Santos con Historia II

Santa Hildegarda de Bingen: el médico de familia de hoy (2)

LA CRÍTICA, 24 NOVIEMBRE 2023

Pilar Riestra | Viernes 24 de noviembre de 2023

Se ha comparado a Santa Hildegarda de Bingen con Santo Tomás de Aquino, “Doctor Angélico”, por la importancia de su producción bibliográfica y a San Alberto Magno, “Doctor Universal”, porque como este santo, Hildegarda supo de todos los saberes de su época, y así mismo, fue una de las más destacadas defensoras del cristianismo frente a la herejía cátara, que defendía que existían dos principios creadores enfrentados, el del bien y el del mal, el del mal había creado la materia y el del bien el espíritu, lo material era una creación demoníaca y Jesús era un ser espiritual creado por Dios. No obstante, durante siglos Santa Hildegarda ha sido ignorada, incluso olvidada, y únicamente hace sesenta o setenta años ha vuelto a la actualidad con una vigencia –sobre todo, en medicina– e importancia crecientes.


Debido a que en Ediciones La Crítica he encontrado un texto, correspondiente a la mayor parte de la Introducción, al conocido y vigente libro de Hildegarda, Physica, escrito por Rafael Renedo Hijarrubia, y que me siento incapaz de superar, con el permiso del autor y del editor, lo reproduzco a continuación, como la mejor información sobre esta santa y su obra. (...)



...


“Santa Hildegarda nació en 1098 en Bermersheim, cerca de Maguncia, Alemania, última de los diez hijos de un matrimonio de la nobleza local. Sus padres consideraron que Hildegarda debía ser dedicada al servicio de Dios, como “diezmo”. A los seis años comenzó a tener visiones que siguieron durante el resto de su vida. Cuando la niña contaba ocho años (1106), la entregaron para su formación a Jutta, de la familia de condes de Spannheim, que vivía en una pequeña casita adosada al monasterio de los monjes benedictinos fundada por san Disibodo en Disibodenberg. Jutta instruyó a la joven en el Salterio, y la enseñó a leer y escribir. La reputación de la santidad de Jutta y de su alumna pronto se extendió por la región y otros padres ingresaron a sus hijas en lo que se convertiría en un pequeño convento benedictino agregado al monasterio de Disibodenberg. Allí fue donde profesaría más tarde Santa Hildegarda a la edad de 15 años. Hildegarda tuvo visiones durante toda su vida, pero sólo informó inicialmente de ellas a Jutta, y después al monje Volmar de Disibodenberg, su preceptor y después su secretario y escriba hasta su muerte en 1173. Cuando Jutta murió en 1136, Hildegarda fue elegida abadesa de la comunidad a la edad de treinta y ocho años.


Como las visiones continuaban, el monje Godfrey, su confesor, lo reveló a su abad, que se lo comunicó al arzobispo de Maguncia, quien las examinó con sus teólogos. El dictamen fue que eran de inspiración divina, y le ordenó que comenzase a escribirlas.


En el año 1141, Hildegarda comenzó a escribir su obra principal, Scivias, (Scire vías Domini ó vias lucis = Conoce los caminos), que tardó diez años en completar (1141-1151). Hildegarda tenía dudas sobre la conveniencia de escribir lo que percibía, y recurrió para que le aconsejara a San Bernardo de Claraval, fundador de monasterios y uno de los grandes doctores de la Iglesia, con quien mantuvo en lo sucesivo fluida relación epistolar. No sólo recibió la aprobación del santo, sino que cuando el Papa Eugenio III fue a la región con motivo del Sínodo de Tréveris en 1147-1148, a instancias del abad de Disibodenberg, el arzobispo de Maguncia presentó al Papa parte del Scivias con las visiones de Hildegarda. El Papa designó una comisión de teólogos para examinarlas, entre ellos Álbero de Couní, obispo de Verdún, y después de recibir el informe favorable de la comisión, dio su aprobación papal e incluso leyó partes del libro a los prelados del Sínodo. El Papa dictaminó: “Sus obras son conformes a la fe y en todo semejantes a los antiguos profetas” y escribió a Hildegarda instándola a continuar la obra y animando y autorizando la publicación de sus obras [1].


Aprobación tan señalada era el reconocimiento oficial de que la labor de Hildegarda estaba inspirada por Dios. Hildegarda se apresuró entonces, llevada de enardecido celo, a refutar de palabra y por escrito los errores de los herejes cátaros y fue una de las columnas más firmes de la Iglesia por aquel tiempo. Su fama hizo que su comunidad creciera de tal modo que tomó la decisión de establecer a sus monjas en un monasterio propio, sin dependencia alguna de la abadía de monjes de Disibodenberg. Para ello fundó un convento en Rupertsberg, cerca de Bingen, que fue el primer monasterio de monjas autónomo, pues hasta entonces siempre habían dependido de otro de varones. Entre 1147 y 1150 las monjas se trasladaron al nuevo monasterio. Los monjes de Disibodenberg se opusieron al traslado, que disminuía sus rentas y la influencia del monasterio, pero la tenacidad y energía de Hildegarda venció todas las dificultades y en 1150 el Arzobispo consagró el monasterio femenino, que siguió atrayendo numerosas vocaciones y visitantes.


En la década de los años 1150 comenzó su obra musical, de la que se conservan más de 70 obras con letra y música, himnos, antífonas y responsorios, recopiladas en la Symphonia armoniae celestium revelationum, (Sinfonía de la Armonía de Revelaciones Divinas) en su mayoría editadas recientemente, así como un auto sacramental cantado, titulado Ordo virtutum (1150?).


Entre 1151 y 1158 dictó su obra de medicina, probablemente bajo un único título: Liber subtilitatum diversarum naturarum creaturarum (Libro sobre las propiedades naturales de las cosas creadas), que en el siglo XIII fue desgajado en dos textos: Physica (Historia Natural), también conocido como Liber simplicis medicinae (Libro de la Medicina Sencilla), y Causae et Curae (Causas y Remedios), también conocido como Liber compositae medicinae (Libro de Medicina Compleja).


Entre 1158 y 1163 dictó la Liber Vitae Meritorum (Libro de los Méritos de la Vida), y entre 1163 y 1173-74 la Liber Divinorum Operum (Libro de las Obras Divinas), considerados junto con el Scivias como sus tres obras teológicas más importantes.


Una de sus obras es la Lingua Ignota (1150?) formada por más de 1000 palabras y un alfabeto de veintitrés letras de la que sólo hay información fragmentaria.


Se conservan más de 300 cartas a personas de toda índole que acudían a ella en demanda de consejos o para que dirimiese sus contiendas. De ellas, ciento cuarenta y cinco están recogidas en la Patrología Latina de Migne. Hildegarda escribió cartas a Papas, cardenales, obispos, abades, reyes y emperadores, monjes y monjas, hombres y mujeres de todas clases tanto en Alemania como en el extranjero. Se conservan las cartas cruzadas con dos emperadores, Conrado III y su hijo y sucesor el emperador Federico I Barbarroja, con los Papas Eugenio III, Anastasio IV, Adriano IV y Alejandro III, con el rey inglés Enrique II y su esposa Leonor de Aquitania, y con una larga serie de nobles, cardenales y obispos de toda Europa, a quienes aconsejaba y si era necesario reprendía, respetada por todos como referencia moral.


Completan su obra una serie de tratados menos conocidos: Solutiones triginta octo quaestionum (1178) (Respuesta a 38 preguntas); Expositio Evangeliorum (Cincuenta homilías sobre los Evangelios), Explanatio Regulae S. Benedicti (Explicación de la Regla de San Benito), Explanatio Symboli S. Athanasii (Explicación del Símbolo Atanasiano), Vita Sancti Ruperti (1150?) (Vida de San Ruperto) y Vita Sancti Disibodi (1170) (Vida de San Disibodo), algunas de ellas de fecha desconocida.


Hildegarda realizó al menos cuatro grandes viajes fuera de los muros del convento (entre 1158 y 1171, a lo largo de los ríos Nahe, Meno, Mosela, y Rin) a instancias de los prelados de diversos lugares. Predicó en iglesias y abadías sobre los temas que más urgían a la Iglesia: la corrupción del clero y el avance de la herejía de los cátaros. En su tercer viaje, (entre 1161 y 1163) visitó Colonia invitada por los Canónigos Capitulares para predicar contra la herejía de los cátaros. Hildegarda predicó contra los cátaros pero achacó su auge a la vida disoluta que llevaban los mismos canónigos, los clérigos y a la falta de piedad de los mismos y del pueblo cristiano en general, lo que da idea de su carácter. Fue la única mujer a quien la Iglesia permitió predicar al pueblo y al clero en templos y plazas. De sus cartas se desprenden los itinerarios y la finalidad de sus viajes que realizaba en barco y a caballo, un auténtico sufrimiento para su naturaleza débil.


Murió el 17 de septiembre de 1179 y fue sepultada en la iglesia de su convento de Rupertsberg, del que fue abadesa hasta su muerte. Sus reliquias permanecieron allí hasta que los suecos destruyeron el convento en 1632. Actualmente sus restos se encuentran en Eibingen.

En sus obras o cartas, Hildegarda no se atribuía ningún mérito, antes bien, se definía como pobre criatura falta de fuerzas. Todo lo que sabía, todo lo que hacía, era obra de Dios. Las visiones, las revelaciones, las curaciones que realizaba eran sobrenaturales:



“…todas las cosas que escribí desde el principio de mis visiones, o que vine aprendiendo sucesivamente, las he visto con los ojos interiores del espíritu y las he escuchado con los oídos interiores, mientras, absorta en los misterios celestes, velaba con la mente y con el cuerpo, no en sueños ni en éxtasis, como he dicho en mis visiones anteriores. No he expuesto nada que haya aprendido con el sentido humano, sino sólo lo que he percibido en los secretos celestes.” (Prólogo del Liber Divinorum Operum).



Santa Hildegarda continuó la labor de los profetas en proclamar las verdades que Dios quería que supiera la humanidad:



“Escribe pues estas cosas, no según tu corazón, sino como lo quiere mi testimonio, de mí, que soy vida sin principio ni fin, ya que no son cosas imaginadas por ti, ni ningún otro hombre lo ha imaginado, sino son como Yo las he establecido antes del principio del mundo.” (Prólogo del Liber Divinorum Operum).



[1] No se ha hallado la autorización del Papa a Hildegarda durante el sínodo de Tréveris, que sin embargo está recogida en Chonico Hirsaugiensi de Tritemio (1462-1516). También refieren el beneplácito papal: Manrique en los Annal. Cisterciens., en el año 1148, pag 101; Guillelmus Cave en su Historia literaria acriptorum ecclesiasticorum en el año 1170, pag. 684 y Casimirus Oudinus en Comment. de scritoribus eccl., tom II, col 1571 y ss. (PL 0741).” (“El libro de la medicina sencilla, Physica”, de Sta. Hildegarda de Bingen. Autores: Hildegarda de Bingen, Rafael Renedo Hijarrubia, Editorial AKRON).



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