En el albor del verano se nos ha ido Sendo. En el albor de la plenitud. Cuando aún tenía mucho que aportar en el territorio siempre misterioso de la creación. La creación, así, en su sentido más amplio. Porque Sendo, el pintor, era también escultor, escritor y soñador de mundos imaginarios. Sin apartarse jamás de la realidad. La realidad que nos ata al camino de la vida. El Camino simbólico y emblemático. (...)
...
Porque Sendo era un ser del Camino que los peregrinos sabían identificar y estimar desde el alto del Crucero, bajando a la Judiega. Donde estaban las raíces de su árbol vital y la primera de sus creaciones para el Camino. Sitio, la había titulado. Tengo sed. Y allí bebían, efectivamente, beben, más precisamente, los peregrinos su primera agua a la vista de Astorga. Símbolo de la ciudad celestial, que pintó en el retablo de la iglesia de los santos Justo y Pastor. Astorga, con San Justo a los pies y el Teleno al fondo, coronado de nubes que parecen elevarlo todo a lo sublime, adquiere de pronto un significado extraordinario. El lugar lejano, pero al alcance de la mano, al que aspiramos. La imagen que quizá se ha llevado con él de la ciudad, de su mundo inmediato, porque lo tenía presente desde el amanecer hasta la noche. Y ya en Astorga, a las puertas del albergue de las Siervas de María, la escultura del Peregrino, ante la que posan los que pasan en un río inacabable hacia Santiago, como hizo el propio artista en su día, señala el camino por donde va él ahora. Por donde se nos ha adelantado.
Ya habrá tiempo de hablar de su obra, del valor impagable de su pintura y escultura, de la que San Justo, Astorga y muchísimos museos pueden mostrarse satisfechos y orgullosos. Hoy es el momento de recordarlo a él. Su bondad de corazón, siempre dispuesto a participar en cualquier causa, sin esperar recompensa; de su nobleza de alma, de su fidelidad, de la capacidad de soportar el dolor y superarse, y del hondo sentido que para él tenía la amistad.
Hoy perdemos a Sendo, su presencia material, pero nos queda el valor inacabable de cuanto hizo. Podría guardar de él tantas imágenes. Tantos apuntes para el autorretrato que ya no podrá pintar y para el que bien poco valen las palabras. Sendo adormecido contra el cristal del «Canfranero», el tren que nos llevaba a Jaca, con su eterno sombrero de artista bohemio. O también, chorreando bajo el aguacero ante el cuadro maravilloso de la estación de Canfranc. Por allí bajábamos riendo entonces. Apuntes para el gran cuadro de la vida, que él contribuyó a pintar.
Andrés Martínez Oria, 2 de julio de 2022