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que ni siquiera sus apoyos ingleses con el Príncipe Negro al frente pudieron evitar el ruedo de su cabeza y posterior paseo al extremo de una pica un aciago –para él– día en el castillo de la Estrella, fortaleza sita en los manchegos Campos de Montiel.
Esta decisión de nuestro don Pedro más cercano, cuyas consecuencias nadie sabe pero todos intuimos, no puede ocultar las derivadas ya de los comicios del 28 M aunque sí minusvalorar algunas de ellas, todas de gran calado, como es el paso atrás –lo califico así por ser cordial–, de las formaciones surgidas en apabullante tropel del 15 M por un lado y por otro de la indefinición política del señor Rajoy, maestro en frustraciones y desencuentros. Ciudadanos y Podemos, Podemos y Ciudadanos vuelven, cada uno a su manera y uno más que el otro, a la posición de salida. Los “guapos” y los “listos” después de casi una década vuelven a sus ocupaciones y desocupaciones despejando así el panorama político español por algún tiempo.
Personalmente le deseo fortuna a nuestro señor don Pedro, que a falta de corona hasta la gorra veneciana o barretina advenida ha de estar de tanta recurrente catarsis aunque, sin bola de cristal “tezana” a mano, hecha añicos por la realidad, me atrevo a augurarle sombríos finales en su pasmoso y aparente último recorrido. A salvo su vida, claro está, que los tiempos son otros a los que tuvo la desgracia de vivir el otro don Pedro, el de la cabeza cortada y apicada por su hermano felón, transmutado al poco en rey y generador a su vez de reyes de altos vuelos.
Juan Manuel Martínez Valdueza