HISTORIA Y CULTURA

El Almirante J. de Mazarredo y la defensa de Cádiz

José D. de Mazarredo-Salazar de Muñatones y Gortázar, (1745 –1812). Teniente general de la Real Armada, científico y organizador táctico naval. (Foto: https://fundacionlegadodelascortes.wordpress.com/).

LA ESPAÑA INCONTESTABLE

LA CRÍTICA, 18 MARZO 2023

Gonzalo Castellano Benlloch | Sábado 18 de marzo de 2023

10 de abril de 1797, Isla de León.


Los primeros rayos de luz se abren paso en el pequeño cuarto en el que José de Mazarredo pasa sus noches procurando el descanso, si bien, la difícil situación en la que se encuentra le impide conciliar el sueño reparador.


Lleva pocos días en San Fernando, tras su reciente nombramiento como comandante general de la Armada del Océano. El mes de febrero anterior, la escuadra de José de Córdova sufrió una derrota frente al almirante John Jervis y el comodoro Horatio Nelson en el cabo de San Vicente, lo que supuso su destitución y remplazo por Mazarredo. Cádiz quedó a merced de la flota inglesa y se había ordenado al nuevo comandante acudir presto para organizar su defensa. (...)



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Mazarredo, nace en Bilbao en 1745, siendo su padre alcalde de dicha ciudad. Pariente Mayor de Vizcaya, se embarca con tan solo 13 años como guardiamarina donde obtendrá una brillante hoja de servicios sirviendo en Filipinas, el Caribe y el Atlántico Sur entre otros. Pronto destacaría por sus amplios conocimientos sobre astronomía, construcción naval y navegación. Casó con la hija del marqués de Rocaverde, de cuya descendencia seguiría una saga de ilustres militares y un ministro de la Guerra, quien estableciera el decreto de creación del benemérito Cuerpo de la Guardia Civil.


El estado general de la escuadra española está en el origen de sus desvelos. Las naves se encuentran en un estado calamitoso con una importante falta de pertrechos y con unas dotaciones mal alimentadas y bajas de moral por la reciente derrota y la falta de atención del valido Godoy a los reiterados requerimientos de Mazarredo para subsanar tantas deficiencias. A favor, Mazarredo cuenta con un importantísimo número de colaboradores con excelente preparación entre los que elegir, y pronto otorga diversos cargos a Gravina, Escaño, Churruca, etc. En lo que respecta a la población civil de Cádiz se puede respirar el desaliento y temor que ha generado el incipiente bloqueo y un eventual asalto a la ciudad.


Los británicos, por su parte, comienzan con el sitio de Cádiz el 2 de abril y su objetivo es impedir la libre circulación entre la España peninsular y sus territorios de ultramar, así como de ser posible, la toma de la propia ciudad. Acuden con 23 navíos y consiguen inicialmente hacerse con dos fragatas españolas que, provenientes de las indias y no siendo conocedoras de la situación, fueron a parar a las fauces de lobo inglés.


Mazarredo y sus hombres dedican esos días de abril a preparar sus fuerzas, desarmando los navíos en peor estado y completando las dotaciones de aquellas que se encontraban mejor. Del mismo modo, trabajan incansables para poner a punto lanchas cañoneras (de las que ya tuvimos ocasión de hablar en esta sección de la “España Incontestable” en el artículo sobre Antonio Barceló) y de restablecer la disciplina en las tropas.


Los ingleses comienzan su asalto con un intento de bombardeo de Rota, pero son rechazados por las baterías de costa y las cañoneras. En adelante, los ingleses no se arriesgarían a acercarse tanto hasta disponer de buques bombarderos, e intentaron a semejanza de las cañoneras, equipar lanchas con piezas de artillería, aunque de menor calibre y por tanto más ligeras que les permitiera ser eficaces en un posible abordaje, dejando a la espera por el momento la opción de bombardear Cádiz, incorporando dos buques bombarderos a la escuadra a principios del mes de julio.


En el ínterin, la estrategia inglesa pasaba por utilizar sus lanchas más ligeras para, aprovechando la oscuridad que procuraba la noche, atacar a las cañoneras españolas por los flancos. Mazarredo dispuso sus lanchas en línea con la proa mirando al enemigo lo que hizo prácticamente imposible a los ingleses sorprender a las naves españolas que se cubrían mutuamente.


Tras la llegada de los buques bombarderos, el almirante Jervis ordena la siguiente operación de calado. La madrugada del 3 de julio parten los bombarderos escoltados por varios navíos de la armada inglesa y hacia las dos de la mañana se encuentran con las cañoneras comandadas por Gravina y Escaño. Tras un duro enfrentamiento se logra detener a la escuadra inglesa que se repliega de nuevo a sus puestos de bloqueo. Habían logrado realizar poco más de una docena de disparos, sin embargo, los daños en la ciudad fueron prácticamente despreciables.


Hay que mencionar un hecho en el que participó el propio Nelson esa misma noche, que, aunque de poca trascendencia, supuso una victoria para las armas inglesas aun cuando en dos ocasiones casi le cuesta la vida (el héroe de Trafalgar pudo haber perecido ese día): de la playa de La Caleta, partieron unas lanchas cañoneras con intención de capturar un navío fondeado en las proximidades. Nelson, adelantándose a ese posible escenario, había previsto disponer un pequeño contingente que, dada la oscuridad no fue detectado por las cañoneras hasta ser demasiado tarde, resultando un abordaje y capturadas las tres primeras. La lucha fue cruenta y el propio Nelson logró salvar la vida gracias a la providencial y heroica intervención del patrón de su lancha, John Sykes, que, a riesgo de su propia vida, se interpuso para recibir el impacto del sable destinado al comodoro.


Dos días más tarde los vigías situados en la Torre Tavira advierten movimientos de la flota inglesa que anticipan un nuevo intento de bombardeo de la ciudad, quedando esta rápidamente desierta por la población que se desplaza hacia el interior en busca de protección. La excepción serían los soldados españoles apostados en los castillos de San Sebastián y Santa Catalina, así como los marinos que defienden La Caleta, Rota, Puerta de Sevilla y Sancti Petri. Se inicia de nuevo el bombardeo, pero el resultado fue favorable a la escuadra española que una vez más logra rechazar a la inglesa que es incapaz de producir grandes daños en Cádiz, sufriendo, por el contrario, la pérdida e inutilización de varios navíos, incluido uno de los buques bombarderos.


Tras la exitosa defensa de Cádiz por segunda vez en días, los gaditanos que habían huido regresaron con ánimos reforzados y agradecidos al comandante Mazarredo y a sus tropas por su bizarría, lo que se constata en la famosa copla que reza así:


“De qué sirve a los ingleses

tener fragatas ligeras,

si saben que Mazarredo,

tiene lanchas cañoneras.”


En los siguientes días la escuadra inglesa intentó nuevas operaciones de bombardeo, aunque ya de menor intensidad y siempre rechazadas. Mazarredo, por su parte, ordena a las cañoneras que aprovechando los días de poco viento salgan de sus posiciones defensivas y pasen al ataque contra los grandes navíos ingleses que se encuentran más indefensos para maniobrar por la ausencia de viento. Esto produjo que la escuadra inglesa acabara por retirarse a mar abierto, donde las cañoneras ya no podían operar, dejando a consecuencia de ello, espacio suficiente para que los españoles pudieran burlar el cerco. Ante un bloqueo cada vez más ineficaz, Jervis decide enviar a Nelson a tomar Tenerife, pero este es derrotado en Santa Cruz donde además perderá un brazo.


Durante los siguientes meses y a lo largo del año de 1798 se produjeron diversas escaramuzas, quedando patente la incapacidad de los ingleses de sitiar la ciudad de manera eficaz, por lo que cada vez, más buques españoles lograban sorprender a la escuadra inglesa y reanudar el comercio y circulación de tropas con Hispanoamérica. A lo largo de ese año los ingleses perdieron varios buques entre los que hay que destacar algún navío de línea. En 1799, el bloqueo quedaría totalmente diluido y a Mazarredo, que planeaba recuperar Mahón, le fue ordenado unirse a la escuadra francesa al mando del almirante Bruix, zarpando de Cádiz el 13 de mayo de 1799 y entrando en Brest el 8 de agosto, desde donde sería llamado a París para tratar con el Directorio las operaciones navales. Más tarde lo haría con plenos poderes de S.M. Carlos IV con el primer cónsul, Napoleón Bonaparte, que viéndose incapaz de controlar a Mazarredo, logró su destitución y nombramiento como capitán general de Cádiz. El propio Mazarredo en correspondencia con el Rey decía lo siguiente: «… no podía negarme la consideración exterior o aparente que me era debida, pero yo conocía muy bien que le incomodaba no poder conmigo… y así no he extrañado… que insinúe a V.M. no ser yo necesario allí…».


Lo que sucedería después ya sería objeto de otro relato así que volvamos brevemente a lo que nos ocupa: la defensa de Cádiz se saldó favorablemente para las armas españolas y fue muestra, una vez más, del valor y buen hacer de la marina ilustrada española del siglo XVIII. El conflicto, en palabras del propio Escaño, se puede resumir en:


“El que conozca el carácter inglés, su historia naval y los sucesos de esta guerra en otras partes, se admirará de que los valientes británicos no procuraran indemnizarse de haber sido rechazado el bombardeo, de habérseles destruido dos navíos y una fragata, cañoneado a todo el que se acercaba. La flor de la primera marina, los vencedores de Abukir, estuvieron en Cádiz limitando sus operaciones a un bloqueo de alta mar, porque la navegación de cabotaje no se atrevieron a impedirla. Este milagro se debió a las sabias providencias del general Mazarredo y a la vigilancia, fatiga y constancia de todos los jefes y oficiales que servían a sus órdenes…”


No me gustaría finalizar este relato sin hacer mención a la caballerosidad mostrada tanto por los oficiales británicos como españoles en aquella época, siendo muy habitual la correspondencia entre ellos, dónde se observa el respeto y admiración que se profesaban mutuamente, aun cuando muchos se enfrentarían reiteradamente a lo largo de los años en las pacíficas o turbulentas aguas de la Mar Océano.


Mazarredo fallecería en Madrid en 1812 después de haber demostrado su genio en tratados de táctica militar y navegación, así como creando las ordenanzas de la Armada de 1793. Fue exiliado y su persona controvertida por la oposición frontal del valido Godoy, ajeno como era a los problemas de la Real Armada y atento a sus personales intereses. Su figura extraordinaria, erudita y brillante fue diluida por su triste y final destino tras haber salvado la flota que quedaba después del desastre de Trafalgar y que Napoleón quiso retener en el puerto francés de Brest. Desde su posición de ministro de Marina de José Bonaparte, Mazarredo pudo hacerlo, aunque apesadumbrado y abandonado por quienes sirvió y por una España a la que amó y de la que es testigo su impecable trayectoria. Murió con la gloria de los héroes incomprendidos y en el silencio del honor que siempre demostró.


Es, para muchos, el marino más destacado de su época, lo que representa un enorme orgullo para quien escribe estas líneas como descendiente directo del gran almirante.


¡Gloria y Honor!



Gonzalo Castellano y Benlloch