Las declaraciones de los unos y los otros -Rufián, Aragonés, Batet, los de la CUP, etc.- sumadas a los cantos de sirena -pero muy cabreados- de los medios catalanes que ven posible y ya probable la pérdida de sus prebendas -magníficas prebendas- con que su ultramontano antiespañolismo es recompensado, no hacen sino anticipar la reacción de algo que siempre ha sido evidente: el pragmatismo de la sociedad catalana, que no ha dudado nunca en bajar la cabeza o levantar el brazo cuando las circunstancias así se lo han aconsejado.
La perdida del estatus económico de Cataluña y de su glamour internacional -el nacional ya lo perdió a fuerza de machacón desprecio- no tiene visos de mejorar. Hecho que, sumado al cansancio producido por el continuo enervamiento social e incluso familiar, y el también más que probable giro -en unos meses- de la política nacional española, hacen previsible un cambio radical en la situción política -y por ende también social- en Cataluña.
Ya veremos.