Las Coronas inglesa y española han tenido consortes modélicos, con Felipe y Sofia de Grecia, en sus roles respectivamente de esposo de la reina Elizabeth II y esposa del rey Juan Carlos I. Pero no han podido evitar que en sendas Casas reales se hayan “colado” consortes verdaderamente idiotas (no lo digo como insulto sino en el sentido etimológico del término en griego clásico “idiotes”), tal como está amplia y gráficamente demostrado y documentado en las hemerotecas con celebridades muy conocidas: (...)
...
En Inglaterra, Diana Spencer y Camilla Shand, consortes del príncipe de Gales y actual rey Charles III; Mark Phillips, consorte de la princesa Anne; Sarah Ferguson, consorte del príncipe Andrew, duque de York; y Meghan Markle, consorte del príncipe Henry (“Harry”), duque de Sussex.
En España, Jaime de Marichalar, consorte de la infanta Elena; Iñaki Urdangarín, consorte de la infanta Cristina; y Letizia Ortiz, consorte del príncipe de Asturias y actual rey Felipe VI.
Por supuesto, los esposos reales británicos (Charles, Andrew y Henry; Anne sería la excepción por su mayor discreción) tampoco han sido precisamente ejemplares. En esto las infantas y el príncipe españoles (Elena, Cristina y Felipe), pese al –a mi juicio– gran error en la elección de sus consortes, personalmente han sido diferentes de los británicos y han exhibido una conducta más correcta o simplemente normal.
Un denominador común de todos los consortes ha sido la ignorancia e incapacidad de adaptarse a las normas tradicionales de las Casas reales.
El problema se ha acentuado con las extendidas prácticas de adulterios, divorcios, y respecto a los consortes de las infantas españolas por presunto abuso de drogas en un caso y, de acuerdo con sentencias judiciales, por actividades económicas indebidas en otro, aparte de los poco ejemplares comportamientos cara a la prensa rosa.
En la imagen pública de los dos príncipes herederos y finalmente reyes, Charles y Felipe, sin duda el español con razón y justicia ha sido ganador, aunque ambos cometieron el mismo error –a mi juicio- de casarse con mujeres divorciadas. Al mismo tiempo, en mi personal opinión, debo reconocer que, como consortes, la reina Camilla parece más discreta y profesional que la reina Letizia, quien sigue cometiendo errores de “marisabidilla”, por no saber estar, desde el día en que anunciaron ante la prensa su compromiso matrimonial.
Cierta obsesión por la moda la ha llevado también a errores en el vestir, no siendo consciente de que la delgadez de sus brazos no congenia con ciertos modelos, y que una minifalda o minipantalón no son adecuados con su edad y condición.
No voy a recordar la ya una larga lista, me limito a los recientes errores solo en los últimos días: el negarse a santiguarse ante el féretro de la reina Elizabeth II; los gestos y miradas poco deferentes hacia la pareja de los reyes honoríficos (no “eméritos”, como se dice) durante el funeral en la catedral de Westminster; la no asistencia al acto final y más íntimo en la capilla de Saint George del castillo Windsor junto al rey Felipe y la reina Sofia, con el ridículo pretexto de su viaje a New York, donde solo tendría compromisos perfectamente prescindibles, junto al siniestro director general de la OMS, Tedros A. Ghebreyesus, y a la “First Lady” estadounidense (otra divorciada) Jill Biden.
En fin, las palabras de la reina Letizia sobre el saludo del embajador español en EEUU creo que requieren más bien el comentario de un psicoanalista.
Las monarquías modernas también necesitan y exigen un cierto respeto para conservar su magia y carisma. No somos los críticos, sino ciertos consortes de las Casas reales, quienes han dañado más tal respeto.
Manuel Pastor Martínez