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El autor hace una semblanza de la personalidad de estos tres dictadores anticomunistas junto a otros cuatro de ideología comunista (Lenin, Stalin, Tito y Gorbachev), y asimismo dedica cinco capítulos a líderes de sistemas democráticos (Churchill, De Gaulle, Adenauer, Thatcher y Kohl). Curiosamente Henry Kissinger recientemente ha publicado una obra en la que destaca también el liderazgo democrático en Europa de De Gaulle, Adenauer y Thatcher (Leadership, Penguin, New York, 2022).
Es menester advertir al lector que no pretendo hacer aquí una recensión o crítica del libro, sino una reflexión particular sobre tres dictadores, y en concreto el uso y abuso de los relativos conceptos “fascismo” y “totalitarismo”, tan frecuentes en el ya tedioso debate pseudoacadémico o político.
Kershaw, reputado biógrafo de Hitler, no aporta nada novedoso historiográficamente sobre las personalidades seleccionadas, incluyendo las de los tres dictadores anticomunistas, excepto la notable –como dije– actualización bibliográfica, especialmente en los casos de Mussolini y Hitler. Respecto a Franco, el capítulo más flojo, pese a la obligada mención al gran especialista Stanley G. Payne, no resulta alentador que la exposición se apoye principalmente en historiadores “progres” nada imparciales ni ejemplares como P. Preston, E. Moradiellos, H. Graham, N. Towson, M. Richards, etc.
El autor describe correctamente a Mussolini como fundador de orígenes socialistas y auténtico “Icono del Fascismo”, aunque su dictadura siempre fue “débil” (“weak”, “mild”… finalmente subordinada a la Alemania de Hitler) por los condicionantes de la burguesa Confindustria y la política católica del Vaticano, e institucionalmente una dictadura “no absoluta” ya que el Jefe del Estado y jefe supremo de las fuerzas armadas siempre sería el Rey Víctor Manuel III (proclamado él, no el Duce, Emperador de Abisinia en 1936), quien nombró y destituyó al Primer Ministro Mussolini. Es decir, el Estado siempre estuvo por encima del Partido. En otras palabras, aunque Kershaw no lo verbaliza, el Fascismo fue una dictadura de tipo “autoritario” (gracias al Rey que impidió una evolución hacia el poder total del Fascismo y su líder), a diferencia de las dictaduras comunistas, según el modelo soviético en Rusia desarrollado por Lenin y Stalin, de tipo “totalitario”.
El autor piensa que el legado y cultura “machista” de Mussolini y el Fascismo se mantiene hoy en Italia con el éxito de la “extrema derecha” (Forza Italia) de Silvio Berlusconi. Pero ¿cómo se concilia esta tontería con el éxito reciente y la enorme popularidad de Giorgia Meloni? Los historiadores más prestigiosos también desbarran cuando opinan de política actual.
Como era de esperar el capítulo sobre Hitler es el mejor de Kershaw. Constituye un excelente resumen de sus amplias y profundas investigaciones biográficas sobre el líder nazi. Al referirse a su legado, escribe: “La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto definen mejor que nada al siglo XX. Hitler fue el principal responsable de ambos”. (…) “El genocidio no fue un producto incidental de la guerra. Fue central”. Pero aunque describe correctamente el proceso histórico y personal del dictador, con su auténtica obsesión antijudía, evita cualquier comparación con los grandes dictadores coetáneos: Lenin, Mussolini o Stalin. Evita asimismo usar el término “totalitarismo” a la hora de conceptuar las peculiaridades del régimen nazi, evidentemente más radical y brutal que un mero fascismo alemán, y estructuralmente más parecido al estalinismo (cuya simetría percibieron, entre otros, el propio Trotsky y los norteamericanos Max Eastman, James Burnham y Edmund Wilson), en el sentido de que el Partido se superpone y controla al Estado y a la Sociedad.
No creo que sea exacto, como afirma Kershaw, que Hitler fuera “el primer responsable del más fundamental colapso de la civilización del que la historia moderna ha sido testigo”. ¿Qué significado tuvieron entonces la revolución bolchevique de 1917 en Rusia y las consiguientes dictaduras comunistas de Lenin y Stalin?
Como indiqué, el capítulo sobre Franco es el más flojo de los tres, con algunas inexactitudes, por ejemplo calificar a la CEDA de fascista (“excepto en el nombre”), o al 23-F en 1981 de un intento golpista de la Guardia Civil. Es correcto enfatizar el carácter militar y católico de la dictadura franquista, lo que la define históricamente como un régimen autoritario, no totalitario, ideológicamente sincrético y pragmático en su evolución. Por tanto, nacionalista y anticomunista, pero no “fascista” y mucho menos “nazi”.
Mientras las dictaduras de Mussolini y de Hitler fueron colectivistas, utópicamente socialistas (de un nacional-socialismo por supuesto no marxista, pero aún anticapitalista), la de Franco fue mayormente conservadora y procapitalista.