donde juzgó que estaría más segura. Tras su paso por varias localidades y estancias, entre las que sobresalen la catedral de Jaca o el monasterio de San Juan de la Peña, que sirvió de panteón real a la monarquía aragonesa, el rey Martín I lo trasladó al palacio de la Aljafería de Zaragoza y, ya en el siglo XV, Alfonso el Magnánimo ordenó que fuera enviado a Valencia, donde estuvo en el palacio real, siendo finalmente entregado a la catedral en 1437. El empleo del mismo en sendas misas por dos de los últimos pontífices, Juan Pablo II y Benedicto XVI, en sus respectivas visitas a la capital del Turia, suponen una poderosa aceptación de la hipótesis de su veracidad por parte de la Iglesia.


No obstante, no hay reliquia más singular que la síndone de Turín, la sábana en que fue envuelto el cuerpo de Jesús para ser depositado en su sepulcro. Esta pieza es sin lugar a ninguna duda el objeto relacionado con una divinidad más extraordinario que se conserva en la Historia universal. He de recordar que en el año 2012 se realizó la exposición más importante organizada sobre la misma, que ésta fue itinerante y que gracias a ella conocimos una gran batería de datos de suma relevancia. No hay evidencia que relacione a este lienzo de tela con Jesús y, sin embargo, toda la información que aporta nos conduce de manera inevitable a él. El hombre que fue envuelto en ella fue tenía una complexión parecida a la que se nos ha trasladado, fue crucificado y martirizado tal y como señalan los textos, el material y la técnica con que fue confeccionada concuerdan con las de la época e, incluso, que los restos de polen son específicos de la zona en que trascurrieron los hechos, por citar alguno de ellos. Pero, además, al visitante se le mostraban algunos otros aún más sorprendentes, pues remiten específicamente a la divinidad de Cristo, como que la sangre emanada del cuerpo post mortem no mostrase signos de putrefacción o que ni tan siquiera la técnica moderna sea capaz de replicar un objeto de características similares, por mucho que se haya intentado.


El caso es que ese conjunto de investigaciones que se practicaron sobre la Sábana Santa también nos brindó una información tremendamente importante sobre otras dos reliquias conservadas en España. Por un lado, se evidenció que el ADN de la sangre contenida en la sábana de Turín tiene una correspondencia plena con la del Santo Sudario de la catedral de Oviedo. Según la tradición hebrea, el cuerpo de un fallecido debía ser enterrado sin tan siquiera desperdiciarse los fluidos de su cuerpo, razón por la cual a Jesús, antes incluso de que se le descendiera de la cruz, se le cubrió el rostro con un paño que le acompañó en su mortaja. Así pues, quedó confirmado que sendas telas están relacionadas con el mismo hombre fallecido y que ambas le acompañaron en su sepultura.


Por otro, uno de los notables investigadores que estudiaron la Sábana Santa, John Jackson, planteó una hipótesis sumamente interesante sobre el conocido mantel de la última cena de la catedral de Coria (Cáceres). Plantea este autor que dada la rapidez con que sucedieron los hechos durante la pasión de Cristo, se hubo de improvisar su sepelio y echar mano de los escasos recursos de que disponían sus seguidores. La costumbre hebrea de un banquete como el de la última cena implicaba el uso de dos manteles, uno de mayor calidad que cubría la mesa, y otro más humilde y sin decoración para proteger al paño fino. Siendo esto así, la urgencia imperó a utilizar el de menor calidad como mortaja, mientras que el otro fue conservado tras la celebración. El mismo autor ha trabajado en la línea de datar correctamente ese mantel, lo cual ha hecho a través del estudio de los pigmentos y técnicas de cosido, y con la intención de relacionar la reliquia extremeña con la Sábana Santa, algo que a su parecer se ha conseguido.


No son éstos los únicos restos de importancia que se hayan en nuestro país, aunque la supuesta veracidad de los siguientes es mucho más difícil de corroborar. En Santo Toribio de Liébana existe una fracción del Lignum crucis, el fragmento más grande que se conserva de la cruz que sirvió de martirio a Jesús. En este caso, al menos, se ha podido precisar que la especie arbórea de la que se extrajo concuerda con una de las autóctonas de Tierra Santa, y que su cronología lo hace totalmente plausible. Cabe recordar, por el orgullo que nos despierta, que ligado a este importantísimo centro espiritual disponemos de la obra cuyo título es el Comentario al Apocalipsis de San Juan, aunque popularmente sea conocido como el Beato de Liébana. Este libro fue uno de los más copiados en Europa durante el Medievo y, por tanto, una de los textos de mayor divulgación en su periodo. En pleno siglo XX, el profesor Umberto Eco, prestigioso medievalista italiano, lo convirtió en el verdadero protagonista de su conocida novela El Nombre de la Rosa, al considerarlo en esta ficción literaria tan bien documentada el más peligroso de los libros prohibidos, consiguiendo con ello devolverlo a la actualidad y reponerle la fama perdida.


Por otro lado, no podemos dejar de mencionar que existe otro fragmento del preciado madero en Caravaca de la Cruz, destacado centro de devoción del sur peninsular. Se dice que éste perteneció al patriarca Roberto de Jerusalén. En cuanto a las llamadas espinas de la corona con la que los soldados romanos pretendieron mofarse de Jesús, una treintena sólo en este país, obviamente nos ofrecen dudas más que razonables.


Como queda demostrado, España supone un punto de referencia del patrimonio eclesiástico mundial, pero, además, que las citadas reliquias llegasen a este territorio no hace sino evidenciar la tremenda importancia de esta área geográfica y de las distintas formaciones estatales que se fueron sucediendo en ella tanto en la antigüedad como en la Edad Media.


Hugo Vázquez Bravo