Se dice que Occidente ha pasado de la crisis antropológica al nihilismo optimista. No se cree en nada, pero estamos a gusto. Este nihilismo, la mayor parte de buena fe, se ha transformado en miles de personas en creencias profundas, en Fe en Cristo, ante los hechos, irrefutables de San Pío de Pietrelcina, el Padre Pío. (…)
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Se trata de un santo de nuestro tiempo y se conoce con mucho detalle su vida. Nació el 25 de mayo en Pietrelcina (Benevento). En 1903 se traslada a Morcone, también en Benevento, para iniciar el noviciado como religioso capuchino, hace sus votos solemnes en 1907 y, tras una enfermedad, en 1910, es ordenado sacerdote en la catedral de Benevento. Vuelve a enfermar y el 25 de febrero le permiten conservar el hábito de capuchino fuera del convento, si bien el 6 de noviembre de ese año es reclutado y destinado a la 10ª Compañía de Sanidad en Nápoles, hasta que el 16 de marzo de 1918 es baja definitiva por doble broncoalveolitis.
El Padre Pío, como se conoce a este santo, vivió años muy convulsos: la herejía del Modernismo; la ruptura de Francia con la Santa Sede; las dos Guerras mundiales; la Revolución rusa y el nuevo mapa de Europa; el fascismo de Mussolini; la fundación del Opus Dei y la espiritualidad del laicado; los Pactos Lateranenses; la Segunda República y la Guerra Civil española; las encíclicas condenando el Nacional-socialismo y el Comunismo; la República Popular China en 1949; la descolonización de África y el Concilio Vaticano II, entre otros muchos hechos internos italianos que modificaron la Italia en la que él nació. Pero, en mérito a la necesaria brevedad, me centro únicamente en lo que indiqué en el primer párrafo.
En efecto, el 18 de septiembre de 1918 recibió los estigmas de Jesús de Nazaret en las manos, los pies y el costado. Durante 50 años en sus dos manos, sus dos pies y su tórax, dolorosas y sangrantes, padeció el Padre Pío esas cinco llagas, a la vista de todos los médicos, facultativos, sacerdotes y religiosos que las estudiaron con el constante propósito, durante medio siglo, de curarlas, sin conseguirlo ni siquiera parcialmente, al punto que pudo decir con San Pablo: “con Cristo estoy crucificado y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 19).
Estas constantes investigaciones que se hicieron sobre sus llagas no encontraron una explicación natural, pero, en cambio, provocaron la persecución de los buenos, incluido el Santo Oficio, que le recluyeron como a un prisionero en su celda del convento. Superadas estas contradicciones, Pío realizó una inmensa labor apostólica durante las interminables horas que pasaba confesando a todo tipo de personas, e incluso, con objeto de aliviar los sufrimientos de muchas familias, fundó, en 1956, la “Casa Sollievo della Sofferenza” (Casa Alivio del Sufrimiento). Y cuando falleció, el 23 de septiembre de 1968, ocurrió algo sorprendente: las llagas que había tenido durante esos cincuenta años desaparecieron sin dejar siquiera las huellas de las cicatrices.
Existen testimonios de sus bilocaciones (estar y dejarse ver, a la vez, al mismo tiempo, en diversos lugares, físicamente distantes). Una de ellas, comprobada, ocurrió cuando a los dos tripulantes de un bombardero americano, durante la Segunda Guerra Mundial, les pidió que no bombardearan San Giovanni Rotondo, petición que cumplieron y no lo destruyeron. (Paloma Pia Gasset, Testigos directos del Padre Pío, Custodian Books, 2022, libro en el que deja constancia de las abundantes bilocaciones contrastadas del Padre Pío).
Más numerosos son los testimonios de las personas a las que predijo su futuro. Entre ellas, en 1946, a un sencillo sacerdote le predijo que sería Papa, que sufriría un atentado mortal en su intención, pero que sobreviviría. El sacerdote era el futuro San Juan Pablo II y el atentado el de Alí Agca.
Así mismo, son numerosas las curaciones que se le han atribuido. A modo de ejemplo: la curación de la doctora polaca Wanda Poltawsaca, o la de Consiglia de Martino, reconocida oficialmente como milagrosa por la Santa Sede. También el don de lenguas, por el que varias personas le entendieron en su lengua de origen y, sobre todo, su don de ver el corazón de las personas y decirles sus pecados y el mayor o menor arrepentimiento que tenían de ellos.
Termino con la constatación de lo dicho al principio:
El día 2 de mayo de 1999, acabándose el segundo milenio cristiano…, se reunió en Roma la mayor multitud de fieles conocida para asistir a la ceremonia de beatificación que realizaría el Papa Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro y que podía seguirse por la televisión del mundo. De esta manera se ha cumplido el vaticinio del propio Padre Pío, que llegó a decir que su persona atraería más fieles “muerto que en vida”; y eso que su santuario es visitado anualmente, hasta el momento, por más de 7 millones de peregrinos. En la ceremonia de beatificación se reunieron toda clase de personas de Italia, Europa y América. Estaban presentes las más altas autoridades del Estado y del Gobierno… y la Santa Sede. (Francisco Pérez González, Dos Mil Años de Santos, Ediciones PALABRA, p.1169).
Así es. Como se decía al comienzo, muchos de estos nihilistas, lo son de buena fe, puesto que antes no creían en nada, y ante hechos irrefutables los reconocen gozosos, como lo demuestra la devoción de tantos y tantos a San Pío de Pietrelcina.
Pilar Riestra