Al pensar en la mal llamada “Guerra de Independencia Hispanoamericana”, tendemos a imaginar un conflicto en el que se enfrentan españoles europeos contra los próceres (muchos de ellos masones) y sus hombres, a imagen y semejanza de la muy representada Guerra de la Independencia de las trece colonias. La realidad, como ya comentamos en un artículo anterior, no pudo ser más distinta. (…)
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Los ejércitos realistas estaban conformados fundamentalmente por criollos, mestizos y negros, nacidos españoles en aquellas tierras. Hoy querría hablar de uno en concreto, que además de demostrar un inmenso valor, sirve una vez más, como paradigma de una realidad ocultada: que una inmensa mayoría de la población nunca pretendió la secesión y de que fueron las comunidades indígenas, en muchos casos, las que con más ahínco y durante más tiempo defendieron la monarquía hispánica en esos aciagos años. Como ejemplo, los Mapuches, que hoy buscan la independencia de Chile, se opusieron frontalmente a la independencia de la corona española, muy a pesar del libertador San Martín, hasta años después de que los ejércitos realistas depusieran las armas. El pueblo Mapuche, que había vivido pacíficamente como español y súbdito del rey de España durante más de dos siglos, sería en gran medida exterminado en las siguientes décadas.
Agustín Agualongo Almeida, quien probablemente nació en el municipio de Pasto, en la actual Colombia, pudo ser quechua o mestizo a tenor de lo que se indica en la historiografía actual. Era de baja estatura (140 cm), de tez morena y cabello oscuro, con la cara marcada como resultado de la viruela y con el labio superior sobresaliente. Aprendió a leer y a escribir, y tenía afición por la pintura al óleo.
Pasto, situada en el suroeste de la actual Colombia en la zona fronteriza con Ecuador, pertenece a la región montañosa de Noriña y tenía importancia estratégica al tratarse de la vía principal entre la Nueva Granada y el Perú, por lo que era conocida como la “puerta del sur”. En 1809, la junta insurrecta quiteña, solicitó la adhesión de Pasto a su autoridad y no a la de la Metrópoli lo que fue tajantemente rechazado, remarcando su lealtad al monarca y en defensa de los valores católicos. En este momento se produciría su primera intervención como soldado, pero no sería hasta 1811 cuando se alistaría voluntariamente, a la edad de 31 años, en la 3ª Compañía de Milicias del Rey en defensa de Pasto y de Fernando VII.
Agualongo, soldado raso en esos momentos, participó en la defensa de Pasto que se veía hostigada por el norte y por el sur por tropas rebeldes (de Cali y Bogotá, así como de Quito). Inicialmente se vieron obligados a abandonar Pasto, que sería arrasada, pero tras refugiarse en Patía, ciudad vecina en las montañas, recurrieron a operaciones de guerra de guerrillas que permitirían recobrar Pasto. Iniciaría a continuación su marcha hacia el sur y en sus siguientes intervenciones sería ascendido rápidamente a cabo y posteriormente a sargento. Agualongo empezó a desarrollar fama de imbatible y su nombre comenzó a nombrarse con temor entre las fuerzas rebeldes. Su valor, lealtad y capacidad de mando no pasaron desapercibidos para los mandos realistas.
En los tres años siguientes, y pese a que las fuerzas quiteñas ya no lograrían reconquistar Pasto, se producen victorias para ambos bandos sin grandes avances. Coincidiendo con la entrada en escena del general realista Morillo (del que sin duda habría que destacar sus éxitos), nuestro personaje participa como parte del “batallón pasto”, en 1816, en la batalla de la Cuchilla de El Tambo por la que es ascendido a teniente en lo que sería una aplastante victoria realista. Entre 1816 y 1819, los ejércitos realistas mantuvieron la paz hasta que, en agosto de 1819, son derrotados por las fuerzas de Simón Bolívar. Sería a partir de este momento cuando Agualongo se destacaría de manera especial. Es importante pararnos a mencionar que el avance de Morillo fue imparable y que logró de manera casi total la pacificación y recuperación de la mayor parte de las regiones cedidas, sin embargo, de manera incomprensible y con todo a favor, desde Madrid se había decidido que debía producirse una derrota, pero esa es otra historia.
Agualongo destacaría, poco después, en el Batallón de Dragones de Granada contra los rebeldes de Guayaquil por el que se le asciende a capitán y participa con éxito en su campaña contra Cuenca (ciudad de la actual Ecuador) que toma a finales de 1820. En los siguientes dos años seguirían combatiendo en la zona con resultados desiguales y ya en 1822, declara oficialmente la guerra a la República de Colombia. Las derrotas que sufrirían en los siguientes meses a manos de las fuerzas rebeldes le obligarían a refugiarse en las montañas tras capitular Pasto. Desde allí y junto a varios oficiales más, se coordinaron dos revoluciones populares apoyadas por las comunidades indígenas en las que de nuevo destacó Agualongo. Durante la primera y tras unas iniciales victorias frente Antonio José de Sucre, los realistas sufren una derrota que conlleva la rendición de Pasto por la que un número importante de oficiales son llevados a prisiones en Quito. Agualongo, consigue armar con los restos de las unidades derrotadas una nueva fuerza con la que acaba sitiando Pasto de nuevo y, aunque es derrotado, su “capacidad, astucia y tenacidad militar”, hacen que el General Santander, al mando de las fuerzas rebeldes, le ofrezca una “paz decorosa” que es desestimada.
Al año siguiente, se levanta de nuevo junto a su colega Estanislao Merchancano y contra todo pronóstico, consiguen una importante victoria tomando de nuevo la ciudad e iniciando a continuación su marcha hacia Quito. Esto hace que Bolívar, que estaba procurando la independencia del Perú, marche raudo con importantes fuerzas, preocupado como estaba por el riesgo que suponía perder aquella importante ciudad para sus intereses. El enfrentamiento se saldó a favor de las fuerzas rebeldes que contaban con una importante unidad de caballería. Se dice que Bolívar expuso lo siguiente acerca de sus intenciones: “exterminar a la infame raza de los pastusos”. Como consecuencia de esta derrota, Agualongo, se ve forzado a replegarse de nuevo a Pasto y durante 1823 y 1824 se producen varios combates por los que se pierde y toma la ciudad en reiteradas ocasiones. En la última batalla que presenta Agualongo, la de Barbacoas, se enfrentaría al que más tarde sería presidente de Colombia, Tomás Cipriano de Mosquera, que, pese a su victoria, sale muy malherido en el rostro. Nuestro personaje logra huir herido en una pierna, pero es finalmente capturado al ser traicionado por un antiguo oficial realista, José María de Obando, que le había prometido ayuda en su lucha. El gran líder realista es llevado a Popayán, ciudad cercana a Pasto, donde un coronel inglés (ingleses y norteamericanos siempre andaban por allí…) lo describió como un hombre bajo y feo, pero con mirada feroz y poseedora de fuerte carácter.
Se le ofreció a Agualongo la posibilidad de condonar su condena a muerte si juraba fidelidad a la Constitución de la República de Colombia, a lo que respondió con un escueto “¡nunca!”. El 13 de julio de 1824, a la edad de cuarenta y cuatro años, es llevado al paredón para ser fusilado. Demuestra en todo momento gran serenidad y valor. Como último deseo solicita poder dirigirse a su muerte vestido con el uniforme realista de coronel, y frente a su pelotón de fusilamiento exige que no se le tapen los ojos, ya que desea mirar a la muerte de frente. Exclama un ¡Viva el Rey! seguido de un: “si tuviera veinte vidas, las inmolaría igualmente por el Rey de España”. Así fallecería aquel indio, mestizo y patriota español. Mientras tanto, en Madrid, se había emitido una cédula real por la que había sido ascendido a general de brigada de los Ejércitos del Rey. Sus restos hoy descansan en la Concatedral de San Juan de Pasto.
¡Gloria y Honor! ¡Viva España y Viva Hispanoamérica!
Gonzalo Castellano y Benlloch
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