por Juan M. Martínez Valdueza
El destino impone sus normas y ya quisiéramos nosotros tener una vela en ese entierro. Pero como no es así, por más que el libre albedrío nos impele a suponerlo, no es mala cosa aceptar lo que nos viene dado sin que ello suponga cesión ni concesión que nos aleje del norte que algunos elegimos, a pesar de los pesares.
Mi reconocimiento ahora a la figura de Luis Miguel Alonso Guadalupe, cuyo doble testimonio recogido en las páginas que siguen nos muestra no solamente su vívida inspiración sometiendo y convirtiendo trazos y colores en hipnóticos mensajes salidos de su alma de artista –que nos llenan de placer al contemplarlos–, sino que al tiempo refleja con palabras destellos vitales que necesariamente nos han de hacer reflexionar.
Para quien se acerque por primera vez a la figura de Luis Miguel, recordar sus Variaciones en las imágenes del tiempo (CSED, 2015) como síntesis de su concepción artística, recogidas en uno de sus poemarios hace ya algunos años y que también tuve la satisfacción de prologar. Síntesis y alto en un camino recorrido con escalas en El frío lo llena todo (1995); Trazos del azar y la paciencia (Endymion,1999); Espacio blanco, la curva medida del tiempo (Endymion, 2001) y Pasos sobre tierra, bajo la imagen de un crepúsculo (ILC, 2005), Primer Premio de la Bienal Internacional de poesía Eugenio de Nora.
Cinco décadas, casi, lleva la pintura de Luis Miguel llenando espacios y alimentando espíritus desde los foros más diversos, que van desde el Rastro de Madrid en sus primeros años –alguna de cuyas obras allí “expuestas” adornan hoy en Hollywood la privacidad de conocidas estrellas– hasta su “Tiempo de luz”, última exposición en su tierra natal que aún perdura en nuestra retina, doce cuadros de gran formato con la técnica de óleo sobre tablet y que son anticipo de las veinticuatro obras que ilustran el libro que tiene, amigo lector, en sus manos. Y en el camino, exposiciones y muestras culturales dentro y fuera de España, siendo memorables sus “Banderas y Pendones”, los “Retratos del agua” y tantas otras.
Pero es quizá la extrema cinefilia de Luis Miguel la faceta que disputa el primer plano de nuestro artista. Extrema porque supera la mera afición al cine hasta confundirse con el cine mismo. Promotor cultural, productor, realizador, guionista y director, su abundante producción cinematográfica –en torno a la veintena de documentales y cortometrajes– queda enmarcada por dos hitos: la fundación y dirección durante más de dos décadas del Festival de Cine de Astorga y el largometraje Los abanicos de la muerte (2016), que analiza, cuarenta años después de su estreno, la repercusión en la sociedad española y astorgana de la película de Jaime Chávarri El desencanto, como catarsis sorprendente de una familia –la de los Panero– y de una sociedad –la española–, en el momento crítico de un cambio de ciclo histórico y, por tanto, desconcertante. Culmina así Luis Miguel la introspección, la mirada interior a su realidad más próxima abordada ya en trabajos como El bandido maragato, Castorina o Michi Panero. Haciendo suya la mirada de los otros, que nos ofrece.
Y cómo no recordar, compartiendo su nostalgia y soledades, la etapa no tan efímera –doce años– de director de la emisora Radio Astorga-Onda Cero, cerrada por la fuerza de ese destino –ya citado– en 2003, a pesar de su compromiso cultural y miles de oyentes y que aún rezuma en algún que otro poema de los que hoy nos ofrece.
Aquí les dejo con Luis Miguel Alonso Guadalupe. Con sus colores y sus destellos, con su sonrisa y su revoloteo continuo por la conciencia de ser y no saber por cuánto tiempo, que ni falta hace si el vivir se entiende, como él lo hace, como un testimonio de lo que hemos querido ser.
¡Felicidades por tu trabajo, amigo mío!