No es muy habitual que un escritor cultive con similar solvencia los más diversos géneros. Sin embargo, Andrés Martínez Oria nos ha dado cumplida muestra de su buen hacer literario en la narrativa breve —se dio a conocer precisamente con un relato, El bar de la curva, con el que obtuvo el Premio Miguel de Unamuno de cuentos—, en la novela —basta con citar Más allá del olvido o Jardín perdido, dos títulos que merecen figurar sin duda alguna entre los títulos selectos de la narrativa española del siglo XXI—, en los libros de viaje —con esa magnífica tetralogía flores, dedicada a diversas comarcas leonesas—, en la poesía —con La hoja que cae en espiral, paneriana y de sobria línea clásica— y, finalmente, en el teatro, género al que pertenece el libro que hoy nos trae aquí. (...)
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La obra dramática de Andrés Martínez Oria comenzó en 2014 con El peso del mundo, una pieza breve —apenas 30 páginas— en la que se recreaba la última noche de la vida de Leopoldo Panero. Ya en ella brillaban sus cualidades de dramaturgo: dominio técnico y cuidado de todos los detalles escénicos y la creación de atmósferas dramática sugestivas. En 2020 esta obra se reeditaba junto a otras dos piezas breves, Una noche, un viajero —en la que en el marco de la noche se asistía al desenlace de una historia triste y se sugería el planteamiento de una nueva más esperanzada con la llegada del alba— y Jardines en mar, un drama en el que se enfrentaban el egoísmo y la generosidad dentro de una misma familia. El título común de esta trilogía era Luces en la sombra.
Como segundo volumen de ese mismo título se agrupan las tres obras que hoy presentamos. Se trata de tres piezas breves de distinta índole en las que alternan, en efecto, las luces y las sombras de la vida. La primera, La casa vacía, es una tragedia desgraciadamente muy actual, la de la violencia de género. Es sin duda la pieza más sombría de todas. Basta leer el índice de personajes que la abre para advertir el cariz de la tragedia: “Juan, padre, de unos sesenta años, melancólico. Rosa, madre, de unos cincuenta y ocho años, ida, desesperada. Miguel hijo, lleno de ira y de remordimientos. Inés, novia del hijo, reflexiva, apenada”. Remordimiento, sentimiento de culpa, desesperación, dolor y vacío son los sentimientos que prevalecen en una familia destrozada por la desaparición de una hija, con la que ha desparecido también “la luz de esta casa”, como dirá su padre.
Sueños de cristal, el segundo título es un pequeño drama también actual, en el que, sin embargo, alienta la esperanza y la voluntad de superar las dificultades sobrevenidas en tiempos de pandemia y de crisis. Basta con leer la de nuevo la relación de personajes para advertir un cariz distinto: “Doña Vale, la abuela, maravillosa, 80 años. Venancio, el padre frustrado, 55 años. Victoria, la madre laboriosa, 50 años, hija de doña Valeriana. Valeria, la hija fantasiosa, 20 años. Valentín, el hijo tarambana, 18 años. Ventura, joven vividor, 25 años”. Si la adjetivación es suficientemente descriptiva, y hasta sonora en las rimas femeninas, tampoco deja de resultar curiosa la onomástica, con ese empeño por que todos nombres que empiezan por V. Un primer indicio de que el drama planteado no estará exento de humor. Y también del cuidado que pone el autor en todos los detalles. En fin, entre los personajes de esta familia en la que la que la preocupación de los adultos contrasta con la actitud infantil y despreocupada de los jóvenes, sobresale la figura de la abuela, plena de vitalidad, que adquiere el carácter, como se señalará explícitamente en algún momento, casi de un hada madrina.
Muy distinta de las dos anteriores es El aliento del dragón, denominada “fantasía infantil” y luego “farsa”. Aunque también se sugiere la posibilidad de convertirla en un retablo de marionetas o en juego de sombras chinescas. En cualquier caso, como dice el autor, lo que se busca en último término es “divertir a la gente menuda y a ser posible no aburrir demasiado a los grandes”. Y desde luego que la farsa es apta para todos los públicos. Porque aquí los personajes son Gaiferos, caballerizo del señor del castillo; la bella Melisenda; los condes de Sansueña; Guarinos, junto con el dragón el malo del cuento, y, por último, y como urdidor de todo, Toribio, un trasgo del bosque. El título y el género constituyen un guiño a Valle-Inclán. Y la onomástica, otro guiño al romancero, y a Cervantes y su retablo de Maese Pedro. Aunque, ciertamente, se han subvertido los personajes de la tradición literaria y predominan ahora el humor y la ironía, sin que falte hasta alguna que otra interpelación directa al espectador.
Así pues, se recoge en este pequeño volumen un conjunto de piezas diversas en los temas, los enfoques y los géneros, pero que dan cuenta de las luces y las sombras de la vida. O de otro modo que aspiran a que la literatura aporte un poco luz en tiempos sombríos. No es necesario ponderar de nuevo las virtudes literarias del autor, evidentes incluso en las acotaciones escénicas, impecables desde el punto de vista técnica, pero dotadas, si se nos permite abusar de los esdrújulos, de abundantes elementos líricos y humorísticos, cuando resulta pertinente. En definitiva, estas Luces en la sombra, constituyen un estupendo motivo para seguir disfrutando de la obra literaria de Andrés Martínez Oria. O empezar a disfrutarla si no se ha tenido ocasión de hacerlo antes. Desde luego merecerá la pena.
Luis Miguel Suárez Martínez