Félix Ballesteros Rivas

La fecha más importante de la Historia de la Humanidad

Agente Provocador

Félix Ballesteros Rivas | Domingo 01 de noviembre de 2015
Ya hay varias Fechas Muy Importantes en la Historia de la Humanidad, pero la más importante no es ninguna de ellas.

No, no es el 25 de diciembre del año 1, independientemente de que ni Jesús de Nazaret nació en diciembre, ni fue en el año uno de esta chapuza de calendario que utilizamos, pues cuando Dionisio el Exiguo lo desarrolló (para dejar de fechar las cosas respecto a la fundación de Roma), se equivocó en cuatro años al no tener en cuenta que el emperador Augusto había reinado en sus primeros tiempos con otro nombre: Octavio. Es importante, pero no es esa.

Otra fecha candidata podría ser la invención de la imprenta. Quien esté leyendo esto debería meditar qué probabilidades de saber leer tendría si Gutenberg se hubiese dedicado a la Agricultura, a la Música o a jugar en el mercado de Opciones y Futuros. Pero tampoco es.

Como se trata de asumir el rol de Agente Provocador, permítaseme opinar que el día que Darwin publicó ‘El origen de las especies’ es una de las fechas que está más cerca del primer premio, pero tampoco. Aunque ésta en concreto se merecerá en algún momento mucho más que un párrafo por mi parte.

Pero no, porque esa trascendente fecha sobre la que quisiera llamar la atención hoy está en el Futuro. Por el momento. Quizá por poco tiempo.

Es una fecha que hasta tiene ya un nombre, y un plazo aproximado para acontecer.

Se conoce con el nombre de ‘Singularidad Tecnológica’ y se la espera para este siglo casi con toda seguridad, entre 2030 y 2045 según algunos, aunque luego mencionaré alguna fundamentada opinión discordante.

Y algunas de las mentes más preclaras hablan de ella con seriedad y a veces sin disimular un temor intenso y profundo. Stephen Hawking llegó a decir que ese sería el fin de la Humanidad.

Para quien no lo sepa ya, esa Singularidad Tecnológica consiste en la fecha en la que una máquina, quizá entendido este concepto en un sentido muy amplio, supere en inteligencia al ser humano.

Dejemos unos momentos para que cada cual reaccione a su manera y deje aflorar sus creencias y convicciones sobre el asunto. Hay varias posiciones razonables.

¿Ya afloraron? Supongamos que sí.

Quizá quien esto lee ha pensado que ‘no será para tanto’. Quizá le ha parecido que es algo mucho más relacionado con la Ciencia-Ficción que con la Historia. O incluso que es algo que ya ha sucedido, sobre todo observando el nivel intelectual de algunos de nuestros conciudadanos.

Pero sí: será, sucederá, y quizá algunos de los que esto leen lo llegarán a vivir. Y será transcendente. Mucho.

Visualicemos la situación: probablemente la Singularidad Tecnológica llegue tras años de ímprobo esfuerzo de un grupo de matemáticos, ingenieros y otras gentes de mal vivir, el resultado resulte tan dudoso como el balbuceo de un bebé, habiendo gastado el cuádruple o más del presupuesto inicialmente aprobado, y en un entorno ultraespecializado y de escasa aplicación al mundo real.

Con esos mimbres, parece algo abocado a generar una curiosidad de laboratorio, puede que unos cuantos premios Nobel y poco más. Pero ¡cuidado!, porque ese resultado será una ¿máquina?, cuyo primer impulso (o la primera orden que reciba) quizá consista en ayudar al equipo que la ha creado. Se aplicaría a resolver los problemas que todavía no hubieren superado, y saldría lo antes posible una segunda versión de sí misma. Quizá justo antes de la primera conferencia de prensa.

Unos humanos somos más altos que otros (evidente), unos son más listos y otros menos (mucho más evidente), pero no somos ‘escalables’, al menos de momento no podemos preparar una pareja para que su descendencia sea cien veces más alta o mil veces más inteligente. Pero con las máquinas sí podemos hacerlo.

Esa/s primera/s máquina/s inteligente/s podrá/n desarrollar nuevas generaciones que, quizá como los ordenadores y teléfonos actuales, dupliquen, decupliquen y centupliquen sus capacidades cada pocos años. Y como, no lo olvidemos, partirían de la base de ser más inteligentes que nosotros, esos resultados los podrían obtener antes y de manera mejor planificada de lo que nosotros lo hemos hecho hasta ahora.

Si esa primera máquina consigue un Cociente Intelectual de 500, por empezar con un número redondo, ¿podemos imaginar lo que será alcanzar en sucesivas versiones unos Cocientes Intelectuales de 1000, 5000 ó 1000000000000000000?

¿Empiezan a recalentarse nuestras neuronitas? Bien: esa era la intención de estos párrafos.

Esas inteligencias serían nuestros descendientes evolutivos, y podrían alcanzar cualquier nivel que nosotros quizá no podamos imaginar (pero ellas sí). En cambio para ellas, como unos hijos desagradecidos, nosotros no pareceríamos más respetables de lo que los ratones nos lo parecen a nosotros. Sí porque, según los datos de la Evolución, descendemos de bichos parecidos a ratones allá por el Jurásico, pero no por eso los veneramos, no: de hecho los exterminamos sin grandes remordimientos.

¿Preocupado? No era esa mi intención, de verdad; tan sólo trataba de enfatizar lo trascendente de la fecha y mi opinión es que será un acontecimiento básicamente positivo.

¿El lector es de los que opinan que esa Singularidad Tecnológica no puede llegar a suceder?... Vale, vayamos con esa parte.

Las máquinas ya nos han superado en unas cuantas cosas. Ya corren más que nosotros, son más fuertes, más precisas, ven mejor, oyen mejor, recuerdan mejor, juegan al ajedrez mejor…

Ya hay coches que se conducen solos y, ¿saben?: tienen menos accidentes que sus primos, esos vehículos intelectualmente tan limitados que dependen de una persona para tomar la decisión de qué hacer en cada momento. Aunque sean fabricados, por ejemplo, por Ferrari, Lexus o Volvo.

Y nuestros análisis de sangre hace mucho que no dependen de un técnico contando glóbulos rojos en la diagonal del campo de visión de un microscopio; cosa que, como la mayoría de la gente ni se lo ha planteado, y como los informes médicos (esos que dicen si tenemos alto el colesterol) no van firmados por la máquina que los ha redactado, sino por el médico jefe de quien la carga con la muestra de sangre y saca el papel por el otro extremo… nadie tiene nada que objetar.

Y jugando en la bolsa son imbatibles. Pero ahí sí que los humanos de vez en cuando protestan (€nvidia quizá).

Ya hay métodos para analizar en un momento, por ejemplo, miles de páginas de un sumario judicial, junto con cualquier cantidad de otras declaraciones, artículos y comentarios complementarios de un caso para, con todo aplomo, poner el puntero en las palabras de una declaración en las que el testigo está mintiendo. Por supuesto junto con las referencias y documentos que lo demuestran.

Y también son las máquinas las que controlan las redes de datos en las que residen todos nuestros conocimientos de manera irreversible.

Por eso el mundo cambiará a partir de ese día, casi seguro que a mejor pero, en cualquier caso, lo hará a una velocidad que dejará el siglo XX como la última época de estabilidad en el progreso técnico.

La Singularidad Tecnológica está planificada en los departamentos de desarrollo de las mismas empresas que nos proveen cada Navidad de juguetitos cada vez más monos. Y hace mucho que ya no nos planteamos su monstruosa sofisticación interior: el teléfono que llevamos en el bolsillo, casi cualquiera de nuestros teléfonos, tiene mayor complejidad y capacidad de cálculo que todo el conjunto de maquinaria disponible en la NASA cuando se llegó a la Luna.

Está previsto y planificado que de aquí a pocos años habrá máquinas con mejor velocidad y memoria que el cerebro humano; y pocos años después habrá máquinas ‘individuales’ que tendrán mayor capacidad no que un individuo, sino que el conjunto de personas que formamos la humanidad…

Vale, eso no es lo mismo que ‘Pensar’, cierto; pensar es ‘otra cosa’.

¿Qué cosa?: hay toda una legión de técnicos (matemáticos, informáticos, lingüistas, filósofos, ingenieros e incluso artistas y otros elementos aún más difíciles de clasificar) que están trabajando, duramente, para destripar ese lábil concepto de ‘Pensar’, desmenuzándolo y convirtiéndolo en Teoremas, Leyes, Deducciones y, atención, ¡Resultados!

Por ejemplo, recomiendo repasar la obra de Noam Chomsky al respecto: es todo un ídolo de masas (masas-friky, cierto). Sus provocativos desarrollos lingüísticos han llevado el estudio de las lenguas al nivel de Ciencia Exacta, y sus logros al descifrar las hasta ese momento opinables relaciones entre lenguaje, conocimiento y formación de estructuras lógicas o conceptuales no ha cambiado la asignatura de Lengua de los colegios infantiles, sino la moderna teoría de la computación a la hora de entender y cuantificar el concepto de ‘Entender’, entre otros muchos.

Se está trabajando igual en campos tan dispares como cuantificar moralmente las Decisiones. Se trata de poner un valor matemático utilizable al componente ético de las acciones y, no sólo es algo importante y vistoso, sino urgente porque (cuidado, que vienen curvas) pronto un coche va a tener que decidir si estrella o no a su dueño contra una pared… para no atropellar a un grupo de niños. ¿Y si no son niños sino ancianos? ¿Y si es sólo uno el que cruza? ¿Y si…?

También se avanza en cuantificar la belleza de una pieza musical, por ejemplo, y en los años ’70 Ramón J. Sender ya trabajó en Berkeley en esa línea con los primeros ordenadores; sus resultados sonaban muy bien.

Cuantificar, medir, comprender, operar con los resultados: ese es el camino. Hay que recordar una frase atribuida a diversos personajes: “Los científicos miden; el resto son coleccionistas de mariposas”.

Se está avanzando metódica y sistemáticamente en la comprensión de la Inteligencia a la vez que en la construcción de los recipientes aptos para desarrollar esas ideas a la velocidad de la luz. Cuando un combustible está mezclado con un comburente (oxígeno, por ejemplo), podemos suponer (o temer) que cualquier chispa va a provocar la combustión. En algún momento, los desarrollos que analizan la Inteligencia y la limpian de todo lo superfluo alcanzarán el nivel suficiente para funcionar mínimamente bien y, poco antes o algo después, las máquinas capacitadas para soportarlos estarán disponibles. Ese día se llamará Singularidad Tecnológica.

Hay opiniones discordantes, como la del matemático Roger Penrose, otro ídolo de masas-friky que vende millones de ejemplares de libros llenos de fórmulas ininteligibles para la mayoría de los mortales. Penrose opina que la Consciencia y la imprescindible Intuición son unos delicados y sutiles mecanismos, relacionados en lo más profundo de los canales neuronales con fluctuaciones aleatorias, dependientes éstas de los fenómenos cuánticos que dominan ese nivel de la Materia. Si es así, deduce, no se podrán reproducir (Consciencia e Intuición) con máquinas derivadas de las leyes de Newton o la Teoría de la Relatividad, que no integran la Mecánica Cuántica en sus resultados.

Pero Penrose escribió todo eso en un libro de 1991 (La nueva mente del Emperador), y posteriormente se empezaron a desarrollar los ‘Ordenadores Cuánticos’…

Que llegará el día en el que las máquinas superen nuestros procesos mentales más sofisticados es inevitable. Quizá lo hagan de maneras que al principio no reconozcamos como ‘Pensar’, pero tampoco corren como nosotros, ni nadan como nosotros, ni vuelan como nosotros (es un decir), pero corren, nadan y vuelan con resultados mucho mejores que los nuestros y, llegado el día, desarrollarán su equivalente a ‘Pensar’. Y llegarán en esa línea tan lejos como en esas otras tareas ‘mecánicas’.

Estamos ya bien acostumbrados a que las máquinas nos superen en todos los campos materiales; hasta ahora nos hemos consolado recurriendo a la idea de que son fuertes y rápidas, pero que nosotros somos superiores porque Pensamos, y ese consuelo está a punto de dejar de tener sentido. Dejaremos de ser los Reyes de la Creación pero, veámoslo así, pasaremos a ser los orgullosos Padres de la Criatura.

Preocupémonos de ser para ellas un buen modelo de comportamiento y preguntémonos qué pensarán ellas de nosotros.

agente.provocador.000@gmail.com

Para rematar, un divertimento, un microcuento de Ciencia-Ficción algo apolillado, un clásico de 1956:

La Respuesta

Fredric Brown

Dwar Ev soldó ceremoniosamente la última conexión con oro. Los ojos de una docena de cámaras de televisión le contemplaban y el subéter transmitió al universo una docena de imágenes sobre lo que estaba haciendo.

Se enderezó e hizo una seña a Dwar Reyn, acercándose después a un interruptor que completaría el contacto cuando lo accionara. El interruptor conectaría, inmediatamente, todo aquel monstruo de máquinas computadoras con todos los planetas habitados del universo - noventa y seis mil millones de planetas - en el supercircuito que los conectaría a todos con una supercalculadora, una máquina cibernética que combinaría todos los conocimientos de todas las galaxias.

Dwar Reyn habló brevemente a los miles de millones de espectadores y oyentes. Después, tras un momento de silencio, dijo:

- Ahora, Dwar Ev.

Dwar Ev accionó el interruptor. Se produjo un impresionante zumbido, la onda de energía procedente de noventa y seis mil millones de planetas. Las luces se encendieron y apagaron a lo largo de los muchos kilómetros de longitud de los paneles.

Dwar Ev retrocedió un paso y lanzó un profundo suspiro.

- El honor de formular la primera pregunta te corresponde a ti, Dwar Reyn.

- Gracias - repuso Dwar Reyn -, será una pregunta que ninguna máquina cibernética ha podido contestar por sí sola.

Se volvió de cara a la máquina.

- ¿Existe Dios?

La impresionante voz contestó sin vacilar, sin el chasquido de un solo relé.

- Sí, ahora existe un Dios.

Un súbito temor se reflejó en la cara de Dwar Ev. Dio un salto para agarrar el interruptor.

Un rayo procedente del cielo despejado le abatió y produjo un cortocircuito que inutilizó el interruptor.

FIN