Acaba de sufrir un brutal atentado Marcelo Gullo, ese gran historiador, “español de Ultramar” (así le llamo, con ese apelativo que le conviene más que el de meramente “argentino”, que es el de su querida patria chica).
El pasado martes, 7 de febrero, un grupo de desalmados lo asaltaron mientras circulaba en bicicleta en su ciudad de Rosario. Lo agredieron con saña. Le rompieron una muñeca, le fracturaron la mano izquierda, le golpearon las rodillas, le pegaron en la cara, donde le produjeron cortes y golpes diversos. Al salir hoy del hospital ha publicado la noticia en Redes Sociales, donde puede malamente escribir con un solo dedo.
Le robaron asimismo su teléfono móvil y su bicicleta.
¿Quiénes? ¿Vulgares, simples malhechores?
Difícil creerlo, pues éstos no se enseñan inútilmente con su víctima. Una vez obtenido su botín, desaparecen, raudos y felices.
Y no fue en absoluto esto lo que aconteció.
Ocurrió algo que no se puede atribuir a meros delincuentes. Estando ya Marcelo herido y derrumbado por los suelos, se dedicaron a encañonarlo con una pistola mientras, riéndose como hienas, le gritaban
“¡Te mandan saludos tus amigos! ¡Ja, ja, ja!”, le gritaban riéndose como hienas.
“¡Te mandan saludos tus amigos! ¡Ja, ja, ja!”.
¿Qué amigos?… Está claro: los miles de lectores que, en todo el mundo hispánico, han aclamado y siguen aclamando, convirtiéndolas en best-sellers, sus dos grandes obras: Madre Patria y Nada por lo que pedir perdón. En ellas, Marcelo Gullo rebate, con gran brío y un alud de datos históricos, todas las insidias que la leyenda negra lleva propalando desde hace siglos.
Es tan clamoroso el éxito alcanzado por Marcelo Gullo (al que hay añadir libros como los de María Elvira Roca Barea, o el documental de José Luis López-Linares,
Ninguno de ellos ha entrado en ningún momento a rebatir ni uno solo de los datos y argumentos de Marcelo Gullo. Pero si no hay argumentos, sí hay armas y sicarios. Los cuales lanzan, primero, amenazas como las que Marcelo ya había recibido por teléfono en días anteriores. Y luego asaltan, golpean, sacan las armas y encañonan.
Tal vez piensen, los muy imbéciles, que alguien del temple de Marcelo Gullo se va, de tal forma, a callar.