Que los incendios forestales influyen en el clima, en micro y meso escalas, no lo pone nadie en duda. Las tremendas humaredas afectan temporalmente a vastas extensiones y a largo plazo, también la deforestación causada, al régimen de lluvias. Que las condiciones climáticas influyen y condicionan el inicio, desarrollo y extinción de los incendios forestales, tampoco. Pero de eso, a considerar al clima como causante de los desastres y pérdida de vidas hay un abismo.
Negar el cambio climático en sentido estricto es absurdo pues no ha habido, ni hay, nada más cambiante que el clima con sus propios patrones y ciclos desde varios millones de años antes de que el hombre apareciera sobre la Tierra.
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Afirmar que el cambio climático tiene un origen antropogénico, por muy de moda que esté, es hoy por hoy, demasiado atrevido. Son muchos los científicos no apesebrados que discrepan de esta teoría, aunque, desgraciadamente, su voz no pueda ser oída pues son vetados y a veces excomulgados del mundo de los “expertos” oficiales.
Como religión, esto del cambio climático –ahora que el infierno no mete miedo a nadie pues ni el mismo anticristo de solideo blanco parece creer en él– es perfecta y seguro que encuentran similitudes con algunas monoteístas que nos rodean: atemorizar a nosotros y nuestros descendientes (el miedo es la emoción más poderosa de control) por los siglos de los siglos, con el terrible mal de acabar con la vida, haciéndonos sentir culpables de nuestro pecado de reciclar el carbono que antes estuvo en la atmósfera y que amablemente la vida ha acumulado en las entrañas de la tierra. Como en casi todas las religiones, somos los pecadores los culpables de esos males. Sin embargo, para esos hay absolución en forma de penitencia, privaciones y sobre todo impuestos ecológicos que, a modo de bula, van a permitir seguir pecando. Los que alguna vez creyeron estar creados a imagen y semejanza de Dios, ahora se creen verdaderos dioses capaces de cambiar el clima para mal y además se arrogan ilusoriamente el poder remediar ese cambio.
Con motivo del Acuerdo de París de hace unos años elaboré un pequeño artículo donde apuntaba mis sospechas –hoy confirmadas– de que detrás de esta nueva religión, lo que hay en realidad es otra forma más para que los auténticamente poderosos –los mismos que se han forrado con las energías fósiles– lo sigan haciendo, ahora disfrazados de profetas salvadores dispuestos a sacarle los hígados, especialmente a los países en vías de desarrollo. Dicho sea de paso y ya que esto va de incendios, en las conclusiones del aquel Acuerdo de París, no aparece ni una sola vez “incendio forestal” cuando es probado que lanzan a la atmosfera el 25% del total de emisiones de CO2. Por el contrario aparecía varias veces “igualdad de género” que, a priori, no parece tener mucha relación con el clima pero que, como esto va de incendios, huele a chamusquina.
Pero como no pretendo –y además sería imposible pues ya es una batalla perdida– convencer a nadie de la gran estafa climática que nos rodea, centrémonos en tratar de explicar la aparente desbordada virulencia de los incendios forestales en España de este verano.
Vaya por delante que los incendios forestales han formado y forman parte del ciclo de la vida lanzando a la atmósfera ingentes cantidades de carbono que nuevamente es reciclado y fijado por nuestros océanos y nuevas masas forestales. El carbono es tan imprescindible para la vida como lo es el oxígeno y resto de elementos. Ahora mismo hay incendios (especialmente en Siberia) que llevan varias semanas ardiendo y que se extinguirán cuando hayan quemado todo el combustible, cuando lleguen a una cordillera o gran río o si aparece un frente con lluvias poderosas. Tras un gran incendio hay nuevas oportunidades para la vida por paradójico que pueda parecernos. La masa forestal a nivel global (y también con porcentajes parecidos en España) es ahora un 34% superior a la de hace 60 años a pesar de los desastres de todos los veranos. La capacidad de recuperación de la naturaleza ayudada, claro está, por planes de reforestación, es superior a la de destrucción incluyendo los incendios provocados.
Cuando un gran incendio forestal (GIF) se lleva por delante vidas humanas, millones de toneladas de biomasa, especies evolucionadas que están en peligro de extinción y se lleva además por delante el medio de vida de la gente del campo, a la que, de tantos problemas que le ponen, también está en serio peligro de extinción, resulta fácil echarle la culpa a alguien.
En lugar de asumir responsabilidades
¡Anda que no hay culpables o coadyuvantes para que un GIF se vuelva incontrolable! Pero no. Put de blame on Mame boy.
A alguno se le ocurre echar balones fuera y decir que el cambio climático mata. Como si no supiéramos que en el triángulo del fuego además del comburente, las altas temperaturas son imprescindibles. Podía haberse puesto más poético y, como algún otro iluminado, sacar a colación al tercer elemento del triángulo que proporciona el oxígeno: el viento.