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En efecto, con motivo de la predicación por los dominicos de las indulgencias de los Papas Julio II y León X para todos aquellos que después de confesarse y comulgar, diesen una limosna para la construcción de la basílica de San Pedro del Vaticano, en 1517, esto es, cuando nuestro santo contaba con 17 años, el fraile agustino, Martín Lutero, publicó sus 97 tesis contra la Teología escolástica y además envió al arzobispo de Maguncia las 95 tesis sobre las indulgencias; en 1530, Melancton, fijó la doctrina luterana en la “Confesión de Augsburgo” y en 1555 Carlos V tuvo que sancionar la paz de Augsburgo que confirmaba la escisión cristiana que dura hasta nuestros días. Además, como hace constar el Catedrático de Historia de la Iglesia, José Orlandis, en Inglaterra la negativa papal a conceder a Enrique VIII el divorcio de Catalina de Aragón, para casarse con Ana Bolena, provocó el cisma -y no Protestantismo- por el que el rey Enrique VIII se proclamó a sí mismo “Cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra” y aunque la gran mayoría de los eclesiásticos se sometió por miedo a la voluntad del rey, hubo excepciones como la de los mártires cartujos y las conocidas del Obispo de Rochester y Santo Tomás Moro esposo y padre de familia ejemplar, Gran Canciller del Reino y considerado el mejor humanista de Inglaterra de su tiempo. La acción de Lutero la continuaron Zwinglio y, sobre todo, Calvino, lo que supuso, aproximadamente la pérdida de la mitad de los católicos. El dolor que supuso para san Juan de Ávila esta escisión del Protestantismo y el cisma inglés, debió ser profundísimo, ya que él se había adelantado a hacer en España, siguiendo la iniciativa del Cardenal Cisneros, la reforma que tanto necesitaba la Iglesia católica.
La Misa de la memoria obligatoria de san Juan de Ávila, muerto el 10 de mayo de 1569 en Montilla, nos permite recordar a uno de los personajes más influyentes en la Iglesia que se adelantó a la necesaria, pero posterior Reforma católica que se llevó a cabo en el resto de Europa. Vio la luz a finales de diciembre de 1499 o primeros de enero de 1500 en Almodóvar del Campo. Su madre hidalga y padre “cristiano nuevo” (la condición de “cristiano nuevo” en su tiempo daba a entender a la gente que sus antecesores habían sido o judíos o musulmanes y esto, en aquel momento histórico, ponía graves trabas a quienes padecían sin culpa la novedad, puesto que en la carrera eclesiástica no tenían ninguna posibilidad de ascender y en la vida de los cristianos, a la más mínima denuncia, aunque fuera por envidia, ya podía el “cristiano nuevo” darse por encausado sin investigación previa: Juan de Ávila era uno de esos “cristianos nuevos”).
Ya adolescente, fue a Salamanca a estudiar Cánones, esto es, Derecho, pero sin terminar la carrera, volvió a su pueblo y casi como un ermitaño se retiró a hacer penitencia y oración. Pero, bien aconsejado, marchó a Alcalá de Henares, donde el cardenal Cisneros había fundado la Universidad Complutense y durante seis años, de 1520 a 1526, estudió Teología y Artes, y al finalizar se ordenó sacerdote.
Fue el Cardenal Cisneros quien fundó la Universidad Complutense, donde se elaboró y editó la insuperable Biblia Políglota Complutense, cuya publicación en 1516, coincidió con El Príncipe de Machiavelo y la Utopía de Tomás Moro. Además, el Cardenal Cisneros se adelantó y promovió la Reforma católica en España, antes de la ruptura de la unidad de la Iglesia por Lutero. Este hecho, como se ha dicho, tuvo un profundo significado para Juan, que en su extensa y constante predicación contribuyó de manera destacada a esa Reforma, tan necesaria.
Juan, tras ser ordenado sacerdote, repartió todos sus bienes entre los pobres y decidió embarcarse para evangelizar la Indias, dado que el Papa, ya en 1508, había concedido a España, el Patronato de las Indias. . Se puso en contacto con Garcés, de la Orden de Santo Domingo, que marchaba a América, como primer obispo de Tlaxcala, para la evangelización y promoción cultural de los indios. Pero Juan, obediente a los planes de Dios que le llegaban a través de los consejos de personas que conocían bien la situación de España, especialmente la de Andalucía, permaneció en Sevilla, donde su arzobispo, Alonso Manrique, le consagró a la predicación, catequesis y dirección espiritual; y fue tal su dedicación e influencia que ha pasado a la historia como el “Apóstol de Andalucía”.
Le pidieron que escribiera los Memoriales dirigidos al concilio de Trento a ruegos de los obispos allí reunidos para reformar la Iglesia que Juan de Ávila ya reformaba desde hacía tiempo, pero dado el contenido, exigencias y novedades de su predicación junto con la publicación de estos Memoriales, que coincidían con las necesidades de reforma de la Iglesia, fue denunciado a la Inquisición y como “cristiano nuevo” fue inmediatamente procesado durante dos años, uno de los cuales lo pasó en la cárcel y al salir de ella, completamente absuelto, puesto que era manifiesta la envidia por la que había sido denunciado, siguió con su predicación, catequesis y dirección espiritual.
Con relación a su dirección y consejos espirituales, se conserva un rico epistolario, que junto con otros documentos, demuestra su dirección y ayuda a los que fueron santos tan ilustres como, San Juan de Dios, san Francisco de Borja, Santa Teresa de Ávila, san Ignacio de Loyola, etc. Pero su mayor dedicación se concretó en la reforma del clero y los colegios que fundó para la formación de los mismos. Igualmente, es de justicia, destacar, entre otros escritos, Audi Filia, un acertado y vigente manual de guía de espiritual, que le ha merecido de un autor tan acreditado y riguroso como Enzo Lodi, afirmar, con relación a los escritos de san Juan de Ávila: “Sus escritos espirituales forman parte de lo más valioso del Siglo de oro español”.
Por su parte, otro de sus biógrafos, relata un hecho que resume la obra y la espiritualidad de Juan: “Tan popular es su figura, tan evangélico su mensaje, tan claro su ejemplo, tan sincera su entrega y tan cargado de frutos su celo que los jesuitas se plantean seriamente incorporarlo a sus filas para el bien de la Iglesia y del Reino. Será el mismísimo jesuita Villanueva, encargado por Ignacio del negocio de estudiar la conveniencia y de invitarlo a incorporarse a ellos, quien llegó a comentar, con verdad y certera intuición después de haberle tratado por algún tiempo: “En tanta conformidad, no parece que haya otro acuerdo o que él se una a nosotros o que nosotros nos unamos con él”. (Francisco Pérez González, Dos Mil Años de Santos, Ed. PALABRA, 2001, p. 535).
Enfermó y desde 1551, hasta su humilde y ejemplar muerte, el 10 de mayo de 1569, no cesaron sus dolores. Falleció mientras se celebraba la Misa de Resurrección, musitando primero: “Bueno está Señor, bueno está”, y después con voz todavía más tenue, repitió varias veces: “Jesús, María”. León XIII lo beatificó en 1894, Pío XII lo proclamó patrono del clero secular español y Pablo VI lo canonizó en 1970. Su festividad se celebra el 10 de mayo.