“Conoce al enemigo y conócete a ti mismo”
Sun Tzu, El Arte de la Guerra
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“La esencia de lo político está en la distinción entre el amigo y el enemigo”
Carl Schmitt, Concepto de lo político
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“¿Quiénes son nuestros amigos? ¿Quiénes son nuestros enemigos? Estas son las cuestiones principales de la revolución”
Mao Tse-tung, Pequeño Libro Rojo
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Frank Dikotter en su magistral relato The Cultural Revolution. A People’s History, 1962-1976 (New York, 2016), muestra cómo en la China comunista, “pensamiento Mao Tse-tung” mediante, el régimen basado en un presunto Marxismo-Leninismo degenera y se transforma fatal y definitivamente en otro régimen del tipo que he denominado Fascista-Leninista, o más exactamente –en mi opinión, después del referente histórico del pacto Hitler-Stalin en 1939– de tipo Nazi-Leninista. (...)
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Irónicamente, el propio Mao había calificado como “fascista” al régimen soviético en 1968, como reacción a la invasión de Checoslovaquia: “Típico espécimen de política –dijo el dictador chino– de un poder fascista jugado por los revisionistas soviéticos”.
Los soviéticos a su vez le habían ya descalificado y respondieron con similares lindezas. Lo cierto es que en ambos casos tenían algo de razón, pero este es un debate muy largo y complicado, como había anticipado Trotsky en La Revolución Traicionada (1937), cuando afirmó que los regímenes de Hitler y Stalin eran simétricos, augurando el siniestro pacto totalitario de 1939.
El aforismo de Sun Tzu (siglo V a. C.) no solo funda la teoría de la inteligencia y contrainteligencia (I-C-I), también nos previene acerca del peligro del subjetivismo excesivo y las posibles patologías paranoicas. Carl Schmitt (años 1920s) planteó de manera objetiva la necesidad de distinguir entre los aliados y los rivales en cualquier acción política, nacional o internacional.
Podríamos encontrar la reflexión sobre el binomio Amigo-Enemigo (A-E) rastreando en diversos autores que jalonan el pensamiento político en Occidente, como Aristóteles (en sus capítulos sobre la amistad en la Ética a Nicómaco), Maquiavelo (en El Príncipe y los Discursos), o en España los maquiavélicos jesuitas (anti-Maquiavelo), o en los maquiavelistas tacitistas (incluyendo también algún jesuita), y particularmente en Diego Saavedra Fajardo.
Se infiere que existe un concepto y uso positivo (en los maquiavelistas o politólogos Sun Tzu y Schmitt) frente al uso negativo y destructivo (del maquiavélico e ideólogo Mao) del binomio A-E.
Uso el término maquiavelista en el sentido que lo propuso James Burnham en su exposición objetiva y científica de la sociología/politología antimarxista en The Machiavellians. Defenders of Freedom (New York, 1943). El término maquiavélico, obviamente derogatorio, lo aplico a Mao y a todos los marxistas-leninistas por su indiferencia subjetivista, ideológica, hacia toda formulación científica.
La enemistad política ha tenido siempre una presencia decisiva en la historia, y lo estamos viendo de forma muy acusada en la actual crisis de la democracia en EE. UU. con el caso Trump. Un ejemplo muy exagerado es el de los NeverTrump o anti-Trump y los afectados por el TDS-Trump Derangement Syndrome (en España también toda la prensa escrita, concretamente algunos periodistas como Pedro Rodríguez de ABC o Pablo Pardo de El Mundo, y me imagino –porque no lo leo hace más de veinte años– los periodistas de El País).
La degeneración democrática, irónicamente, del partido llamado Demócrata, desde Clinton y Obama (anunciada por autores como Harvey Mansfield, David Horowitz y Dinesh D’Souza) ha contaminado al propio Establishment Republicano de la familia Bush, Mitt Ronney, John McCain, etc., y en casos realmente patológicos como la megalómana Liz Cheney, que han contado con el concurso de los medios progres (y algunos conservadores o neoconservadores) y sobre todo con la forma más degenerada del “Estado Administrativo” que ni siquiera llegó a imaginar su fundador el presidente W. Wilson, el siniestro Estado Profundo actual.
El caso Trump es ilustrativo de esta involución democrática originada por una conspiración real, nada paranoica, de espionaje y golpismo (“silent coup” y “paper coup” lo han calificado historiadores como Svetlana Lokhova y Lee Smith, la primera también víctima del caso) iniciados por el equipo de Hillary Clinton, el FBI bajo James Comey, y la CIA bajo John Brennan, contra un candidato presidencial, más tarde presidente electo, finalmente ex presidente: Steele Dossier, “Russian Collusion”, Informe Mueller, Impeachment 1, Impeachment 2, Gran Fraude de las 2000 mulas, Comisión 6 de Enero, asalto a la residencia en Mar-A-Lago… Y en su origen con el beneplácito de la administración Obama-Biden y sus múltiples y variopintos colaboradores: Susan Rice, Samantha Power, Dennis MacDonnough, Stephan Halper, John McCain, desleales Jefes militares de Trump, Departamentos de Justicia con sus respectivos Secretarios (Fiscales Generales) y funcionarios de Obama y de Biden, etc., etc., etc.
Soy pesimista sobre el presente, pero espero que en un futuro no lejano los historiadores nos desvelen, con pruebas contundentes, los entresijos de esta descomunal corrupción política por el uso negativo, “alternativo” y destructivo del binomio A-E.
Posdata
Mientras tanto, observando hoy mismo el curso de las primarias para las elecciones Midterm al Congreso en noviembre próximo, el éxito evidente de los candidatos pro-Trump (con la fulminante y humillante derrota de Liz Cheney el pasado 16 de agosto), es augurio de un importante cambio positivo en la política estadounidense, siempre que los Republicanos consigan evitar una nueva actuación de las 2000 mulas Demócratas.
Manuel Pastor Martínez