Cuando en 1925 José Ortega y Gasset publicó el ensayo Sobre el fascismo, añadió junto al título la frase latina “Sine ira et studio”. Con ella advertía al lector que lo hacía con imparcialidad y poca investigación.
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Hoy no se puede opinar sobre el tema con imparcialidad y sin referencia al gran conocimiento historiográfico y sociólogico-político existente acerca de tal fenómeno. Y ante el extendido uso y abuso del término (unánimemente convertido en mero insulto político) por las izquierdas, algunos progresistas, y muchos ignorantes. Añadiría que ya no es posible evitar cierta ira y aburrimiento. (...)
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El ensayo orteguiano probablemente fue uno (hubo otros de Miguel de Unamuno, Corpus Barga, Andreu Nin…) de los primeros intentos no apologéticos de interpretación en España, junto al de Francesc Cambó, Entorn del feixisme italià (Barcelona, 1924; versiones en español e italiano en 1925). Aunque debo decir que, en mi opinión, el análisis del político catalán es más importante, mejor informado y más agudo que el del intelectual madrileño, quien se pierde un poco en digresiones fenomenológicas.
Por su parte el genial Unamuno en 1923 ya había sugerido: “Alfredo Oriani, el autor de La lucha política en Italia, de cuyo ideario se mantiene el fajismo de Mussolini (ya tengo dicho que la palabra castellana ‘fajo’ no es más que la italiana fascio, de donde viene fascismo.” (Nuevo Mundo, Madrid, 5 de enero de 1923).
Sugerencia de un colectivismo forzado (“enfajado”) bajo el disfraz nacionalista y la pulsión estatista, que ineluctablemente desembocará en el totalitarismo.
De tal manera que años más tarde el propio Unamuno escribirá: “Religión de Estado son fajismo y comunismo (…) y cuando se oye que el Estado lo es todo, esos mismos liberales deben acudir contra ese Estado totalitario y ayudar a que se erijan Iglesias libres, confesiones liberales. Es deber de humanidad”. (Ahora, Madrid, 17 de febrero de 1933). Por cierto, probablemente era una de las primeras veces que se empleaba el neologismo en el léxico político español.
Paralelamente a los análisis imparciales de Unamuno, Cambó y Ortega, el fascismo fue asumido política y apologéticamente por algunos individuos en Cataluña, como el sindicalista españolista Ramón Sales, líder de los Sindicatos Libres, y más extensamente por los catalanistas Daniel Cardona, Josep Dencàs, los hermanos Josep y Miquel Badía, etc., vinculados al independentismo de Estat Català y a diversas organizaciones (Bandera Negra, ERC, JEREC y los Escamots), que pueden considerarse verdaderamente los primeros fascistas en España, incluso antes de la aparición de las JONS y Falange Española.
El fascismo “españolista” hoy, en términos electorales, es prácticamente inexistente (616 votos en toda España en la elecciones generales de 2019), mientras que los herederos actuales del fascismo provinciano “catalanista”, con su pulsión independentista y golpista (ERC y los “posconvergentes” de Puigdemont y Torra) representa aproximadamente un 6 por ciento del electorado español (casi un millón y medio de votos en las mismas elecciones de 2019), y gobernando mal que bien en una Comunidad Autónoma.
A mi juicio el fascismo más peligroso hoy se localiza en regímenes y partidos radicales y populistas de izquierdas. Lo que deberían saber algunos indigentes intelectuales como Javier Padilla, Antonio Maestre y otros atreviéndose a criticar a un liberal como Fernando Savater (véase: Pilar Díez, “Savater desata la ira de la izquierda…”, Libertad Digital, 3/10/2022), es que el fascismo siempre ha sido de izquierdas, estatista, sindicalista y socialista como Mussolini (aunque de un socialismo no marxista: un socialismo nacionalista o un nacionalismo socialista: nacional-socialismo).
Deberíase reflexionar sobre el concepto aparentemente contradictorio de “fascismo-leninismo”. Lenin, exiliado en Suiza, fue un admirador de Mussolini cuando éste era líder del socialismo italiano (desde el Congreso de Reggio-Emilia) con rasgos ya prefascistas o protofascistas, antes de la Guerra Mundial.
Realmente estamos presenciando las esperadas y muy predecibles reacciones ante el caso Meloni en Italia (precedido por el caso Trump en EEUU y sí, digámoslo, el caso Vox en España), fenómenos ideológicos conservadores o derechistas sin complejos, pero no fascistas. La histeria de las izquierdas delata su auténtica naturaleza fascista, dándole la razón a Huey Long cuando predijo en los años 1930s que el fascismo en el futuro aparecería disfrazado como “antifascismo”. Long se refería a EEUU, pero su intuición y predicción respecto a fenómenos como Antifa y otros grupos extremistas o populistas de izquierdas en las democracias europeas tienen un valor universal.
Véase la diferencia en la capacidad de análisis de un periodismo serio en contraste con el periodismo-basura izquierdista ante el mentado caso Meloni –aunque, claro, ello requiere poder leer inglés-: David Harsanyi, “Is (…) Giorgia Meloni a `Fascist’? Hardly.” (The Federalist, Sept. 26, 2022).
El libro de Cambó, entre otras cosas, subrayaba acertadamente los paralelismos entre el fascismo y el bolchevismo, el estatismo totalitario y antiliberal de los sistemas de partido único dentro del magma “fascista-leninista” (el propio Trotsky en La Revolución Traicionada, 1936, reconocería que el fascismo/nazismo y el estalinismo habían llegado a ser regímenes simétricos).
A todos los indigentes intelectuales como los mencionados y otros, con su famélica legión de simpatizantes analfabetos o simples idiotas políticos, les recomendaría para empezar que estudiaran historia y se olvidaran de las politizadas “memorias históricas/democráticas” o de los debates habituales del periodismo-basura. Y nada mejor para ello que la lectura cuidadosa de las obras canónicas del maestro Stanley G. Payne, máximo especialista vivo: Fascismo, Alianza Editorial, Madrid, 1980, e Historia del Fascismo, Planeta, Barcelona, 1995.
Manuel Pastor Martínez