Más de un centenar de breves apuntes -magníficas reflexiones- sobre nuestras "cosas", escritos por Andrés Martínez Oria e ilustrados por la certera mano de nuestro llorado Sendo, conforman este libro tan especial que hoy aparece y que se presenta el próximo día 22 en la Biblioteca Municipal de Artorga para disfrute de los amantes de las letras y del arte.
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"Casi concluida la escritura de estas menudencias que siguen, le di a Sendo en 2018 una copia encuadernada y él, en enero de 2019, durante la convalecencia por una caída que le causó rotura de la pelvis, en casa de la madre de Marisa, su esposa, en Astorga, añadió los dibujos que fue pergeñando a medida que leía. Hoy tienen para mí un valor espiritual sin límite, entre otras cosas porque los hizo como un regalo espontáneo, fruto de su generosidad, sin pensar que un día pudieran salir a la luz. Quizá al lector también le ayuden a acercarse a la intención de la palabra y se quede con la idea de un libro compartido por dos amigos que se querían." (...)
No me gustan los libros con prólogo, o mejor, no suele gustarme el prólogo de los libros, no acostumbro a leerlo, entre otras razones, porque casi nunca añade nada esencial a lo dicho en el texto; pero en este caso lo escribo porque creo que forma parte del contenido y sin él quizá no se explicaría bien lo que quiero decir. Para empezar, casi le robo el título —de los mejores que he puesto, y encima no es mío— a Vila-Matas, que en Bartleby y compañía cita una frase de Valéry Larbaud; este, reducido a un mutismo confuso, solía decir ante los amigos, «Bonsoir les choses d´ici bas».
A continuación debo confesar la deuda contraída con César González-Ruano por la prosa azoriniana de su Libro de los objetos perdidos y encontrados, publicado en 1959. Y con Francis Ponge por Le parti pris des choses, de 1942, que podría traducirse como De parte de las cosas, del que me he propuesto traducir algunos capítulos o entradas para mí. Para mi uso particular. ¿Añadiré La belleza del objeto cotidiano de Soetsu Yanagi?
Tenemos que tomar partido por las cosas, porque ellas han estado siempre de nuestra parte. Nos han acompañado desde el primer momento y estarán ahí hasta el final. A mí particularmente hace mucho que me atrae la mirada despreocupada, pero honda, a las cosas pequeñas que nos rodean, forman parte de nuestra existencia y son tan insignificantes que no nos paramos a pensar en ellas; y, desde luego, nunca las elegiríamos como objeto de escritura, de belleza en sí, de arte. Y sin embargo en sus Odas elementales Neruda anticipó ese interés por lo insignificante, susceptible de hacerse poesía. Porque las cosas, si se miran bien, tienen su alma; y se trata de rescatar esa alma cautiva de las cosas. Aunque en realidad la poesía, más que en las cosas, está en la mirada. Las cosas, al mirarlas y también al nombrarlas, es como si las rescatáramos de su mundo gris y cobraran de pronto una existencia individualizada y duradera.
Una de las características del libro es la brevedad de cada entrada, y quiero también en el prólogo ser más que nada breve y claro. Esto lo he escrito para descubrirme a mí mismo la belleza de las cosas y, sobre todo, lo que pueden llevar dentro. Porque las cosas tienen una poesía natural que solo la pintura —las uvas de Juan Labrador, las cajas, tarros y botellas de Giorgio Morandi, las botas, las puertas y ventanas de Sendo, los paraguas de Antonio Varas—, la fotografía creativa o determinados escritos nos ayudan a descubrir en una dimensión distinta de la real. Eso quisiera yo. Que permaneciera como un fulgor, aun siendo leve, de esas cosas que fueron para nosotros también alma del universo, porque son las cosas, la imagen externa de las cosas, lo que en realidad nos habla del mundo. Y lo más importante de todo, cada cosa que fue nuestra, lo dijo Pessoa, se convierte en nosotros, y en ellas quedaremos cuando ya no estemos aquí. ¿No persiste la presencia de los seres queridos en las cosas que tocaron, que fueron su mundo cotidiano? Todas estas cosas que hemos impregnado con nuestro uso, con nuestra presencia también, quedarán aquí proclamando una verdad y una unidad secreta para lo eterno.
Pero qué solas se quedan cuando su dueño las abandona. Contemplo Un rincón de la mesa, de Fantin-Latour, y me estremezco pensando no en los escritores que podemos reconocer, sino en las cosas que están en la mesa y se han quedado seguramente desvalidas tras el instante preciso en que fueron captadas; ¿qué fue de la copa, la jarra, el azucarero y la taza con su plato y su cucharilla? ¿Qué fue de la fruta y las flores? ¿Qué de esos objetos que parecen flotar en un espacio encantado, diciendo más del mundo que las propias palabras de los hombres? ¿Qué fue del reloj que marcaba una hora? ¿Qué fue del libro que nadie parece leer?
Es Ortega en sus Meditaciones del Quijote quien nos dice que las cosas tienen una doble vertiente: su propia materialidad, su positiva sustancia, lo que las constituye en sí mismas, y el sentido que guardan, su significación, lo que son cuando se las interpreta. Es decir, las cosas, en su fulgor callado, además de estar, dicen lo que el mundo y nosotros no acertamos a explicar en un primer momento. Y esa sensación persiste a veces en el tiempo. Tras las cosas comunes se oculta el misterio, porque son en sí mismas, cuando las contemplamos desde una cierta actitud simbólica, fuentes de revelación. Como si se nos transmitiera, a través de lo elemental, una nueva epifanía. Como si el mundo adquiriera de pronto una luz diferente. Y no se trata de la belleza en sí de las cosas, sino del sacudimiento que en un momento preciso tiene lugar en nosotros al contemplarlas. Porque nos recuerdan algo o nos descubren aquello en lo que no habíamos caído, y se nos muestran de pronto plenas de significado. Y entonces es como si la vida adquiriera su sentido completo.
La filosofía, viene a decir Víctor Hugo, apenas se ha detenido a examinar las relaciones del hombre con las cosas, habiendo como hay ahí abismos para el pensador. Si nos paramos a reflexionar, todas las cosas, hasta las más insignificantes, tienen su alma, porque en ellas reside el misterio del tiempo. Solo en las cosas parece detenerse el tiempo, no en los seres; como si ante ellas perdiera la capacidad de herir, haciendo la materia eterna. Por eso nos sobreviven y por eso puede lamentar Borges, «No sabrán nunca que nos hemos ido». Y sin embargo nosotros, más perecederos, podemos salvarlas, dejó dicho Rilke.
Andrés Martínez Oria
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