El texto que demuestra que Dimas el “buen ladrón”, crucificado a la derecha de Jesucristo, es el primer santo de la Iglesia católica es, entre otros, el del Evangelio de San Lucas, que dice:
“Uno de los ladrones crucificados le injuriaba diciendo: ¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro le reprendía: ¿Ni siquiera tú que estás en el mismo suplicio temes a Dios? Nosotros, en verdad, estamos merecidamente, pues recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero este no hizo mal alguno. Y decía: Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino (o “cuando vengas a establecer tu Reino). Y le respondió: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Lc 23, 39-43). (...)
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En tiempos de Cristo y debido, sobre todo, a la pobreza y a la extensa mendicidad, el latrocinio era una verdadera plaga. De ahí que en el Imperio romano, a los salteadores de caminos (que eran los dos crucificados con Jesucristo), los reincidentes o si el robo era cuantioso, incluso, cabe decir, que con carácter general, a los bandidos se les aplicase la pena de muerte, mediante las dos ejecuciones más humillantes –de las que estaban excluidos los ciudadanos romanos–: la crucifixión o en el circo despedazados por animales salvajes.
Como inciso, advertir, que la traducción de la expresión de Dimas, “cuando vengas a establecer tu Reino”, no cabe entenderla como un sarcasmo crudelísimo a Jesucristo que está muriendo en la cruz, dado lo que acababa de decir a su compañero de fechorías. Dimas, habla desde la Fe del Antiguo Testamento. En efecto, Dimas no tiene duda de que Jesús es inocente y que ha sido condenado por envidia, y la terrible flagelación, el camino del Calvario, las blasfemias, las burlas, los insultos, le confirmaron una y otra vez la inocencia de Jesús y la envidia y el rechazo a la persona y a la doctrina de Jesús. Por eso demuestra intuir una justicia mayor que la humana, no de este mundo, sino de una justicia absoluta, que solo puede proceder de Dios que remunere a los buenos, a los que han hecho el bien, y castigue a los que han obrado el mal a sabiendas y libremente. Así mismo, lo que Dimas dice a Jesús, es una preciosa oración de petición que manifiesta una esperanza total.
La respuesta de Jesús confirma que con su muerte se cumplen todas las promesas del Antiguo Testamento, incluida la del Reino, con la salvedad de que ese Reino no es de este mundo; e igualmente, que a ese Reino se llega por la gracia y la misericordia de Dios. De manera, que Jesucristo le da mucho más de lo que le pide Dimas: no solo se acuerda de él, sino que Dimas, el último hombre de la Fe en el Antiguo Testamento, es el primero que se va con Él al Cielo, es el primer santo de la Iglesia católica.
Por otro lado, en la oración que Jesucristo enseñó a los cristianos, pedimos lo mismo que San Dimas: “venga a nosotros tu Reino”. Y desde los primeros siglos, se venera a la Virgen, a su Madre, como Reina, y así en las letanías del rosario se la invoca como Reina por 13 veces, y después de Pascua de Resurrección se sustituye el Angelus, por Regina Caeli, Reina del Cielo, e incluso al Evangelio se le ha llamado el Evangelio del Reino. De manera, que se alcanza el Reino, el Cielo, a través de la Virgen, por cuanto a través del vientre de la Virgen nació Jesucristo, el Salvador, así, ahora, a través de Ella, nos vienen todas las gracias.
Termino con la cita de uno de sus hagiógrafos que he consultado y que me ha parecido, que es el que mejor ha expresado lo que significa San Dimas para la vida espiritual del cristiano. “La presencia de Jesús es invitación para la plegaria, motivo de conversión y prenda de esperanza. Dimas, San Dimas, es más que una persona. Poco importa su nombre a los que pensamos que en él se refleja el poder y la bondad de Dios. Un poder que se mantiene más en el camino de los corazones que en los milagros que podrían cambiar la naturaleza. Y una bondad que salva gratuita y misericordiosamente a todos los que se acogen a ella”. (José-Román Flecha Andrés, NUEVO AÑO CRISTIANO -director: José A. Martínez Puche-, EDIBESA, 2001, p. 279).
Pilar Riestra
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