Hugo Vázquez

La importancia del patrimonio legado por los españoles a América según la UNESCO

Plaza de Armas en el centro histórico de Lima (Perú), declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988.

LA CRÍTICA, 10 JULIO 2022

Hugo Vázquez Bravo | Domingo 10 de julio de 2022

Este artículo es sumamente especial, pues ha surgido del diálogo con un lector y no por iniciativa propia. En la sección de “Historia y Cultura” de este diario (La España incontestable) hemos ido incluyendo varios relatos orientados a defender el esfuerzo que los españoles hicimos en América, hoy tan poco reconocido, pero los datos que aporta la más alta institución intergubernamental al respecto, como nos ha sugerido esta lectora, resultan tan contundentes que de por sí, habrían de servir para poner fin a tan siniestro debate. (…)



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En 1972 la UNESCO, organismo dependiente de la ONU, creó este programa con el objetivo de “catalogar, preservar y dar a conocer sitios de importancia cultural o natural excepcional para la herencia común de la humanidad”. Sumando los bienes culturales, naturales y mixtos, que son las tres categorías que se observan, hasta el momento han recibido el título de Patrimonio de la Humanidad en el continente americano un total de 196 sitios.

Si obviamos aquellos lugares donde lo llamado a proteger son riquezas de índole exclusivamente natural, la cifra se reduce a 134. De estos bienes culturales, 51 de ellos son anteriores a la llegada de españoles y portugueses al que denominaron Nuevo Mundo, 59 (48/11) los que generaron las dos potencias ibéricas durante el tiempo que tuvieron bajo su control alguno de aquellos territorios, por los 6 generados por otros Estados colonizadores (5 británicos y 1 francés) y, finalmente, 18 las creaciones que han tenido lugar desde la constitución de los países que actualmente conforman el mapa geopolítico del continente.


No obstante, si los fríos números no parecen lo suficientemente contundentes, veremos que un análisis más detallado resulta del todo definitivo para calibrar el calado del legado ibérico en América.

Los 51 bienes declarados anteriores a la llegada de Cristóbal Colón al continente, abarcan un periodo de tiempo que arranca en la prehistoria y llega hasta finales del siglo XV. Son en su mayoría restos arqueológicos como los de la Cueva de las Manos del Río Pinturas, en Argentina, donde se constata la existencia de arte rupestre datado entre los años 13.000 y 9.500 a.C., de los más antiguos del listado, hasta las edificaciones en ruinas que erigieron los pueblos precolombinos inmediatamente anteriores a la presencia española. Entre estas últimas podríamos citar la zona arqueológica de Paquimé (Casas Grandes), testimonio que ha quedado del poblamiento en un área que actualmente está fragmentado por la frontera entre los EE. UU. y México. Incluso ha recibido este título el yacimiento en L´Anse aux Meadows en Canadá, asentamiento vikingo al norte de la isla de Terranova, que ha sido fechado en torno al siglo XI.

Entre el 12 de octubre de 1492 y las diferentes fechas en que cada país de los actuales logró firmar el decreto de emancipación de sus respectivas metrópolis, se contabilizan 65 bienes declarados de interés. Como he expuesto, 48 de ellos fueron generados durante la estancia de los españoles, 11 de los portugueses, 5 de los británicos y solamente uno que se pueda atribuir a los franceses. No obstante, el estudio de este conjunto arroja aún más datos.

En primer lugar y hasta cierto punto, aclarar que conviene tratar bienes generados por españoles y portugueses como relacionados por varias razones. Para comenzar, porque en las seis décadas transcurridas entre 1580 y 1640, el sueño de la reunificación peninsular se hizo realidad y todos sus reinos compartieron sucesivos monarcas, siendo éstos, además, los responsables del periodo de mayor esplendor en América. Pero, también, porque algunos de dichos bienes se inspiran en un modelo único, como el que resultó de la evangelización de los naturales de aquellas tierras. Sirvan como ejemplo las misiones jesuíticas de los guaraníes, que se extienden por los territorios actuales de Brasil y Argentina.

Otro aspecto a destacar por su relevancia es la continuidad de la acción española respecto a los poderes que les precedieron, algo sobre lo que no se suele redundar. En muchos de los asentamientos en que éstos emplazaron sus ciudades, ya existían entidades poblacionales de diferente calidad. Es el caso de Oaxaca de Juárez (México) o el de los asentamientos que se encuentran en el Parque Nacional de Mesa Verde (EE. UU.). Aunque el ejemplo más evocador podría ser el de la propia ciudad de México, erigida sobre las ruinas de Tenochtitlán. Esta urbe, hoy convertida en una de las más populosas del mundo, siguió creciendo y siendo engalanada por edificios tras su independencia, si bien su alma como la del resto, continúa siendo profundamente colonial y española.

Sin embargo, el dato más asombroso es que, entre los 48 bienes que se han de atribuir a la presencia española, casi la mitad la constituyen los centros históricos de ciudades aún vivas y en desarrollo. Nuevamente es el fenómeno de la continuidad lo que podría llamar la atención del lector, si bien lo realmente significativo es que esto va mucho más lejos de la calidad artística de los edificios que los conforman. Las ciudades acostumbran a reproducir un modelo de sociedad o civilización. Es importante atender al diseño del trazado urbano, a cómo se embridan en él las diferentes instituciones y las construcciones que habitan, como los templos, los edificios de gobierno o los diseñados para la defensa, pero también los destinados a la educación, la caridad o a la conversión de almas. Ése es el legado más poderoso y valioso que allí se dejó. Tanto es así que, aunque en toda Hispanoamérica únicamente la universidad Nacional Autónoma de Méjico y la de Caracas están catalogadas como patrimonio, la primera refundada entre 1949 y 1952, y la segunda entre 1940 y 1960, sería impropio no especificar que españoles fueron los primeros centros de esa naturaleza en ese continente, surgidos muy pocos años después de nuestras facultades más antiguas.

Entre el resto de distinciones hay dos que no podemos dejar de citar por su elevado interés y particularidad. El bien ligado a España que se encuentra más al norte está en Canadá. Se trata de la estación ballenera vasca de Bahía Roja. Este asentamiento era ocupado por los marinos que acudían a la caza de cetáceos en aquellas latitudes. El otro está en México y lo constituye el sistema hidráulico del acueducto del padre Tembleque. Erigido en el siglo XVI por este franciscano, tiene el honor de poseer la mayor arcada de un sólo nivel construida para una obra de esta tipología. Levantado en parte gracias a los conocimientos que atesoramos desde época romana, también se dejó influir por las técnicas tradicionales del lugar, como la utilización de cimbras de adobe.

Para concluir, de las 18 declaraciones de patrimonio postreras, se ha de indicar que una se debiera en verdad atribuir a los franceses, pues suyo fue el diseño y voluntad de crear la conocida Estatua de la Libertad, que luego entregaron como presente a los Estados recién emancipados de la Corona británica.

En definitiva, el listado de patrimonio confeccionado por la UNESCO supone el más alto reconocimiento a la inestimable herencia que los ibéricos en general y los españoles en particular dejaron tras su paso por aquellas tierras. Y, por tanto, que desdice y desautoriza al enconado movimiento que, de manera absurda e infundada, trata de borrar todo vestigio español. Esta campaña caracterizada por la injusticia que promueve, no obstante, es imposible que obtenga un final feliz, pues la abundancia y riqueza de lo legado les terminará por sepultar o, a la postre, dejar sin memoria.

Hugo Vázquez Bravo