La futura santa Juana Francisca de Chantal, nacida en Dijon en 1572, fue una mujer de extraordinaria humildad y como todas las personas humildes poseía un temperamento, un ánimo, dulce, sereno y firme, que consiguió, en la primera mitad del siglo XVII, la implantación de un nuevo estilo de vida en el mundo católico francés, (…)
…
frente a las reticencias que algunos obispos, acostumbrados a los carismas y espiritualidades que se habían vivido durante siglos, que opusieron obstáculos e inconvenientes, aparentemente razonables e incluso aconsejables, hacia ese nuevo carisma, ese nuevo estilo de vida. Juana triunfó y conservó íntegro el carisma que le había transmitido san Francisco de Sales, que a su vez lo había recibido por inspiración de Dios.
Con pocos años, Juana, perdió a su madre y hasta los veinte y seis estuvo inmersa en las llamadas Guerras de Religión Francesas, si bien, en realidad, fueron tanto políticas como religiosas. En efecto, se había extendido en Francia el calvinismo y la debilidad del poder real, enfrentó a las dos poderosas casas de los Borbones y los Guisas que aspiraban a hacerse con el trono, a lo que se añadía la unión al partido calvinista de un gran número de señores y nobles a quienes beneficiaban mucho las libertades y prerrogativas que defendían los hugonotes, esto es, los partidarios de la doctrina calvinista francesa, especialmente del movimiento político y religioso organizado en Francia desde mediados del siglo XVI.
Estas guerras de una ferocidad, salvajismo y crueldades atroces, se prolongaron indebidamente durante tanto tiempo, debido a que los príncipes de Alemania e Isabel de Inglaterra ayudaron a los protestantes con dinero y soldados y el partido católico fue sostenido por Felipe II de España. Tras la matanza de la noche de San Bartolomé, quedó como posible rey Enrique IV, protestante, pero que sabiendo que la mayoría de la población francesa era católica (se le atribuye la frase de: “París bien vale una misa”), se convirtió al catolicismo y promulgó el Edicto de Nantes, por el cual obtuvieron los hugonotes la libertad de culto y la igualdad con los católicos, pudiendo, lo mismo que éstos, aspirar a los empleos públicos. El Edicto puso término a las guerras político-religiosas en Francia y el posterior período de paz, permitió la reconstrucción del país y el fortalecimiento de la Monarquía, puesto que los protestantes habían alcanzado una tolerancia y una libertad sin igual en ningún otro Estado de Europa, si bien los católicos seguían dominando, pues su religión era la del Rey, la del reino y la de la mayor parte de los franceses. (Juan y Joaquín Izquierdo Groselles, Compendio de historia general, Ed. Urania, 1935, pp. 89 y ss.). Pero, en todo caso, sí afectó y mucho a Juana y su familia este conflicto, debido a que su padre, Presidente del Parlamento de Borgoña, un católico cabal, tuvo que abandonar su casa, sufrir la amenaza de que mataran a su hijo –que afortunadamente no se cumplió- si no claudicaba, así como todo tipo de incomprensiones, desprecios y estrecheces económicas.
La vida de Juana cambió a sus 20 años en la que contrajo matrimonio con el barón de Rabutin-Chantal, que la igualaba en virtudes humanas y delicadeza de espíritu. Ninguno de los dos cónyuges creía que pudiera darse tanta felicidad en la Tierra (de esta felicidad dejan constancia sus biógrafos). El matrimonio tuvo cuatro hijos, tres mujeres y un varón, y su dicha se truncó en un solo día con la muerte, en un accidente de caza, del marido, en el que el barón de Chantal, murió perdonando al que había provocado el accidente y con palabras de la eternidad de su amor, hacia Juana.
Ya viuda, con 39 años, la futura santa Juana Francisca de Chantal, hizo voto de castidad y se dedicó, por completo, a la educación de sus hijos y a atender a los pobres y enfermos. Es difícil entender la decisión de Juana de irse a vivir al lóbrego castillo de su tosco, sombrío y malhumorado suegro, gobernado por una despótica mujer, en un entorno de desorden y suciedad. Es difícil, porque podía haberse quedado a vivir en su casa o ir a la de su padre que la idolatraba. Algunos de sus biógrafos apuntan a que buscaba la salvación del alma del padre de su difunto marido. De hecho, la única explicación plausible de que sufriera con inquebrantable paciencia todas las contrariedades sin una sola queja, es la de que, en un último acto de amor a su marido, se sacrificó con tal de que su suegro se salvase y volvieran a estar juntos, para siempre, padre e hijo. Además, el colmo, llegó con su director espiritual, un fraile de una exigencia dura y desacertada, que la prescribía una serie de prácticas espirituales que no la acercaban a Dios y que en cambio le generaban constantes y dolorosos escrúpulos. Tan es así, que uno de sus mejores biógrafos la califica de dirección “torturante”; y otro biógrafo, escribe: “Son célebres en la historia de la espiritualidad los votos que hubo de hacer: el de obedecerle, el de no abrirse a nadie más, el de no admitir pensamiento que fuera en contra de esto...” (Lamberto de Echevarría, AÑO CRISTIANO, TOMO III, BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS, 1959, p.452).
Esta situación cambió radicalmente por un aparente suceso fortuito. El padre de Juana le invitó a que asistiera a la predicación de un sacerdote, san Francisco de Sales, célebre por la profundidad y sencillez de sus sermones, con motivo de la Cuaresma de 1607. Juana se sentó en la primera fila y sólo con mirarse ambos tuvieron la inspiración de que Dios los llamaba para cumplir una vocación específica. De hecho san Francisco le reveló su idea. Juana comprendió inmediatamente que esa era su vocación. Pero tenía cuatro hijos. Dios lo solucionó. Una de sus hijas se casó con el hermano menor de san Francisco de Sales, y otra desgraciadamente falleció. El hijo -padre de la futura Madame de Sevigné- se opuso con todas sus fuerzas a la vocación de su madre y prefirió ir a vivir con su abuelo. La pequeña decidió ingresar en el convento con su madre.
Este primer convento se fundó, en 1610, en una casa abandonada de Annecy. Lo formaban cinco monjas. Cuando empezó a crecer la Orden de la Visitación, surgieron las reticencias y obstáculos para la realización del nuevo carisma. Las nuevas monjas, que empezaron a llamarse Salesas o Visitandinas, eran mujeres, viudas o doncellas, para las que las durezas de las penitencias corporales no era lo primero. Lo primero era el dominio de la voluntad, del egoísmo, como premisa necesaria para vivir el amor, esto es, luchar por olvidarse de sí mismas para únicamente desear y hacer el bien. Aquí empezaron los obstáculos. La nueva espiritualidad sólo admitía a las mujeres que libremente decidían profesar en el convento y no por compromisos familiares. Este hecho junto con otros de mayor profundidad, hicieron que se intentara que ella sólo ocupase el cargo de superiora unos años, que los obispos pudieran eximir de algunas de las reglas de su vocación, etcétera. Pero, como se dijo al principio, Juana con dulzura pero con una firmeza sin fisuras, uniendo a sus virtudes naturales, como base, de las virtudes sobrenaturales, consiguió conservar el carisma en su integridad.
Durante la vida de Juana estalló la Guerra de los Treinta Años, que, con seguridad, le produjo un verdadero dolor y eso que ella falleció antes de que finalizara. En efecto, en tiempos de la vida de Juana estalló esta terrible y devastadora Guerra (1618-1648), en la que igualmente intervino Francia y en la que el católico Imperio (Alemania), perdió más de la mitad de su población. Aunque también en este caso se hable de una guerra de religión entre protestantes y católicos, el componente político de la misma fue muy acusado. En efecto, cuando la Guerra ya casi había concluido con la victoria total de los católicos, esto es de las dos potencias, España y Alemania, regidas por la Casa de Habsburgo, la otra gran potencia católica, Francia, se puso de parte de los protestantes. Más aún, la vertiente política quedó de manifiesto, puesto que fueron precisamente sus gobernantes, dos cardenales de la Iglesia católica, Richelieu y Mazzarino, los que tomaron esa decisión de luchar a favor de los protestantes, para conseguir que España perdiera la supremacía europea, que pasó, sin duda, a Francia. Para Juana que tuvo un rey que se convirtió al catolicismo por conveniencia y que dos cardenales, que eran los que verdaderamente gobernaban Francia, se pusieran al lado de los protestantes, le debió producir un dolor y una desazón muy grandes. Sin embargo, Juana, con su muerte, en 1641, evitó el sufrimiento que necesariamente le habrían producido los Tratados de Westfalia, que pusieron fin a esta Guerra y consagraron un daño al cristianismo que dura hasta nuestros días, por cuanto desde el punto de vista apostólico y misionero, la división entre los cristianos, ha ocasionado y sigue produciendo un daño irreparable en la predicación del Evangelio; y además, el ideal de la Cristiandad europea, tan querido para el Emperador Carlos de España y Alemania, quedó destruido para siempre. (José Orlandis, HISTORIA DE LA IGLESIA, Ed. RIALP, 2001, p.128).
No conozco la repercusión que tuvieron en la población en general y en la Órdenes religiosas en particular, la célebre controversia de auxiliis, no resuelta completamente ni siquiera en la actualidad, así como el proceso de Galileo, que también acontecieron en vida de Juana y que de conocerlos le habrían afectado y preocupado.
Se cuentan, quizá, con los dedos de una mano, las veces en las que Juana pudo verse con san Francisco de Sales, que la había encomendado sacar adelante la novedosa iniciativa contemplativa. El constante contacto epistolar suplió el diálogo y la consulta. Fueron numerosísimas las cartas que se cruzaron entre Juana y San Francisco de Sales, así como con los monasterios. Sin embargo Juana hizo desaparecer, llena de vergüenza, muerto ya Francisco de Sales, todas las cartas en las que descubrió comentarios marginales y anotaciones del Santo, en las que encomiaba o alababa a su persona. Las quemó. (Francisco Pérez González, Dos Mil Años de Santos, Ed. PALABRA, Tomo II, 2001, p.1486).
La futura santa Juana Francisca de Chantal murió en Moulins, el 12 de diciembre de 1641, tras fundar, ochenta y tres monasterios de la Orden de la Visitación. Fue canonizada en 1767. Sus restos reposan en Annecy, junto a los de san Francisco de Sales.
Termino dejando constancia de que si bien Juana Francisca de Chantal tuvo muchas alegrías y consuelos espirituales, también padeció calumnias, viajes penosísimos, desprecios, dificultades de todo tipo y pruebas interiores, pero siempre conservó una alegría contagiosa.
Pilar Riestra