El señor Martínez está en su derecho inalienable de ser más o menos simpático; de tener sus filias y sus fobias; de ser más chulo que nadie o menos que ninguno; de gustar más de la carne que del pescado o viceversa o ni fu ni fa; de gustar más del cocido madrileño que de la butifarra con monchetas o viceversa o ni fu ni fa; de tirar a izquierdas o a derechas o a ninguna o a las dos; de arrimar el ascua a su sardina o también a la del vecino... y así hasta el infinito imaginable que permitan su genética, circunstancias, formación, educación y legislación vigente.
Pero Luis Enrique como seleccionador nacional del fútbol español es imagen de los españoles y de España, en España y también en el mundo. Y eso es otra cosa.
No es de recibo que el señor Martínez en su calidad de seleccionador nacional sea la causa directa de la división de los españoles, derivada de sus actos (cuestionados por muchos) y sus actitudes (rechazadas por otros tantos).
Está claro: Luis Enrique no.