Tan sólo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre sentenció Kant. Pero también es cierto que Educar a una persona en la mente pero no en la moral es educar una amenaza para la sociedad, como comentaba Theodore Roosevelt, presidente número 26 de los Estados Unidos, quien se preguntaba ¿quién o qué nos garantiza que esa persona sabe utilizar sus conocimientos correctamente? Porque la ética es lo único que garantiza el buen uso de la educación recibida. (…)
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En cualquier caso, la enseñanza es la “madre” de todas las ‘batallas’ civiles y comportamientos humanos. Porque la enseñanza se proyecta sobre lo personal, lo social, lo político, lo electoral, lo nacional, lo internacional, lo religioso y sobre un largo etc. de todos los espacios en que se mueve el ser humano. Influencia que es conocida y perversamente utilizada por todos los totalitarios que en el mundo han sido –en particular por los “de siempre” comunistas, nazis y yihadistas– porque saben que el que domina la educación domina la sociedad, domina la nación e impone su ideología y sus intereses nacionales e internacionales. Como corresponde al mundo totalitario.
Pero no debemos olvidar que, aunque los inductores del posible “estropicio educativo” puedan ser los políticos, los redactores de sus ideas adoctrinadoras son aquellos docentes que, comulgando con dichas ideas, las traducen a esa terminología educacional que, a veces, tantas neuronas y almas juveniles ha destrozado. Por tanto, debe quedar bien claro que es la acción conjunta de ambos –políticos y educadores– la que puede mejorar o empeorar una sociedad, los comportamientos de sus ciudadanos y hasta la política interior y exterior de una nación. Porque –no olvidemos– que una mala enseñanza puede derribar el armazón ético de un pueblo, lo cual implicará –inevitablemente– el derribo de la propia nación, por importante y modélica que sea.
Con estas ideas in mente y a la vista de la actual sociedad en la que habitamos, uno se pregunta ¿qué le ha pasado a la sociedad española? para que, a fecha 2022, un porcentaje no bajo de sus jóvenes voten lo que votan; piensen lo que piensan o lo que no piensan; se comporten como se comportan; carezcan de ciertos primerísimos principios, si los tienen; militen en los partidos que militan, sabiendo –o sin saber– lo que persiguen y por qué y para qué los apoyan; pasen de lo que pasan; acepten las ideas que les predican sin el menor espíritu crítico, aunque sean las ideas más fracasadas de la historia, si es que la conocen; desprecien los comportamientos tradicionales, vivan sin más inquietudes que las que les sugiere el llamado “pensamiento week-end” –¿qué voy a hacer este fin de semana? – y huyan de la lectura como de la peste; etc., etc., etc. Sin duda, mucho puede tener que ver en ello la enseñanza recibida en los colegios y en su casa. También puede haber influido el llamado “pensamiento rebaño” que, según estadísticas, el 95% por ciento de los españoles se deja influir –en mayor o menor medida– por la opinión de los demás.
La situación es difícil de analizar porque los contenidos de la ideología populista y sus posicionamientos en los diferentes espacios y temas por los que puede caminar la mente humana conducen indefectiblemente a una conclusión: en el populismo todo es irracional. De ahí la dificultad de analizarlo, ya que el hombre racional sólo sabe emplear criterios racionales para hacerlo. Podríamos recordar aquí muchos incomprensibles comportamientos populistas juveniles. Por ejemplo, entra dentro de la racionalidad del comportamiento humano el adherirse siempre a lo que triunfa por generar justicia y/o desarrollo y/o libertad. A ello se apunta, sin vacilar, cualquier hombre sin prejuicios. Sin embargo, esta actitud racional es rechazada por el populismo que nos ha invadido, que adora lo que llama moderno –por parecerlo– y lo rompedor –por serlo–. Otro ejemplo sería el de los “okupas”: se pretende aprobar una ley que permita a la policía desalojarlos rápidamente del piso que han “okupado”, lo cual parece justo y necesario porque se trata de un robo a sus dueños; pero el “genial, populista y comunista de Podemos” vota en contra, porque considera que los buenos y los desvalidos son los ladrones de las casas.
Pero lo más grave no es su increíble adhesión a la anormalidad irracional, sino su pretensión de imponerla mediante la reeducación ideológica de los 47 millones de españoles, como se hizo en los campos vietnamitas en aquella célebre guerra de los 70. Es decir, que la nueva “etiqueta” partidista juvenil española llamada Podemos quiere colonizar España con su populismo adolescente, que, lamentablemente, incluye ocurrencias de colegio mayor, y pretende imponernos “su” particular ideología comunista –la mayor tiranía de la historia– que lleva casi dos siglos fracasando hasta el aburrimiento, que quita la libertad, que iguala a todos por abajo y que promete salvar a los pobres, pero los aumenta y los conduce al subdesarrollo. Recuérdese que la historia ha demostrado que sólo el liberalismo económico ha dado a las naciones estabilidad, desarrollo y siempre libertad. Al contrario que el comunismo, cuyo totalitarismo inoperante es siempre rechazable y nunca corregible. A pesar de lo cual, ha vuelto a conquistar ideológicamente Iberoamérica, lo que asegura a los países que la componen una década más de inestabilidad, subdesarrollo y tiranía. ¿Qué les pasa, por tanto, a nuestros jóvenes populistas, que se dicen políticos, para caer de nuevo en este absurdo?, ¿es que adolecen de desinformación?, ¿es que su preparación intelectual es escasa?, ¿es que “tira” mucho el ansia adolescente de poder y de la nómina inherente?, ¿es que les sobran odios hacia no sabemos qué?, ¿o es que es divertido porque hay movida? …
Pero antes de analizar nada, conviene conocer los fenómenos que han inspirado y configurado las mentes y los ímpetus redentores de bastantes de nuestros jóvenes populistas: se trata de una mezcla de un infantil “buenismo” y de la denominada “cultura woke”. Nuestra Academia de la Lengua define el “buenismo” como el esquema de pensamiento y actuación social y política que, de forma bienintencionada pero ingenua y basada en un mero sentimentalismo carente de autocrítica hacia los resultados reales; muestra conducta basada en la creencia de que gran parte de los problemas pueden resolverse a través del diálogo, la solidaridad y la tolerancia, nobles valores que no dan resultado con los totalitarios de siempre. En cuanto a la “cultura woke”, recordemos que apareció en los campus universitarios de los EE. UU. inicialmente como noble rechazo del racismo y posteriormente como instrumento de difusión de la ideología de género, tan rentable como señuelo de captación de juventudes con neuronas y conciencias previamente ablandadas por enseñanzas manipuladas. Recordemos también que esta “cultura woke” lo que busca –en esencia– es “reeducar” a Occidente en la sumisión acrítica ante una llamada “corrección política radicalizada” cuya carta de presentación puede resumirse así: culpabilizar a los grandes personajes y momentos de la civilización occidental de base cristiana de todos los males que en el mundo han sido; mantener que “lo real es totalmente manipulable y que puede disolverse en cualquier ideología”; imponer la idea de que “el hombre y la mujer no existen” porque “la fluidez del género es la nueva base antropológica de la identidad sexual” y que “cada ser humano puede elegir el sexo que más le guste”. Pareciera que lo woke pretende salvar a la Humanidad de los supuestos errores del Creador, utilizando métodos expeditivos para desterrar del espacio público a quienes se oponen.
A todo lo anterior hay que añadir algo que agrava el problema y que conviene no olvidar: el comunismo que Podemos pretende imponernos no es exactamente el comunismo totalitario leninista, al uso en tiempos pasados, sino la versión bolivariana del comunismo venezolano. Lo cual resulta demencial, porque Lenin –perverso pero inteligente genocida– sabía lo que hacía y predicaba un plan concreto: partido único, sociedad sin clases y sin religión, mando bolchevique único, planes quinquenales, Pacto de Varsovia, grandes movimientos de masas para inundar de rusos las naciones contiguas, muerte al opositor, el universo comunista como objetivo final y olvídense ustedes de esa cosa burguesa llamada libertad… En nuestro caso español podemita, nada de leninismo. El populismo adveniente quiere imponernos un modelo totalitario de corte caribeño, paranoicamente rebosante de odio a las llamadas “personas de orden” –supuestamente fascistas– a su pensamiento, costumbres, vestimentas, comportamientos, principios, religión, creencias, ideas, estilos, etc., etc. Todo ello para crear –dicen– una idílica sociedad de bicicleta, plazuela, elecciones de mano alzada, twitera y claramente “impensante”, que sustituya la España del trabajo por la España de la ignorancia y la ocurrencia. En una palabra: el odio como motor revolucionario, la mentira como método y el capricho como gestión.
Además, ante la resistencia a morir del totalitarismo comunista y el descrédito que supone su historial, el nuevo populismo comunista made in Spain ha tomado dos decisiones: la primera, defender a toda costa las sucesivas reencarnaciones del comunismo, ocultando sus permanentes fracasos políticos y económicos mediante una oferta de señuelos: ecologismos, feminismos, animalismos –ternura con el animal pero derecho al aborto del humano–, ideologías de género, indigenismos y cualquier otro “ismo” que pueda ser útil para aumentar el número de sus votantes. Hay que subrayar que todas estas reencarnaciones del comunismo siempre encuentran “clientes”, casi todos sumidos en la oscuridad de la ignorancia o en la ceguera del sectarismo. Los primeros porque no tienen más fuente de información que la televisión y el twitter y los segundos porque siguen agarrados a esa religión marxista del siglo XIX, que el gran Shumpeter desenmascaró de forma tan certera, afirmando que el comunismo es una religión que considera que estamos en pecado político todos los que disentimos, es decir, los que creemos en Dios, en la libertad democrática, en la economía de mercado y en el respeto a los demás. Sin duda, el diálogo entre ambas bandas del espectro político se presenta difícil porque la experiencia demuestra que su aplicación frente al sectarismo es inútil ya que éste jamás admitirá más resultado que la cesión permanente por parte del contrario.
La segunda de las decisiones se centra en la habilidad de manejo de dos mantras de gran rentabilidad en su discurso ante nuestra juventud actual: Franco y la Iglesia. Respecto al primero, les han hablado de la tranquilidad democrática en que se desenvolvía nuestra II República cuando fue sorprendida por la “innecesaria” sublevación nacional encabezada por unos cuantos militares, al parecer, desocupados. Nada saben nuestros podemitas sobre lo que ocurrió durante los cinco primeros años de nuestra II República en que se produjeron más de 2.500 muertes violentas, numerosos incendios de iglesias y, ya en 1936, se asesinó al líder de la oposición monárquica mientras el recién elegido Frente Popular marxista efectuaba allanamientos de morada buscando objetos piadosos que justificaran el encarcelamiento e iniciaba también la larga lista de 7.000 religiosos asesinados. Todo lo cual indicaba claramente que, en 1936 en España ya no había democracia, tal como reconocen todos los historiadores independientes, españoles y extranjeros. Nuevo ejemplo de irracionalidad desinformada. Al otro mantra –la Iglesia– lo descalificó la neurona populista afirmando que la religión es un camelo fascista alimentado –según ellos– por la supuesta España negra y totalitaria de los 20 siglos de historia anteriores (se supone que desde los visigodos hasta los Borbones, ambos inclusive). Sólo vino a “destapar la verdad” –también según ellos– la leyenda negra iniciada por Guillermo de Orange, según la cual, todo lo hicimos mal, explotamos a los indios americanos y maltratamos a nuestro pueblo con una Inquisición permanente…
Pero, como nos decía el Premio Nobel Czeslaw Milosz, los totalitarismos no se imponen de golpe. Avanzan poco a poco, tienen que convencer, seducir por fases, inocular sus venenos, implantar minuciosamente el germen del odio. Esta gran verdad que nos comentaba el profesor Milosz se ha cumplido rigurosamente en el caso español. Y ello es así porque, en vista del insultante fracaso que ha sufrido, durante siglo y medio, el comunismo ha tenido que apelar a los ya citados señuelos para “ablandar voluntades” (los verdes, el cambio climático, el feminismo, los LGTB, la ideología de género, el animalismo, etc.), para “ablandar conciencias” frente a los principios cristianos; y para “ablandar neuronas” frente al peso de la historia. Todo ello mediante los apropiados planes de enseñanza redactados por la extrema izquierda y consentidos por una derecha que duda de sus principios. Para promover estos objetivos docentes, el arma negativa por excelencia que han utilizado nuestros escasamente dotados líderes populistas ha sido la manipulación de la historia: eliminando, recortando, censurando, omitiendo, añadiendo, reescribiendo, inoculando relatos interesados, etc. En este sublime empeño en manipular la historia, nuestros jóvenes populistas han suscitado en la sociedad española la figura del antipatriota, que no soy capaz de vislumbrar en ningún otro país, por insignificante que sea. Entre sus éxitos más importantes hay que incluir el grado de irritación contra el pasado franquista que se aprecia en muchos jóvenes que tienen nulo conocimiento de lo que pasó en España en los años 30.
Tras lo expuesto, uno se pregunta ¿cómo pueden las jóvenes generaciones no haber leído –en libro o periódico– ni aprendido en el colegio o escuchado a sus padres, que el marxismo –que sucumbió, aparentemente, en fecha tan cercana como 1989– es una ideología totalitaria ya fracasada durante casi dos siglos? Pudiera ser que el marxismo totalitario tenga “gancho” para la juventud que busca movida y diversión, especialmente cuando, tras su ablandamiento cerebral, funciona con el pensamiento week-end. Mucho han tenido que ablandarse las neuronas y las conciencias juveniles para llegar a esa situación tan delirante y mucho ha tenido que ver la causa origen: la enseñanza, que, si existió, no incluyó la formación.
Pero la falacia tiende a acelerarse, porque si la LOGSE se acreditó como modelo de mediocridad y manipulación, ¿qué más nos deparará la gran amenaza de reeducación ideológica que encarna la Ley Celáa? Su contenido puede resumirse así: durante los seis primeros años infantiles una innecesaria búsqueda de identidad de los niños, se supone que tratando de corregir lo que califican como errores del Creador; en años posteriores se les someterá a una perversa inoculación de la ideología de género como primer dogma de fe progresista del siglo XXI; no faltarán los “mantras” útiles de obligada adhesión, como el cambio climático –todos creemos en que hay que cuidar la Tierra, pero ningún órgano oficial ha certificado el colapso inmediato del planeta–; junto con la entronización del feminismo como mandamiento principal absurdamente reivindicado en el siglo XXI; con la inclusión de un tierno animalismo compatible con el aborto –o sea el asesinato de personas en formación–; una expeditiva eutanasia como barra libre; y, como no podía faltar, la sacrosanta normalización y exaltación de los supuestamente maltratados LGTBTrans… Todo ello unido a un largo etc. de asuntos intranscendentes elevados a la categoría de carencias dramáticas.
Merece la pena recordar las ideas fuerza reiteradas en el largo preámbulo de la Ley Celáa, porque su lectura hace innecesario un mayor análisis. Rezan así: Respetar los Derechos del Niño promulgados por Naciones Unidas (1989); dar a la enseñanza un enfoque de igualdad de género en todas las etapas del aprendizaje de mujeres y hombres; prevenir la violencia de género y el respeto a la diversidad afectivo-sexual, haciendo hincapié en la actual brecha de género; educar para el desarrollo sostenible, para la ciudadanía mundial, para la función social de los impuestos y la justicia fiscal, para la igualdad de mujeres y hombres, para el respeto a la diversidad; fomentar, de manera trasversal, la educación para la salud, incluida la afectivo-sexual y la igualdad entre hombres y mujeres y estudio de la memoria democrática desde una perspectiva de género, haciendo especial hincapié en la lucha de las mujeres por alcanzar la plena ciudadanía. Sin olvidar que la educación primaria (de 7 a 12 años), deberá centrarse en la igualdad de género, la educación para la paz, la educación para el consumo responsable y la educación para la salud, incluida la afectivo sexual.
Me pregunto: ¿es esto una ley de enseñanza o una reiterativa explicación del evangelio podemita que –nos dicen– redimirá a la humanidad de sus muchos pecados políticos? Porque, dado que la Ley Celáa debe exponer el desarrollo futuro de la enseñanza de nuestros estudiantes de ESO y bachillerato, pensé que incluiría alguna referencia a la geografía, a la historia de España, al álgebra lineal, a la cinemática, a la química inorgánica o a la filosofía (si todavía existe). Pero debo estar mal informado porque esta ley más bien parece perseguir la conversión a la nueva religión populista social/comunista que, dicen, pondrá freno a los desmanes históricos implantados en España a lo largo de la historia –se supone que desde el Imperio Romano hasta los últimos Borbones– y remediará las ya repetidas omisiones y errores intolerables del Creador, que nos han llevado –nos dicen– a la situación caótica de injusticia en que nos encontramos, de la que –siguen diciéndonos– va a redimirnos el populismo adveniente.
Tras lo indicado anteriormente, queda meridianamente claro que se nos pretende reeducar en una ideología muy alejada de los principios básicos que inspiran a la mayoría de los españoles. Y recalamos siempre en la misma conclusión: sin duda, la enseñanza es la causante principal de esta corrosiva reeducación ideológica recibida por nuestros adolescentes. Enseñanza, por cierto, bien aliñada con sus complementos de “Educación para la Ciudadanía”, sus “digresiones afectivo-sexuales y de ideología de género” y los inicios de la cultura woke. Incluyendo –naturalmente– temas como la transición de género, la ley del aborto, las denominadas familias monoparentales así como las restantes perlas de los llamados estudios de género, que, por cierto, se incluyen en los programas de las Academias Militares españolas, dado que España cuenta ya con más militares expertos en género que el resto de los países que integran la OTAN y ha nombrado ya 341 asesores de igualdad. Todo ello permitirá, sin duda, reclutar nuevos votantes social-comunistas, que completarán la colonización populista y reeducación ideológica de los españoles.
Pero, para que esta irresponsable empresa triunfe, hay que preparar el material humano receptor, implantando una enseñanza flojita y sectaria, que modele adecuadamente neuronas y conciencias. Lo que se enseñe a los jóvenes, se les oculte, se les deforme –en definitiva, se les manipule– condicionará su vida, sus valores, su moral, sus actos, su educación, la sociedad que construyan, su patriotismo, sus creencias, sus decisiones electorales, sus comportamientos políticos y las correspondientes derivadas nacionales e internacionales de su nación. Puede afirmarse, por tanto, que, a fecha 2022, la cuenta política de resultados docentes en España es absolutamente negativa: hasta el momento, hemos recogido ya los frutos educativos de la LOGSE, que ha conseguido que el 70% –según las encuestas– de los que integran Podemos haya generado –por simple suma aritmética– un gobierno social/comunista, con comportamientos políticos cada vez más totalitarios, que es lo propio de cualquier comunismo, aunque sea adolescente como el nuestro. Reitero mi casi seguridad de que, en estas decisiones ideológicas de nuestros jóvenes podemitas, ha imperado la desinformación, es decir, que la mayoría desconocía el historial de lo que votaba y el porqué y para qué lo hacía. Otra cosa son los líderes inductores del invento, que cobran y lo saben todo. Naturalmente, todo lo hecho hasta el momento se ha hecho dejando al margen la opinión de los padres –pese a lo que tan claramente nos indica el número 590 del Catecismo de la Iglesia que empieza recordando que Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos.
¿Qué pasará cuando la ley Celáa empiece a dar sus frutos? Porque, como hemos apuntado, el populismo parece tener gancho y movida y a él se apuntan nuestros jóvenes, previamente bien adoctrinados –como también hemos apuntado– por unos planes de enseñanza redactados por políticos y profesores adictos a una extrema izquierda sin principios frente a una derecha que duda. Todavía no hemos llegado al fondo. Sí llegaremos si no se consigue parar esa ley CELÁA que nos amenaza. El resultado final sería la consolidación –sine die– de la gobernanza Frankestein que ya estamos padeciendo.
Por si nuestra demasiado prudente y silenciosa sociedad se anima a aplicar el necesario remedio electoral, bueno sería recordar esa sabia sentencia tan conocida: el mal suele triunfar no por la maldad de los malos sino por la pasividad de los buenos. Porque se pueden negociar normas, leyes y procedimientos, pero nunca principios –libertad de expresión, de enseñanza, de religión, de opinión política, histórica, cultural, etc. – y resto de principios que, acertadamente, recoge nuestra Constitución. Reaccionemos, por tanto, con fe y firmeza en nuestros principios y exijamos que no manipulen ni nuestra historia ni la enseñanza que imparten a nuestros hijos. Teniendo siempre bien claros nuestros objetivos docentes y la moderación que debe presidir nuestras acciones. Moderación que equivale a mesura en las formas no a cesión en los contenidos ni a concesión en los muchos relatos tan alternativos como falaces que se nos ofrecen. Sin olvidar nunca que la culpa no es de nuestros adolescentes y jóvenes sino de los políticos y profesores que los maleducaron, que hicieron buena la ya citada sentencia de Theodore Roosevelt: Educar a una persona en la mente pero no en la moral es educar una amenaza para la sociedad.
Noviembre 2022