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en una isla griega, Utakos, cerca de Corfú, de apenas un kilómetro cuadrado, aislada duran tres o cuatro días, debido a una fortísima borrasca, por lo que además de la imposibilidad de acudir de la policía, necesariamente el asesino se encuentra entre las nueve personas que en ese momento están en la isla (la referencia que se hace, explícitamente, a la novela “Diez negritos” de Agatha Christie, resulta obligada).
Pero añado que se trata de una novela muy original, porque está llena de trucos y el lector debe dudar de casi todo, desde los títulos de las películas hasta desentrañar el simpático motivo –lleno de recuerdos– del nombre del personaje que hace de detective, dado que junto a una gran erudición, existe un sentido del humor, de la ironía, que permite suponer que Arturo Pérez-Reverte, además de disfrutar escribiéndola tanto como yo leyéndola, ha escrito la novela pensando en un lector moderno, capaz de apasionarse con el apasionante juego que le presenta.
El problema final analiza, con algún detalle, y compara la novela policiaca con la novela negra: “…Bajo su influencia, hasta el final de los años 30 se publicaron miles de novelas con enigma. Eso liquidó el género… Sam Spade y Marlowe ridiculizaron a Hércules Poirot o Philo Vance… Leen a esa turbia norteamericana, la Highsmith, con sus personalidades de sexualidad confusa, o se abrazan a lo negro simple y duro, con policías más corruptos que los delincuentes a los que persiguen. Y si eso ocurre con las novelas, imagine el cine. El público prefiere temblar a pensar”. (p. 56). En efecto, la novela de Pérez-Reverte, constituye un a modo de homenaje a autores como Arthur Conan Doyle y su personaje Sherlock Holmes, Édgar Allan Poe, Agatha Christie y los compara con Hammett, Chandler (a los que considera unos excelentes autores) y a la citada Patricia Highsmith. La conclusión es: “El thriller ha matado el escalofrío intelectual”.
Siguiendo esta comparación, merece destacar en la novela de Arturo Pérez-Reverte, el contraste entre la novela negra de ambientes, con mucha frecuencia, oscuros, sucios, brutales, con algunos personajes depravados o enfermos, capaces de llevar a cabo verdaderas monstruosidades, aunque también con un montón de aportaciones e informaciones positivas y enriquecedoras, y El problema final que transcurre en un ambiente limpio, distinguido, elegante, educado, con protagonistas siempre con chaqueta y corbata y el usted por delante en el tratamiento entre ellos.
En la novela policiaca se presentan tres misterios. Quién es el asesino, cómo lo hizo y por qué cometió el asesinato o asesinatos. Destaca Pérez Reverte, una y otra vez, que el reto no está entre el asesino y el detective, sino entre el autor y el lector. Si el lector descubre al asesino antes que el detective, el autor ha perdido. Pues bien, debo decirle a mi admirado Arturo Pérez-Reverte que yo sí descubrí al asesino, por un detalle que honestamente cita Arturo y lo aduce al final de la novela. Naturalmente, al fijarme en ese hecho, Arturo Pérez-Reverte comprenderá que intuí el motivo del crimen. Pero ¿qué hizo conmigo Arturo?, lo que dice que debe hacer el autor de estas novelas: cegarme, despistarme, proporcionándome tal número de pistas verdaderas y falsas que me hizo cambiar de opinión. Arturo Pérez-Reverte me ganó. Cedo el reto a mi lector.
Francisco Ansón
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