Estos últimos días la mayoría de los medios de comunicación están hablando mucho de un nuevo orden mundial que se está gestando como consecuencia de la guerra de Ucrania. Hace algo más de tres décadas, en los primeros meses de 1991, después de la caída de la Unión Soviética, Estados Unidos como ganador de la guerra fría, quedó como la única superpotencia y su presidente George Bush dio una nueva definición del sistema internacional que regiría a partir de entonces denominándolo, por primera vez, como un Nuevo Orden Mundial que fue presentado por la ONU con base al derecho internacional. (…)
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La invasión rusa de Ucrania ha supuesto un cambio tectónico no solo en la arquitectura de seguridad europea sino también en el sistema de seguridad estratégica internacional. Parece claro que el orden geopolítico está transformándose a velocidad de vértigo y que la guerra en Ucrania puede decidir cómo será la geopolítica de poder del siglo XXI. Constituye un elemento de gran inestabilidad precipitando dinámicas geopolíticas de polarización que ya venían desarrollándose como consecuencia de las fuertes tensiones geoestratégicas que están acompañando a las relaciones entre Estados Unidos y China.
Dicha polarización geopolítica se ha acelerado en el pasado mes de junio, por un lado, con las reuniones del G-7, la OTAN y la UE, representantes de las democracias occidentales y, por otro, con la consolidación de la asociación estratégica entre China y Rusia junto con su pretensión de atraer a más países como demuestra la cumbre de los BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica–, donde al lado de China y Rusia aparecen tres países democráticos. En otras palabras, dos dinámicas geopolíticas materializadas en dos fuerzas geoestratégicas enfrentadas, un bloque autoritario frente a un bloque democrático.
Los modelos geopolíticos que se han establecido en el mundo después de la II GM, principalmente basados en el principio geopolítico del equilibrio de poder se han materializado en el modelo de la bipolaridad, entre 1945 y 1990, sustentado en la rivalidad y enfrentamiento estratégico entre Estados Unidos y la Unión Soviética, también denominada época o periodo de guerra fría; el modelo de la unipolaridad entre 1990 y 2008, guerra de Georgia, apoyado en la hegemonía de Estados Unidos, donde se sucedieron la Guerra del Golfo o la intervención militar contra Irak, la guerra de Bosnia y Herzegovina; la guerra de Afganistán que comenzó en 2001 y acabó 20 años después y la guerra de Irak que comenzó en 2003 y finalizó en 2011.
El siguiente modelo fue el de un previsto modelo multipolar que se podía decir que comenzó en 2008 pero que aún no se ha consolidado en el año 2022, en el que han ocurrido la guerra contra el terrorismo, principalmente contra Al Qaeda y el Estado Islámico, que aún continúa, el fenómeno de la Primavera Árabe, la aparición de la guerra híbrida y la guerra en el ciberespacio. Por último, en el momento actual se está iniciando un modelo geopolítico que responde a un enfrentamiento entre bloques, el polo euroatlántico, liderado por Estados Unidos y la Unión Europea, contra el polo asiático, encabezado por China y Rusia, que se podía denominar el modelo de bipolaridad dual, aún sin definir. Es decir, dos polos y cada uno de ellos con dos centros de poder, el polo euroatlántico con Estados Unidos y la UE, y el polo asiático con China y Rusia.
Digo que el modelo de la bipolaridad dual está sin definir porque no se debe olvidar que bajo la órbita de cada uno de estos dos polos se situarán viejas potencias como Japón y potencias emergentes como India, Brasil, México, Egipto, Nigeria, Turquía, Irán, Pakistán, Bangladesh, Indonesia, Filipinas, Corea del Sur o Vietnam. Aunque algunas de estas potencias ya se han pronunciado, otras se ubican en una posición cuanto menos ambigua. Se les podría llamar países aliados o asociados en los intereses o valores que se definan en el polo que elijan.
Por otra parte, en el Concepto Estratégico de la OTAN 2022, aprobado en la Cumbre de la Alianza en Madrid, los pasados días 29 y 30 de junio, se estableció que “Rusia constituye la amenaza más significativa y directa” en tanto que China “desafía sus intereses, seguridad y valores” lo que indica nítidamente que estos dos países materializan un sistema de intereses, amenazas y valores que ponen en cuestión los principios, preceptos y esencias de la comunidad occidental.
Partiendo de la base de que una gran potencia es aquella que es capaz de crear o establecer un orden mundial y mantenerlo, en los comienzos de la tercera década del siglo XXI podemos distinguir como tales a Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea, considerada esta última como un actor estratégico global. Mientras que Estados Unidos nunca ha sido imperio, las otras tres, o lo han sido como China y Rusia, o han tenido entre sus países integrantes algunos que lo han sido, como es el caso de la UE.
Llegados hasta aquí, lo cierto es que en esta nueva era que se avecina, posterior a la guerra de Ucrania, se está configurando un modelo geopolítico, original en su estructura, al que denomino bipolaridad dual, como ya se ha indicado, que descansa en los más importantes factores geopolíticos imperantes en este primer cuarto del siglo XXI, a saber: potencial económico; gastos de defensa, nuevas tecnologías y la energía.
Empezando por la dimensión del potencial económico, el PIB nominal en el año 2022 de los cuatro actores citados, los 24 billones de $ de Estados Unidos junto con los 18 billones de la UE suman 42 billones los que corresponden al bloque euroatlántico; mientras que los 18 billones de $ de China unidos a los 1,7 billones de Rusia llegan a 19,7 billones lo que suma el bloque asiático. Es decir, el bloque democrático dobla ampliamente en PIB al bloque autocrático.
En el factor del gasto en defensa, la diferencia entre ambos polos es aún mayor. En el año 2021, los Estados Unidos tuvieron un gasto en defensa de 801.000 millones de $ y la UE de 198.000 millones. Todo ello suma 999.000 millones de $ como gasto en defensa del polo marítimo. En el otro lado, China llegó a un gasto de defensa de 293.000 millones de $ en tanto que Rusia empleó 65.900 millones. La suma total del gasto de defensa del polo terrestre fue de 358.900 millones de $. En concreto, el polo euroatlántico casi triplica el gasto en defensa del polo asiático. Otra cosa es cómo se ha gastado. En tanto que el bloque euroatlántico lo ha gastado en necesidades de operaciones contra la insurgencia, el bloque asiático lo ha hecho en capacidades orientadas a armamento moderno y sofisticado.
En el campo específicamente militar, y solo a modo de ejemplo, las armas hipersónicas y un mayor número de misiles de crucero y de vehículos aéreos no tripulados constituyen las amenazas más peligrosas para las fuerzas armadas transatlánticas en el momento actual y en el próximo futuro. Ello está obligando al polo marítimo a interesarse más por la defensa aérea y antimisiles al mismo tiempo que debe proceder a la producción, adquisición y dotación a sus Fuerzas Armadas de capacidades potentes y sofisticadas, descuidadas durante las campañas de contrainsurgencia en entornos operativos relativamente permisivos.
Cuando se trata el factor geopolítico de la tecnología, inmediatamente acude a nuestra mente la tradicional ventaja tecnológica occidental, especialmente de Estados Unidos que dispone de los ordenadores más rápidos del mundo, de los aviones de combate más eficientes o los robots mejor capacitados. Pero también es preciso tener en cuenta que China es líder en la inteligencia artificial, en semiconductores, en el sector de misiles hipersónicos o en vehículos eléctricos. Tanto la UE como Rusia van rezagados en este campo. La lucha entre Estados Unidos y China, como las dos grandes potencias líderes en tecnologías emergentes, será clave en el futuro de la bipolaridad dual.
El factor energético constituye uno de los elementos que más cambios está produciendo en el actual y previsible equilibrio estratégico del planeta. Estados Unidos se ha convertido en el primer productor mundial superando a Rusia y a Arabia Saudí, gracias a las técnicas del fracking y de la perforación horizontal. Sin embargo, la UE importa de Rusia petróleo y gas natural el 30% y el 40%, respectivamente, lo que encierra una grave vulnerabilidad como se está comprobando fehacientemente en la guerra en Ucrania.
En el otro lado, Rusia es rica en diversas fuentes de energía primaria. Dispone de la mayor reserva de gas natural conocida –32% de las reservas de gas comprobadas y 23% de las probables–, es la segunda mayor reserva de carbón –10% y 14%,– y ocupa el 8º lugar en las reservas de petróleo –12% y 42%–. En cuanto a China, tiene una gran dependencia de las importaciones de petróleo –la dependencia de petróleo extranjero ha alcanzado el 70% de su consumo– lo que supone también, en una situación similar a la UE, aunque en otro formato, una vulnerabilidad estratégica.
En definitiva, la geopolítica de bloques ha vuelto, aunque en otra configuración. El orden mundial de la primera mitad del siglo XXI tendrá como ecuación geopolítica el modelo de la bipolaridad dual donde los dos sistemas mundiales de fuerzas geoestratégicas más potentes, enfrentadas económica, tecnológica y militarmente, pretenden dominar el mundo.
Un polo, con países aliados, formado por una fuerza geoestratégica autoritaria-comunista, liderado por China y Rusia, competirá contra otro polo, también con países aliados, compuesto por una fuerza geoestratégica democrática, bajo el liderazgo de Estados Unidos y la Unión Europea. El polo geopolítico que consiga dicho dominio establecerá las normas y criterios del nuevo orden mundial.