Íñigo Castellano Barón

Las cosas bellas de Dios

España desde el espacio (Fotografía: NASA).

TIEMPO DE NAVIDAD

LA CRÍTICA, 23 DICIEMBRE 2022

Íñigo Castellano Barón | Viernes 23 de diciembre de 2022

Parto de la base de que el concepto de feo o bello es subjetivo, pero lo cierto es que para la actual civilización occidental, iniciada por Jesucristo en la Roma pagana, asume como bello: la libertad, una determinada moral, y muchos comportamientos humanos que transcienden de la mera esfera legislativa para elevar al hombre a una nueva categoría de transcendente importancia. (...)



...

¡Cuánta fealdad! entendiendo esta por falta de armonía, proporcionalidad y otros parámetros por los que habitualmente nos regimos, podemos ver a nuestro alrededor sin tener que pararnos mucho a observar. Hay un subjetivismo en el que se conjugan la razón con la creación, de una manera armónica, o bien contrapuesta. En cualquier caso, nuestras mentes distinguen, aunque no siempre, aquello que atrae nuestros más íntimos sentimientos de los que de igual manera rechazamos. En muchos casos la fealdad se encuentra dentro de nosotros mismos y no podemos librarnos de ella sin ejercitarnos para tal fin. La belleza es otra cosa. Es un cúmulo de sensibilidades que inspiran nuestro espíritu y alimentan nuestras almas y nos hace ver las cosas con una unidad acorde, amable, y atractiva a nuestra mirada, aunque como afirmó Platón, la belleza no tiene que identificarse con una imagen física visual, y por tanto es algo independiente que penetra en el alma y produce una emotividad en nuestro espíritu.

Cuando hablo de alma, me tengo que referir necesariamente a Dios, principio de toda existencia y de causalidad para los cristianos. Toda la fuerza de Dios se manifiesta de mil maneras y se muestran con una belleza natural que hace que así nos parezca en muchos órdenes de nuestras vidas y entornos.

Sin embargo, con igual facilidad, observamos las cosas bellas de nuestro entorno. Bien por la composición de los objetos, por una mirada que expresa la belleza espiritual o por la propia utilidad de las cosas que observamos y que por tanto nos parecen bellas. Un caso sorprendente de las cosas bellas de Dios es el que te encuentras, aún desprovisto de la fe, cuando te internas en la ciudad de Medugorje, un pequeño pueblo en la región de Bosnia y Herzegovina. No voy a referirme a las famosas apariciones de la Virgen, que por otro lado sería el tema central o eje vertebral del municipio y de su fama universal, sino al comportamiento amable, educado, al tiempo que alegre de la gente que caminaban por sus calles. Personalmente me recordó la «Ciudad de Dios» de San Agustín de Hipona. Una ciudad donde la gente se quiere, se preocupa, mantiene sus formas y una exquisita educación y curiosamente los numerosos baños públicos edificados para absorber a tantos peregrinos, permanecen limpios en cualquier momento, como si un ángel se ocupara de ello. Nuevamente pensé que eran las cosas bellas de Dios, pues cuando Él se instala en un sitio lo quiere tener todo bello y que los humanos lo percibamos. Recuerdo que las personas que acuden a Medugorje proceden de todo tipo de extractos sociales, etnias y muchos con una ausencia total de sentimientos religiosos. Durante la pasada guerra de Yugoslovia, fueron numerosas las fuerzas militares de los distintos países intervinientes, los que visitaron la localidad sin más interés que el de la curiosidad. No hubo ningún altercado y todo discurrió como si la paz de Dios se hubiera impuesto en ese pequeño rincón del planeta.

Hace muchos años, visitando El Cairo con la familia y amigos, nos adentramos en el barrio copto que no está materialmente delimitado. El orden, como la limpieza de sus calles, y la higiene que puede observarse en esta población cristiana, distaba mucho del resto de la capital egipcia. Algo difícil de precisar pero claramente se ve la huella de la cultura cristiana y cómo Dios cuida la belleza cuando las cosas se refieren a ÉL. De pronto ante la belleza surgen sentimientos de dulzura, afectividad, compasión o cualquier otro que el alma moldeada por Dios, refleja ante situaciones u objetos que provocan sentimientos internos a veces difíciles de describir.

Aquello me sorprendió al punto de hacerme reflexionar sobre el tema, pues la diferencia de ambientes entre aquel barrio y el resto era más que evidente. De igual manera, en otro viaje, esta vez en Berlín, el llamado checkpoint Charlie, permitía adentrarse a la parte oriental de la capital alemana sometida por el marxismo ateo hasta el derrumbe del Muro de Berlín. Una vez más, la cultura cristiana se sobrepone al poder comunista y las cosas bellas de Dios contrastaban con la sórdida arquitectura de aquel. Nada era casual. El alma cristiana transciende incluso en la ornamentación y en las edificaciones tan distintas a otras culturas y religiones. Se elevan las majestuosas catedrales e iglesias del mundo cuyos arquitectos entendían para Quién estaban construyendo la morada. ¡Nada menos que para su Dios Creador! Más de 4000 catedrales góticas existen en Occidente manifestando la evidencia del culto cristiano y de la belleza de la fe.

Así, el espíritu tocado de esa especial sensibilidad les capacita para diseñar la belleza, al tiempo que otros artistas llevados por una especie de fuerza gravitacional, eran capaces de imaginar a través de sus pinturas a la propia divinidad y a su Corte Celestial. Las piedras, cualquier material, eran capaces de ser transformados en delicadísimas estatuas o esculturas. La mano de Dios se sirve del espíritu que insufla al alma de sus creados para que puedan alabarle y glorificarle.

La belleza del planeta Tierra es innegable, toda la humanidad puede contemplar tan grande creación que para los cristianos es la mano de Dios. Sin embargo esa belleza natural no es vivida de igual manera si el espíritu no es acorde o coherente con su propia naturaleza. El espíritu humano apartado de Dios se aleja igualmente de la belleza que de Él emana. No puede de igual forma comprender la belleza natural que tiene ante sus ojos. Pues la belleza es transcendente en la manera que eleva nuestro espíritu que también lo es. Es cierto que la belleza tiene un componente cultural, y en consecuencia la cultura cristiana tiene el suyo propio, pero la singularidad en este caso, para los creyentes, es la transcendencia que implica la perfección en el pensamiento embargado de la esperanza por alcanzar esa belleza sublime. En definitiva, cuando un cristiano que mantiene su fe, contempla la naturaleza misma del planeta, por ejemplo, lo que percibe su espíritu es un destello de Dios, como así expresó el papa Benedicto XVI.

Los sentimientos y el alma hecha a imagen y semejanza de Dios manifiestan un espíritu que se recrea en la belleza de la cultura de la vida. El Nacimiento del niño-Dios es recreado infinidad de veces en todos los planos artísticos desde entonces a nuestros días. Una recreación que conlleva sentimientos de vida y fraternidad universal que se extiende como una mancha de aceite en medio del océano. Incluso la muerte del Salvador, es ensalzada por los cristianos como el inicio de la vida. La belleza de sentir eso, es solo cosa de Dios.

Las cosas bellas de Dios son muy evidentes en las relaciones humanas. El amor como la caridad, la compasión y otros múltiples sentimientos del ser humano, contrastan con el mal que también se da en los seres humanos cuando nos alejamos de Dios.

Hoy en plena festividad del nacimiento de Dios hecho hombre, disfrutamos con la Salvación eterna que ello nos supone, y con las sonrisas de nuestros hijos, nietos, abuelos, o seres queridos porque ellos son y somos el destello de Dios.

Un año más, desde el periódico LA CRÍTICA, FELIZ NAVIDAD y el deseo de un año de paz para el mundo y en especial para España.

Íñigo Castellano y Barón