HISTORIA Y CULTURA

Asalto a La Ciudad de las Nubes

"La batalla de Acoma", obra de Gregorio Hombrados Oñativia. (Foto: https://aunamendi.eusko-ikaskuntza.eus/).

LA ESPAÑA INCONTESTABLE

LA CRÍTICA, 24 NOVIEMBRE 2022

Gonzalo Castellano Benlloch | Jueves 24 de noviembre de 2022

El siguiente relato es una historia de valor, de poca trascendencia en el gran contexto de nuestra gloriosa historia, pero sin duda, una epopeya como pocas y una demostración del ilimitado coraje de aquellos bravos españoles que hicieron justicia ante la terrible afrenta causada a sus “hermanos” por los indios Pueblo, en la ciudad de Acoma. (...)



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En el año de 1550, Carlos I dictaminó que no se realizarán más expediciones de conquista o exploración en Nueva España hasta determinarse que lo acontecido hasta el momento se realizó sin injusticias para los indígenas que habitaban esas tierras, (este siempre fue el espíritu civilizador que movió a los españoles más allá de los abusos que puntualmente pudieran cometerse). El proceso llevó décadas debido al complejo sistema burocrático de la época. Sería con Felipe II cuando se permitiría la definitiva exploración colonizadora de la Nueva España, siempre que ésta se hiciera «con toda paz, amistad y cristiandad»: tarea difícil en ocasiones pues todavía no eran conocidos los pueblos indios más allá del Río Grande entre los que se encontraban los temibles Apaches. La persona a la que se encomendó esta tarea fue Juan de Oñate, que no solo tuvo que aportar de sus arcas gran parte del dinero necesario para la expedición, sino que hubo de defender su valía frente a otros candidatos.

Juan de Oñate era hijo de Cristóbal de Oñate, compañero de Hernán Cortés. Se crio en la frontera y casó con Leonor Cortés de Moctezuma, biznieta del antepenúltimo emperador azteca. Para acometer su misión inspectora, parte con algo más de doscientos hombres y miles de cabezas de ganado. Entre los reclutas, Gaspar Pérez de Villagrá, soldado y poeta por el que nos ha llegado información precisa de la historia que vamos a narrar y los hermanos Zaldívar, sobrinos de Oñate y protagonistas como veremos de este relato.

El 20 de abril de 1598 la expedición alcanza el Río Grande donde tendrán unos primeros encuentros violentos con algunos guerreros hostiles. Tras cruzarlo en el Día de la Ascensión, continúan su avance hacia el norte, eligiéndose el día 8 de septiembre, fiesta del nacimiento de la Virgen María, para dar las gracias por lo conseguido hasta entonces, siendo este el primer Día de Acción de Gracias de la historia de los EE. UU. Se realizó también una ceremonia oficial por la que se tomaba posesión de Nuevo Méjico en nombre de Felipe II. Unos días antes, había fundado San Gabriel, la segunda ciudad fundada en EE. UU. tras San Agustín de la Florida. En octubre, decide separar sus fuerzas para explorar las regiones próximas. Al mando de una de ellas iría su sobrino Juan de Zaldívar mientras que Oñate se dirigiría hacia Acoma, ya conocida por los españoles, pues había sido visitada por Coronado unos años antes. También era conocida por las historias contadas por otros pueblos indios, maravillados por aquella ciudad inexpugnable, situada en las nubes y cuyos guerreros se pintaban de negro antes de acudir a la batalla. Recomiendo al lector buscar imágenes de Acoma en internet, ya que a día de hoy se mantiene un poblado en su cima, siendo la comunidad continuamente habitada más antigua de los Estados Unidos. Como verán, se trata de una enorme roca en forma de meseta de una altura de más de 100 metros sobre los que se tiene una visión perfecta de la planicie que la rodea. Solo se podía acceder por un pequeño camino-escalera tallada en la propia roca. A día de hoy sigue pareciendo inexpugnable.

Oñate alcanzaría su objetivo y fue recibido con amabilidad por los notables de la ciudad que le invitaron a subir. En su ascenso, los españoles quedaron maravillados al contemplar las casas de varios pisos con terrazas y sus estanques para recoger el agua de la lluvia. Fueron conducidos hasta la sala de consejo e invitados más tarde a acceder a otra sala a la que se accedía descendiendo unas escaleras. Oñate rechazaría el ofrecimiento y partiría poco después, sin saberlo, o tal vez sospechando algo, acababa de salvar su vida y la de sus hombres.

Por su parte, Juan de Zaldívar, tras regresar de su exploración por el desierto, se pondría en marcha siguiendo los pasos de Oñate para reunirse con él. Al alcanzar las faldas de la Ciudad de las Nubes, fue recibido al igual que Oñate con amabilidad e invitado a subir para obtener provisiones con las que abastecerse. Zaldívar ordenó levantar un campamento en el llano y aceptó subir con dieciséis de sus hombres, pero a diferencia de Oñate, no iba a tener tanta fortuna.

Encontrándose a una altura aproximada de 40 metros sobre la planicie, los indios comenzaron a alborotarse, y tras una tensa discusión, acaban entrando en combate cuerpo a cuerpo, condiciones en las que los arcabuces de los españoles son poco efectivos y los garrotes –macanas– que usaban los indios, letales. Fueron cayendo en combate los españoles hasta que finalmente lo hizo Zaldívar. Los cinco soldados que aún permanecían con vida, ante la perspectiva de un fatal e inevitable desenlace, decidieron optar por otra vía casi igual de incierta, la de saltar. Lo último que vieron esos hombres antes de precipitarse al vacío, fue el cadáver de su líder siendo golpeado por una horda enfurecida de indios. De los cinco hombres que saltaron, cuatro salvaron milagrosamente la vida al caer sobre un banco de arena y, aunque magullados y maltrechos, lograron alcanzar el campamento desde el que pudieron huir para dar buena cuenta de lo acontecido.

Oñate no podía dejar pasar esta afrenta: no solo debía vengar la muerte de sus hombres, sino que de no haber hecho nada, habría mandado un mensaje de debilidad al resto de pueblos indios hostiles, lo que habría puesto a sus hombres y a futuras expediciones en peligro. Sin embargo, no era tarea sencilla, puesto que, de acuerdo a las Leyes de Indias, no podía empezar una guerra sin haber probado primero que la causa era justa, prerrogativa que estaba en manos de los padres misioneros. Como cualquier otro Adelantado del Rey, sabía que después de prestar servicio, debería pasar por un juicio de causa donde podría ser juzgado por cualquier decisión que hubiera tomado en el ejercicio de sus funciones (como finalmente acabaría sucediendo).

Oñate decidió enviar al mando de un contingente de setenta hombres (Acoma contaba con 300) a Vicente Zaldívar, hermano del líder asesinado en Acoma, con las siguientes condiciones para evitar el combate: que los indios Pueblo aceptasen entregar a los hombres que habían participado en la revuelta, que abandonasen la ciudad en las nubes para establecerse en la planicie y que fueran introducidos a la fe católica. Sabían que eran condiciones difíciles de aceptar, pero había que intentarlo.

La envidiable situación de la ciudad de Acoma les permitió ver llegar a los españoles desde lejos y a medida que se aproximaban, estos alcanzaban a escuchar los alaridos de los enfurecidos indios que no les prometían nada bueno si se determinasen a subir. Los españoles estuvieron estudiando la orografía del terreno y se decantaron por una estrategia audaz: el grueso de las fuerzas subiría por el único camino existente y, por tanto, donde los estarían esperando, pero doce hombres seleccionados ascenderían escalando por la meseta sur que estaba deshabitada y por la que había pasadizos y grandes fisuras en las rocas erosionadas. Llevarían también a peso, un cañón.

El 22 de enero de 1599, al alba, los españoles escucharon misa y comulgaron. La madrugada anterior, los doce escaladores habían comenzado su ascenso con su armadura y rostro pintados de negro para evitar ser detectados. El grueso de las fuerzas se puso en marcha por la cara norte y los arcabuceros entraron en combate sin mucho éxito. Necesitaban acercarse más para ser efectivos pero los indios impedían su avance lanzando flechas y piedras utilizando la ventaja que les concedía su posición más elevada. Por su parte, el equipo de escaladores había alcanzado un saliente de roca separado por una profunda hendidura de la ciudad. Desde esa posición comenzaron a disparar con el cañón que habían subido.

Durante la madrugada del 23 de enero más hombres escalarían para reforzar la posición. Para salvar la gran hendidura que les separaba de la ciudad, habían talado los pocos pinos que encontraron y, junto con unas cuerdas, hicieron una suerte de puente que colocaron aprovechando la oscuridad. Mientras cruzaban, una lluvia de flechas y piedras se cernía sobre ellos. Sucedió entonces algo excepcional: había pasado ya un primer grupo de atacantes cuando uno de ellos, sin querer, cortó una cuerda que servía para unir la pasarela, cayendo esta decena de metros al vacio. Se quedaron separados de sus compañeros, con el enemigo delante y el vacío detrás, mientras que a los que no habían cruzado aún, solo les quedaba contemplar a sus compañeros que estaban acorralados. En este preciso momento, nuestro soldado-poeta, Gaspar Pérez de Villagrá, que no había llegado a cruzar, sale a la carrera y dando un salto prodigioso alcanza el otro lado a tiempo para alcanzar la cuerda de la pasarela y asegurarla una vez más. Esto permitiría al resto del grupo cruzar (los guías indios, todavía hoy enseñan el lugar del salto).

Comenzó así una lucha sangrienta que duró tres días quedando gran parte de la ciudad arrasada por las llamas. Vicente Zaldívar daría con la pira en la que había sido cremado su hermano y sobre la que más tarde se levantaría una cruz.

La toma de la ciudad de las nubes mandaría un mensaje claro para otros pueblos indios hostiles del valle del Río Grande que asumirían en mayor o menor medida el dominio español.

Este relato de “La España Incontestable” tiene por objeto dar a conocer este episodio tan excepcional de nuestra historia apenas conocido. No pretende ser un relato de la vida de Oñate, del que nos hemos dejado numerosos episodios que darían, sin duda, para muchas más páginas. Me gustaría no obstante acabar indicando que Oñate respondería finalmente en un tribunal de Nueva España por los hechos de Acoma y otros relacionados con el ejercicio de su cargo. Sería condenado en una primera instancia, pero absuelto más tarde por la metrópoli al entenderse que un contingente tan pequeño rodeado de tribus hostiles en un territorio inhóspito, justificaban las acciones realizadas. Hago mención a este hecho como demostración, patente, de que la defensa de los indios era absolutamente fundamental para la monarquía hispánica, hasta el punto de que prohombres debían de dar cuenta de sus acciones, sin excepción.

¡Gloria y Honor!

Gonzalo Castellano Benlloch